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dar sus felices años de vida contemplativa y solitaria: “como
no estudiaba, aprendía mucho’’. Es que Florencio venía lleno
del supremo don del arte, desde el vientre materno. Provisto,
como nadie, echó a andar su alma en el rocalloso escenario
de la vida. La madre adversidad y el padre dolor lo ampara
ron para revelarle lo obscuro de fuera y lo luminioso de den
tro. Todo lo veían sus grandes ojos de niño, todo lo obser
vaba su espíritu curioso, presto siempre a solidarizarse con
los dolores agenos por simple virtud de simpatía humana, todo
lo adquiría su memoria prodigiosa, cualidad imprescindible
para recoger formas y documentar ambientes en quien, como
nuestro dramaturgo, marchaba deprisa por el mundo. Y sus
cualidades confluían en el arte teatral, como las aguas de di
versos ríos en el mar que las atrae.
Poseía pues, naturalmente, las facultades esenciales del
autor dramático, tan naturalmente como su talento, lo cual si
determinó algunas desigualdades de su técnica y, en cierto
modo, su despreocupación por los detalles de carácter mecá
nico, también explica el perfecto ajuste de su teatro con el
medio social que lo circundara. Aquellos nimios defectos y es
tos grandes méritos provienen de la misma condición: la sin
ceridad. No hace gala de ninguna fronda, evita el exceso re
tórico, huye de todo recurso subalterno y menosprecia esa ha
bilidad profesional con cuya simple especulación complícase
frecuentemente la sordidez de tantos comediógrafos contempo
ráneos .
Así trajo a la escena la sociedad que él vivió y peleó, la
trajo con sus costumbres, su temperamento, sus problemas y su
espíritu.
La evoca con una claridad y una simplicidad incompara
bles. Tiene una certidumbre elocuente para precisar sus per
sonajes, vasta progenie que abraza el momento actual de nues
tra transición étnica, desde el paisano cuya nobleza legenda
ria es resplandor crepuscular hasta el inmigrante anónimo que
arroja en la tierra generosa la semilla de su esfuerzo y cola
bora de tal suerte, en el florecimiento de la segunda patria
quimérica. Entre tanto hombre se advierten las agitaciones fe
briles y los latidos desconcertantes del instante social argen
tino. Anímalos una realidad maravillosa. La línea es enérgi-