Full text: 1.1916,18.Nov.=Nr. 15 (1916000115)

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No son tales fallas, empero, las que le reprobara con in 
sistencia la crítica teatral digna de mención. Florencio tuvo 
que sufrir una acusación doble: reprochósele con ahinco su es 
píritu libertario y no se le censuró menos su porfiado pesimis 
mo. La primera tendía a provocar el denuesto de cierta clase 
que, no obstante, batía palmas al ingenio en un anhelante des 
ahogo emocional. Era una tacha injusta. La segunda no pue 
de ser objeto de serias refutaciones. 
Hemos dicho que era injusta la primera acusación. En 
efecto, ninguna especulación de secta nubla su cielo, donde 
orza, preñado de tempestad, el nimbo de los tormentos mora 
les. Ni aspiró jamás en antojadiza crisopeya a convertir el oro 
de su arte en carbón de propaganda. 
La falacia libertaria tiene su origen en las protestas que 
balbucean o gritan sus personajes en derrota. Estos, fuera de 
la órbita espiritual en que se agitan, no sirven ni esencial, ni 
accidentalmente, los intereses particulares de ningún aposto 
lado, ni siquiera de aquel “cuya alma es una sombra que todo 
lo ilumina” que Sánchez abrazara con su bondad soñadora 
antes de templarse al fuego lento del arte. Caben en sus obras 
opresores y oprimidos. Las actitudes rebeldes de algunos de 
sus tipos frente a las acechanzas de la vida no prestan punto 
de apoyo a una generalización que, por lo demás, pretendiera 
reducir la amplitud de sus obras a los límites siempre menores 
de una pasión sectaria. Si allí soplan brisas de libertad, no 
proceden de ningún conceptualismo doctrinario, sino de la más 
pura y más alta resistencia al dolor. 
Respecto de su pesimismo, nadie puede saber hasta qué 
punto semejante acusación entraña una censura o una lauda 
toria. Por lo pronto, está bien acompañado. Sobre el teatro de 
Shakespeare y de Ibsen flotan sombras idénticas y andamos en 
las cimas. En todo caso, el pesimismo de Sánchez obedece a la 
naturaleza de sus asuntos, al ambiente en que aquellos se des 
arrollan y a la lógica cabalmente humana de sus desenlaces. 
Al sentir y comprender los aspectos principales de la existen 
cia nacional tuvo por fuerza que sondear sus inquietudes y 
definir sus pesares. Se acerca a la nativa raza declinante y el 
eco de su canto como una queja ha de traducirse en nostalgia. 
Escucha la romanza del colono invasor y no sólo ha de regoci-
	        
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