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EL COE’
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EL COEEEO AMERICANO
dad: faltan las transición»'?. El litoral mas llano sfi presenta
al lado de un intenor el inas aecidentado-del mundo.
Sóbre la costa, una esterilidad horrible se manifiesta junto
á los oasis mas fértiles, y, para citar nn ejemplo notable, á
las puertas mismas de esta ciudad civi izada y elegante, que
puede hacer olvidar la Europa, se estiende un desierto árido
y monótono.
Sin embargo, esta región, que pn 1540 eligió Francisco Pi
zarra, el conquistador del Perú, para fundar la ciudad de los
Reyes, hoy Lima, había sido, dpsde largo tiempo atrás, un
centro de civilización autóctona. Recorred el valle al Norte
de Lima hasta la bahia de Ancón, la planicie que al Oeste
separa á la capital de su puerto, el CaMao; los aren des que
aíslan á Miradores y á Chorrillos, de un costado dp Lima, y
del otro de las márgenes del rio de Luriu y de Paehacamae;
seguid al este de la ciudad las orillas del Rimae, que descien
de de las vertientes de la Cordillera y arrastra sus aguas tor
renciales ai Pacifico, y podréis constatar que toda esta es-
tension de terreno está cubierta de viejos recuerdos.
En medio de las aldeas modernas, de los campos cul ivados
por el peruano del siglo XIN, se levantan las ruinas de tem
plos, palacios, fuertes, monumentos f literarios, terraplenes y
trabajos de irrigación construidos por los indígenas de la
época que precedió á la conquista.
Estas ruinas son muy numerosas; apenas se pierde una de
vista, se presenta otra en él horizonte, y á menudo hay super
ficies considerables que están sembradas de ellas. Agregue
mos á esto las inmensas necrópolis, cubiertas con un sudario
de arena, que abrigan, bajo el suelo, millares de momias en-
terradss en medio de los objetos que formaban sn mobiliario,
y se comprenderá qué va3to campo do investigaciones se abre
delante del esplorador en esta región, donde la vida moderna
ofrece mil facilidades, inil recursos, para sondar la obra de
los tiempos que fueron.
jpN AMOR TRANSITORIO.
I.
¿Nunca se lia detenido el lector á considerar en la
caprichosa casualidad que de tan estrnño modo inflo-
ye en micjstros destinos? Para mí, cada vez que pien
so en ello, al recordar los pocos é inesperados aconte
cimientos que alguna influencia, han tenido en mi vi
da, y al ver que han sido debidos sólo á ella, me ha
venido muchas veces la tentación de seguir la prácti
ca de aquellos filósofos fatalistas que no se desviaban
de su camino aunque viesen que un carro debía atro
pellarlos.
Tul rendido amante, que se imnjina que la bella
niñ t á quien hoi adora con todas las fuerzas de su alma
será la mujer única a quien pueda unir su suerte, no
ve, porque no lo saba ni aun tiene idea de que exista,
que tal mocosa de ocho años que vive ignorada en un
rincón de provincia, ha de encontrarla algún día en su
camino y ha de hacerlo bailar en la cuerda como un
maniquí, concluyendo por casarse cori ella y ser pa
dre de una numerosa familia.
Es de apostar con seguridad de no perder á que los
acontecimientos mas notables de la historia del nuin
do, han tenido solo á ello por causa. Los hombres,
sin embargo, tratando de indagar el oríjen de las co
sas, lo van á encontrar á mil leguas de distancia, y por
medio de un admirable encadenamiento de sucesos,
vienen á probar nn resultado inevitable, cuando se
les ha ocultado á su vista la verdadera causa que, si
no siempre, esá menudo puramente la casualidad.
Y en la vida ordinaria, cuando pensamos en nuestro
porvenir, ¿no encadenamos de tal modo las diferentes
faces que iremos tomando, que creemos ser tal ó cual
cosa á la vuelta de tanto tiempo? Todos calculan
para lo venidero: yo quisiera, sin embargo, preguntar
á los hombres que han vivido, si los resultados de
esos cálculos han sido los que ellos se esperaban ó si
solamente se han acercado.
Según esto, lo mejor es dejarse guiar por la corrien
te; ella misma nos conducirá al punto donde infali
blemente debíamos de ¡ arar. Luchar contra la suer
te es cansarse en vano; todo el jenio de muchos gran
des hombres, ha consistido selo en tener fé en ella.
Poco mas ó menos de la misma opinión era un anti
guo condiscípulo mió llamado Luis C.., joven aprecia
ble por su carácter franco y jeneroso. Amigosjamás
buscó, porque viviendo en medio de los hombres, decía
él, tiene uno precisamente que ligarse con ellos sin
necesidad de salirles al encuentro. Miraba como ab
surda la costumbre de hacerse presentar en una casa
donde habia alguna niña buena moza para hacerle la
corte, sin tener otra probabilidad de ser aceptado por
ella que la fatuidad de creerse hombre capaz de inspi
rar una pasión á cualquiera mujer.
El amor es preciso que brote naturalmente en
los corazones sin necesidad de esos fastidiosos é in
sípidos rodeos que se llaman cortejo y declaraciones
amorosas; es preciso que brote como la planta con la
sola ayuda del rocío de la noche y déla natural hume
dad de la tierra. La flor que abre su cáliz solo por la
fuerza de medios artificiales, es raquídea, sin vistosos
colores y pobre de perfume; el amor que para nacer
necesita de atenciones y frases estudiadas, no puede
menos que ser un amor ficticio, un triste amor.
Quizá por este motivo habia. llegado á los 25
años sin haber conocido este sentimiento que, mas que
á menudo, en vez de goces solo causa sinsabores. La
fortuna que tanto afan causa á los hombres, viendo la
muchedumbre de los que inútilmente trabajan para
adquirirla sin conseguir su objeto, le hizo pensar que
debia uno esperarla en su casa y no incomodarse en
correr tras ella. Es verdad que esto, mas que con sus
principios, estaba en consonancia con su carácter pe
rezoso; pero siquiera hubo razón, porque, apesar de
haber nacido pobre, una hereucia inesperada lo elevó
al rango, sino de los capitalistas,al menos de las jentes
acomodadas.
Justamente con esto motivo en 185... se vio obliga
do á hacer un viaje á Talca, y de ahí volvia á fines de
agosto del mismo año, cuando un fuerte temporal lo
obligó á alojarse á media tarde en una de esas malas
posadas del camino del Sur. Apesar de ser temprano,
de las tres piezas únicas que poseía el rancho que tan
pretenciosamente se titulaba casa-posada, solo habia
una que estuviera libre, ha liándose ya las otras dos
ocupadas por viajeros que también á causa del tempo
ral habiaii llegado primero allí.
Como á las ocho de la noche, cuando la oscuridad
habia ya caido completamente, de tal modo que los
objetos no se divisaban ni á dos varas de distancia, en
tró á la posada con gran ruido un carruaje de cuatro
ruedas, tra \ endo en pos de sí un sinnúmero de caballos
sueltos. Un hombre gordo y pequeño, envuelto en
una gran capa descendió primero del coche, que para
que no se embarrotan los pasajeros se habia allegado
al corredor, y luego dió la mano para ayudarla á ba
jarse á una mujer que lo acompañaba. Conducida por
é! filé á sentarse en uno de esos viejos escaños de
madera que se ven en algunas casas de campo y que