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La bohemia de entonces
Entre los poetas de aquella luminosa bohemia intelectual que
hizo su época en ambas márgenes del Plata, no fue por cierto
quien menos sintió la desaparición de Florencio Sánchez, aquel
otro espíritu pleclaro y doloroso, que hizo luz y harmonía de su
dolor: aquel buen muchacho poeta, que se llamó Evaristo Carriego,
que también se fué por la oscura senda... Miramos a nues
tro alrededor y sólo vemos vacío y sombras. L,a muerte ha deja
do los girones de su manto, al pasar por nuestra juventud, oscu
reciendo repetidas veces, los senderos encantados de la edad flo
rida. ¿Qué se hicieron aquellos bravos camaradas romancescos
que tan bien supieron vivir en poesía bajo la augusta advocación
de la belleza? Aquí y allá, han caído en el silencio, unos enton
ces, otros después, todos en este último lustro de tragedia, tan
aciago para las bellas letras rioplatenses: Julio Herrera y Reissig,
el infortunado apolonida que inició la marcha triunfal hacia la
sombra; Florencio Sánchez, cuyo nombre es un lema, el más pro
pio para bautizar un destino; Rafael Barret, el Guyau de Améri
ca, poeta filósofo nuestro, tan profundo a fuerza de ahondar en
su propio dolor; Diego Fernández Espiro, el sonetista claro e im
pecable, con arrestos de andante caballero; Delmira Agustini la
gran poetisa del Uruguay, la intraducibie Safo, cuya diadema de
pámpanos, floreció en las rosas de sangre y de fuego de la tra
gedia; la mujer que ha escrito los mejores versos, en el habla de
Castilla, desde el tiempo de Cervantes; Evaristo Carriego, el tro
vador de las cosas y de las almas humildes, que vivió en la qui
mera y el infortunio; Antonio Monteavaro, novelista excepcional,
que escribió con su propia vida, la más dolorosa novela y murió
enfermo de miseria, de neurosis y de ideal; Bernardo Berro, gran
de espíritu malogrado en la prensa de estrecheces aldeanas; Leon
cio Lasso de la Vega, bohemio romántico, Quijote lleno de nobles
rebeldías, lírico paladín de los desheredados, en cuya alma, abier
ta a todas las generosidades, se cuajaba en luz la leyenda de bra
vura, que fué blasón de sus abuelos esclarecidos y, luego,
cerrando la teoría fatal, aquel que fué maestro entre todos los hi
jos de la lira, aquel que presidió por derecho divino en nombre
de Nuestro Señor Homero, todas las fiestas rituales en las litur
gias del canto: ¡Rubén Darío! Y no nos detenemos sino en aque
llos que estuvieron más cerca de nuestro corazón. Parece que un
destino irreparable acompañara como una sombra el paso de los
peregrinos del Sol...