Full text: 1.1881,5.Febr.=Nr. 5 (1881000105)

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EL COE’ 
’ANO 
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EL COEEEO AMERICANO 
dad: faltan las transición»'?. El litoral mas llano sfi presenta 
al lado de un intenor el inas aecidentado-del mundo. 
Sóbre la costa, una esterilidad horrible se manifiesta junto 
á los oasis mas fértiles, y, para citar nn ejemplo notable, á 
las puertas mismas de esta ciudad civi izada y elegante, que 
puede hacer olvidar la Europa, se estiende un desierto árido 
y monótono. 
Sin embargo, esta región, que pn 1540 eligió Francisco Pi 
zarra, el conquistador del Perú, para fundar la ciudad de los 
Reyes, hoy Lima, había sido, dpsde largo tiempo atrás, un 
centro de civilización autóctona. Recorred el valle al Norte 
de Lima hasta la bahia de Ancón, la planicie que al Oeste 
separa á la capital de su puerto, el CaMao; los aren des que 
aíslan á Miradores y á Chorrillos, de un costado dp Lima, y 
del otro de las márgenes del rio de Luriu y de Paehacamae; 
seguid al este de la ciudad las orillas del Rimae, que descien 
de de las vertientes de la Cordillera y arrastra sus aguas tor 
renciales ai Pacifico, y podréis constatar que toda esta es- 
tension de terreno está cubierta de viejos recuerdos. 
En medio de las aldeas modernas, de los campos cul ivados 
por el peruano del siglo XIN, se levantan las ruinas de tem 
plos, palacios, fuertes, monumentos f literarios, terraplenes y 
trabajos de irrigación construidos por los indígenas de la 
época que precedió á la conquista. 
Estas ruinas son muy numerosas; apenas se pierde una de 
vista, se presenta otra en él horizonte, y á menudo hay super 
ficies considerables que están sembradas de ellas. Agregue 
mos á esto las inmensas necrópolis, cubiertas con un sudario 
de arena, que abrigan, bajo el suelo, millares de momias en- 
terradss en medio de los objetos que formaban sn mobiliario, 
y se comprenderá qué va3to campo do investigaciones se abre 
delante del esplorador en esta región, donde la vida moderna 
ofrece mil facilidades, inil recursos, para sondar la obra de 
los tiempos que fueron. 
jpN AMOR TRANSITORIO. 
I. 
¿Nunca se lia detenido el lector á considerar en la 
caprichosa casualidad que de tan estrnño modo inflo- 
ye en micjstros destinos? Para mí, cada vez que pien 
so en ello, al recordar los pocos é inesperados aconte 
cimientos que alguna influencia, han tenido en mi vi 
da, y al ver que han sido debidos sólo á ella, me ha 
venido muchas veces la tentación de seguir la prácti 
ca de aquellos filósofos fatalistas que no se desviaban 
de su camino aunque viesen que un carro debía atro 
pellarlos. 
Tul rendido amante, que se imnjina que la bella 
niñ t á quien hoi adora con todas las fuerzas de su alma 
será la mujer única a quien pueda unir su suerte, no 
ve, porque no lo saba ni aun tiene idea de que exista, 
que tal mocosa de ocho años que vive ignorada en un 
rincón de provincia, ha de encontrarla algún día en su 
camino y ha de hacerlo bailar en la cuerda como un 
maniquí, concluyendo por casarse cori ella y ser pa 
dre de una numerosa familia. 
Es de apostar con seguridad de no perder á que los 
acontecimientos mas notables de la historia del nuin 
do, han tenido solo á ello por causa. Los hombres, 
sin embargo, tratando de indagar el oríjen de las co 
sas, lo van á encontrar á mil leguas de distancia, y por 
medio de un admirable encadenamiento de sucesos, 
vienen á probar nn resultado inevitable, cuando se 
les ha ocultado á su vista la verdadera causa que, si 
no siempre, esá menudo puramente la casualidad. 
Y en la vida ordinaria, cuando pensamos en nuestro 
porvenir, ¿no encadenamos de tal modo las diferentes 
faces que iremos tomando, que creemos ser tal ó cual 
cosa á la vuelta de tanto tiempo? Todos calculan 
para lo venidero: yo quisiera, sin embargo, preguntar 
á los hombres que han vivido, si los resultados de 
esos cálculos han sido los que ellos se esperaban ó si 
solamente se han acercado. 
Según esto, lo mejor es dejarse guiar por la corrien 
te; ella misma nos conducirá al punto donde infali 
blemente debíamos de ¡ arar. Luchar contra la suer 
te es cansarse en vano; todo el jenio de muchos gran 
des hombres, ha consistido selo en tener fé en ella. 
Poco mas ó menos de la misma opinión era un anti 
guo condiscípulo mió llamado Luis C.., joven aprecia 
ble por su carácter franco y jeneroso. Amigosjamás 
buscó, porque viviendo en medio de los hombres, decía 
él, tiene uno precisamente que ligarse con ellos sin 
necesidad de salirles al encuentro. Miraba como ab 
surda la costumbre de hacerse presentar en una casa 
donde habia alguna niña buena moza para hacerle la 
corte, sin tener otra probabilidad de ser aceptado por 
ella que la fatuidad de creerse hombre capaz de inspi 
rar una pasión á cualquiera mujer. 
El amor es preciso que brote naturalmente en 
los corazones sin necesidad de esos fastidiosos é in 
sípidos rodeos que se llaman cortejo y declaraciones 
amorosas; es preciso que brote como la planta con la 
sola ayuda del rocío de la noche y déla natural hume 
dad de la tierra. La flor que abre su cáliz solo por la 
fuerza de medios artificiales, es raquídea, sin vistosos 
colores y pobre de perfume; el amor que para nacer 
necesita de atenciones y frases estudiadas, no puede 
menos que ser un amor ficticio, un triste amor. 
Quizá por este motivo habia. llegado á los 25 
años sin haber conocido este sentimiento que, mas que 
á menudo, en vez de goces solo causa sinsabores. La 
fortuna que tanto afan causa á los hombres, viendo la 
muchedumbre de los que inútilmente trabajan para 
adquirirla sin conseguir su objeto, le hizo pensar que 
debia uno esperarla en su casa y no incomodarse en 
correr tras ella. Es verdad que esto, mas que con sus 
principios, estaba en consonancia con su carácter pe 
rezoso; pero siquiera hubo razón, porque, apesar de 
haber nacido pobre, una hereucia inesperada lo elevó 
al rango, sino de los capitalistas,al menos de las jentes 
acomodadas. 
Justamente con esto motivo en 185... se vio obliga 
do á hacer un viaje á Talca, y de ahí volvia á fines de 
agosto del mismo año, cuando un fuerte temporal lo 
obligó á alojarse á media tarde en una de esas malas 
posadas del camino del Sur. Apesar de ser temprano, 
de las tres piezas únicas que poseía el rancho que tan 
pretenciosamente se titulaba casa-posada, solo habia 
una que estuviera libre, ha liándose ya las otras dos 
ocupadas por viajeros que también á causa del tempo 
ral habiaii llegado primero allí. 
Como á las ocho de la noche, cuando la oscuridad 
habia ya caido completamente, de tal modo que los 
objetos no se divisaban ni á dos varas de distancia, en 
tró á la posada con gran ruido un carruaje de cuatro 
ruedas, tra \ endo en pos de sí un sinnúmero de caballos 
sueltos. Un hombre gordo y pequeño, envuelto en 
una gran capa descendió primero del coche, que para 
que no se embarrotan los pasajeros se habia allegado 
al corredor, y luego dió la mano para ayudarla á ba 
jarse á una mujer que lo acompañaba. Conducida por 
é! filé á sentarse en uno de esos viejos escaños de 
madera que se ven en algunas casas de campo y que
	        
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