Full text: 1.1881,5.Febr.=Nr. 5 (1881000105)

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EL CORREO AMERICANO 
■ropa habían promiscuado sus tesoros para darnos un homb.; e 
■nuevo, con inclinaciones distintas de las tres razas, pero 3in 
perder ninguna de sus condiciones características. La arro 
gancia española, la sobriedad del hijo de la pampa y el ardor 
del hijo de los trópicos se aunaban en la masa popular de que 
Monteagudo, por la singularidad de su talento, estaba llamado 
á ser el campeón, apareciendo con el verdadero sello de su 
clase humilde. 
«Sin blasones, sin pergaminos, sin riquezas, la oscuridad 
labia rodeado su cuna; empero una luz brillante iluminaba su 
porvenir; ese porvenir que arrastraba en pos de sí á (asocie, 
dad entera, anhelosa de independencia, y que por un momen 
to confundió sus ¡deas con el ideal de aquel periodista demó 
crata, bajado desde las cumpres andinas para predicar la 
libertad en la cuna misma de la revolución.» (Vol. I- 
páj. 59.) 
V. 
Hé ahí el retrato del ídolo trazado por el idólatra: hé allí 
el fanatismo del sectario llevado no solo hasta el espíritu 
«inó hasta Ia3 formas, hasta el rostro, el justo, la mirada del 
ideal, y hé allí, consagrada por la parcialidad flagrante la 
injusticia notoria; porque es un hecho consumado y universal, 
que atestiguan hasta los raros admiradores que en su tene 
brosa carrera encontró el tribuno tucumano. el de que tenia 
■éste un aspecto físico repulsivo, una mirada feroz y un modo 
de ser que á todos inspiraba alejamiento ó terror. Por su 
estrnc! ura física y por su oríjen de castas, Monteagudo era 
lo que se llamaba «un mulato lívido», un temperamento bilio 
so, amarillento, surcado por profundas ojeras blanquecina 3 
como las del semblante de Robespierre. Tenia de este el 
aseo minucioso y metódico en el vestir, junto con el inquieto 
y figoso ardor físico y moral de Marat. cuya alma desaliñada 
y sanguinaria vivia en la suya, amasijo volcánico y agri de 
■tres razas confluentes. Sábese que Monteagudo tenia e[ 
cuidado mas exquisito con sus uñas, detalle y propensión je- 
nuinamente felina, y que como Marat vivia dentro de su tina. 
Marat murió en el baño por el puñal de Carlota CorJay. 
Monteagudo habia salido del suyo cuando cayó bajo el cuchi 
llo de Candelario Espinosa. (1) 
VI. 
Refléjase esta predilección innata del espíritu en cada una 
•de las pajinas fiel escritor argentino, y su ilusión patriótica 
ilega al punto de ensalzar memorias que pasan hoy casi por 
ridiculas, cuando colúmbralas ¡i la sombra de una bandera pa 
va él justamente querida. Asi, por ejemplo, refiriendo el 
gobierno corto, pero altisonante y majadero del coronel Quin 
tana. cuntido durante dos ó tres meses fue Director interino 
de Chile, fastidiando hasta á I03 centinelas de palacio con su 
pueril prosopopeya, habla el señor Pelliza (vid. II, páj. 19) 
«de la digna conducta del honorable Quintana, cuyos proce 
dimientos solo respiraban prudencia y sabiduría. . .» ¡Oh! Y 
ei supiera el entusiasta biógrafo argentino la idea íntima y 
personal que San Martin tenia de aquel pobre figurón político 
que era su tio ! Quintana filé en la revolución de Chile uno 
de esos biombos de la China, medianamente pintarrajados, 
que San Martin quitaba y ponia en su gabinete, unas veces 
de tabique y otras veces de pantalla, pero su mérito y su im 
portancia no pasó nunca mas allá de ese pobre oficio y del de 
tio .. con alto pesar de su sobrino. T do lo contrario. En 
la época á que se refiere precisamente el historianor argenti 
no, San Martin mandó á su casa al coronel Quintana (es decir 
quitó el biombo), porque olvidándose el último de su papel 
(tí El retrato (fue trae el volúmcn do la obra del señor Pelliza, eonser 
va el primor do la elegancia rebuscada de Monteagudo, que solo vestia de 
seda, terciopelo <5 exquisitas telas, y la peculiaridad do sus unas, suma 
mente largas, estilo quo nadie practicaba en esa ¿poca. 
metióse á hacer todo jénero de necedades, que el gran capi 
tán fustigó con la ira y hasta con la broma. 
VII. 
Los dos hermosos volúmenes del señor Pelliza, perfecta 
mente impresos, como lo si n generalmente los libros históri 
cos en Buenos Aires, solo cousagran unas trescientas pájinas á 
la narración de la existencia y servicios de D. Bernardo Mon 
teagudo (111 pájinas el 1 o . y 180 el 2 o .), pero en cambio ha 
logrado el entendido biógrafo compilar y reproducir con es 
mero, si no todos, los principales y preciosos escritos cono 
cidos de Monteagudo, desde los editoriales de su Mártir ó 
libre, peldaño de su fama juvenil en Buenos Aires, hasta su 
famoso folleto sobre la confederación americana, utopia de 
Bolívar, que él dejó inconcluso y con la tinta mojada sobre 
su mesa cuando bajó á la acera para morir. 
Es este un mérito notable de la obra que recorremos, y por 
este solo servicio la literatura americana debería estar agra 
decida al inteligente y empeñoso coleccionista del Plata. 
VIII. , 
En cuanto al libro contemporáneo en horas, escrito sobre ej 
mismo tema por el señor Fregeiro. y que junto con el anterior 
nos ha llegado, es un hermoso volúmen de 450 pájinas; su in 
terés es diferente, y á nuestro juicio superior al que le prece 
de. por estas dos razones capitales I a . porque tiene mayor, 
mas constante y mas límpida aspiración á la justicia, y 2*. 
porque es el fruto de un esfuerzo mucho mas aventajado de 
labor, de confrontación y de criterio. 
El libro del señor Pelliza parécenos concebido de antemano, 
á prior-i, en el espíritu; y vaciado inmediatamente en el molde 
con el chorro candente del artífice, que no ha cuidado de la 
pureza de la materia prima: oro, cobre, estaño, poco ha im 
portado al ( brero, ron tal que la sustancia liqui la ¡a al fuego 
de su pasión y de su entendimiento, baya penetrado en to las 
las cavidades ríe la arcilla con antelación preparada. El se 
ñor elliza ha sido estatuario y fundidor, todo á un tiempo. 
Mas, no ha ido siempre por ese peligroso camino el joven 
escritor que boy le disputa la palma como biógrafo de Mon 
teagudo, (y decimos jóv-n porque tal nos lo apunta él mismo 
en bondadosa carta), pues é base de ver desde su prólogo 
que sabe poner aoarte y aq ilatar los diversos componentes 
y metales de su libro. 
Comienza, en efecto el señor Fregeiro, por discutir la per 
sonalidad ríe su protagonista desde su cuna; y de su análisis 
resulta que no es posible asegurar definitivamente cuál fué la 
verdadera madre de este hombre singular, que parecia haber 
sido amamantado á las tetas de una loba, como I03 fundadore s 
de Roma. ¿Fué la criolla Catalina Cáceres, como lo dice 
textnaln ente el padre de Monteagudo en su testamento au- 
jéntico de 1825? ¿O lo fué la llamada Luisa Asmaya, Ama 
ya ó Anu iya. cemo lo dice esta misma en su testamento, au 
téntico también, encontrado y exhibido en la ciudad del Tu- 
cuman hace solo do3 años por el escritor argentino (lorostia- 
ga? ¿O nació »n la Paz do madre sierva, libreó liberta, co 
mo lo decía ayer un diario de esa ciudad, y como lo sostenía 
en Lima en 1860 su apoderado y legatario don Juan José 
Sanatra. acaudalado comerciante argentino? ¿O todavía es 
verosímil la tradición de la revuelta zamberia de Lima, que 
hace limeño al que fué su azote y murió á manos de un zambo 
y de un negro ? 
Misterio indeciso todavia, si bien la ley habría de aceptar 
como el mas válido de todos esos testimonios el reconocimien 
to explicito del padre en 1825. 
IX 
351 señor Fregeiro, cuyo libro está enriquecido con cente-
	        
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