Florencio Sánchez
Fué un muchacho noble. Se diría, un anciano de treinta
años! Un niño, envejecido prematuramente por exceso do co
razón; una cosa extraña y fuerte que vagaba al azar, impul
sada por todos los vendavales. Tenía, al revés de la mayoría
de los demás hombres, el cerebro demasiado cerca del cora
zón. Por eso, las ideas que amasaba en aquel laboratorio ma
ravilloso, se empurpuraban como rosas, manchándose en la
sangre altruista de 1a, entraña del sentimiento!... Su vida,
fué como una prolongada caravana de dolores, sollozantes tras
lá sonrisa generosa que perseveró en sus labios y vivió en la
negrura de sus ojos, vestidos eternamente de luto y en los
cuales parecían reflejarse todas las angustias del sufrimiento
humano! Había llegado recién al “mezzo del camin” con la
carne sangrando por la mordedura de las zarzas y los ojos del
espíritu fatigados en la contemplación de la tragedia. Llevaba
consigo, el cortejo divino de la madre creadora. Llevaba el
genio, esa chispa inmortal, que al inflamarse en las sombras,
quema y duele al que la lleva, creando tormentos y arran
cando lágrimas. Su genio, fué como una cruz, en la que se
abrazaban las tinieblas para morir. Partícula de astro que irra
diaba hasta en los más recónditos intersticios, dejando un po
co de cielo, adonde había un abismo! Arder es consumirse.
Esa ley fatal, se cumplió en él. Su genio, se apagó después
de alumbrar muchos rincones obscuros; fué la estrella que
encalló en la nube, luego de dejar la trayectoria luminosa de
su paso por la inmensidad. Lumbre que se extinguió derrotada
por las sombras, dejando al morir, en estas, una mancha blan
ca, como las que suelen poner las constelaciones en las lúgu
bres perspectivas de la noche! Ahí está su obra, mirando de
frente a la vida y al dolor. Los que tuvimos albergue, cerca