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Érse un ángel que, por retozar más de la cuenta so
bre aa nane crepuscular teñida de viólela, perdió
pie ycayó lastimosamente á la tierra.
Su mala suerte quiso que, en vez de dar sobre la
fresca hierba acogedora, diese contra bronca piedra,
de modo y manera que el cuidado se estropeó un ala,
el ala derecha por más señas.
Allí quedó despatarrado, sangrando, y aunque daba
Voces de socorro, como no es usual que en la tierra
se comprenda el idioma de los ángeles, nadie acudía
en su auxilio.
& En esto acertó á pasar no lejos, un niño que
Volvía de la escuela, y aquí empezó ja buena suerte
del caído, porque como los niños suelen comprender
la lengua angélica (en el siglo XX mncho menos,
pero en fin...) el chico allegóse al mísero y, sor
prendido primero y compadecido después, tendióle la
mano y le ayudó á levantarse.
Los ángeles no pesan y la leve fuerza del niño bas
tó para que aquél se pusiese de pie.
Su salvador ofrecióle el brazo y Vióse entonces el
más raro espectáculo: un niño conduciendo á un án
gel por los senderos del mundo...
Cuando llegaron á la casa, sólo unos cuantos chi
cuelos curiosos les seguían. Los hombres, muy ocu
pados en sus negocios, las mujeres, que comadreaban
en las plazuelas y al borde de las fuentes no se habían
percatado de que pasaban un niño y un ángel. Sólo
cierto poeta que divagaba por aquellos contornos,
asombrado clavó en ellos los ojos, y sonriendo bea
tamente los siguió durante buen espacio de tiempo con
la mirada. Después se alejó pensativo.. -
Grande fué la piedad de la madre del niño cuan
do éste le mostró á su alirroto compañero.
— ¡Pobrecillo!—exclamó la buena señora—le dole
rá mucho el ala, ¿eh?
El ángel, al sentir que le hurgaban la herida, dejó
oír un lamento armonioso: como'nunca había cono
cido el dolor, era más sensible á él que los otros
mortales, forjados para la pena.
Pronto la caritativa dama le vendó el ala, á decir
Verdad, con trabajo, porque era tan grande que no
bastaban los trapos, y más aliviado y lejos ya de las
piedras del camino, el ángel pudo ponerse en pie y
enderezar su esbelta estatura.
Era maravilloso de belleza. Su piel translúcida pa
recía iluminads por suave luz interior, y sus ojos, de
un hondo azul, de incomparable diafanidad, miraban
de manera que cada mirada producía el éxtasis.
— Los zapatos, mamá, eso es lo que le hace falta.
Mientras no tenga zapatos, ni María ni yo (María
era su hermana) podremos jugar con él —dijo el niño.
Y esto era lo que le interesaba sobre todo: jugar
con el ángel.
A María, que acababa de llegar también de la es
cuela y que no se hartaba de contemplar al visitan
te. lo que le interesaba más eran las plumas: aque
llas plumas gigantescas, nunca vistas, de ave del
paraíso, de quetzal heráldico, de quimera... que cu
brían las alas del ángel. Tanto que no pudo conte
nerse y acercándose al celeste herido, sinuosa y za
lamera, cuchicheóle estas palabras :
—Di, ¿te dolería que te arrancase yo una plu
ma?... La deseo para mi sombrero...
—Niña —exclamó la madre indignada, aunque no
comprendía del todo aquel lenguaje.
Pero el ángel, con la más bella de sus sonrisas,
le respondió extendiendo el ala sana:
—Di cual te gusta...
— Esta tornasolada ..
— ¡Pues tómala!
Y se la arrancó resuelto, con movimiento lleno de
gracia, extendiéndola á su nueva amiga, quien se
puso á contemplarla embelesada.
No hubo manera de que ningún calzado le Viniese
al ángel. Tenía el pie muy chico y. alargado en una
forma deliciosamente aristocrática, incapaz de adap
tarse á las botas americanas (únicas que habían en
el pueblo), las cuales le hacían un dañó tremendo,
de suerte que claudicaba peor que descalzo.
La niña fué quien surgió al fin la buena idea:
—Que le traigan—dijo—unas sandalias. Yo he vis
to á San Rafael con ellas, en las estampas en que
lo pintan de viaje con el joven Tobías, y no pare
cen molestarle en lo más mínimo.
Por fin, el ángel, calzado con sus sandalias y bas
tante restablecido de su mal, pudo ir y venir por to
da la casa.
Era adorable escena verle jugar con los niños.
Parecía un gran pájaro azul, con algo de mujer y
mucho de paloma, y hasta en lo zurdo de su andar
había gracia y señorío.
Podía ya mover el ala enferma y abría y cerraba
las dos con movimientos suaves y un gran rumor
de seda, abanicando á sus amigos.
Cantaba de un modo admirable y refería á sus
dos oyentes historias más bellas que todas las in
ventadas por los hijos de los hombres...
No se enfadaba jamás. Sonría casi siempre y de
vez en cuando se ponía triste.
Esta expresión de tristeza augusta fué quizas lo úni
co que se llevó el ángel de su paso por la tierr ,...
¿Cuántos dias transcurrieron así? Los niños no
hubieran podido contarlos; la sociedad de los ánge
les, la familiaridad con el Ensueño tienen el don
de elevarnos á planos superiores, donde nos sustrae
mos á las leyes del tiempo.
El ángel, enteramente bueno ya, podía Volar, y en
sus juegos maravillaba á los niños, lanzándose al
espacio con una majestad suprema; cortaba para ellos
la fruta de los más altos árboles y á veces los cogía
á los dos en sus brazos y volaba de esta suerte.
Tales vuelos, que constituían el deleite mayor para
los chicos, alarmaban profundamente á la madre.
— No vayáis á dejarlos caer por inadvertencia,
señor Angel — gritábale la buena mujer, — os confieso
que no me gustan juegos tan peligrosos...
Pero el ángel reía y reían los niños, y la madre
acababa de reír también, al ver la agilidad y la fuerza
con que aquél los tomaba en sus brazos y la dulzura
infinita con que los depositaba sobre el césped del
jardín ... Se hubiera dicho que hacía su aprendizaje
de Angel Custodio ...
— Sois muy fuerte, señor Angel — decía la madre
llena de pasmo.
Y el ángel respondía con cierta suficiencia infantil:
— Tan fuerte que podría zsfar de su órbita á una
estrella.
Una tarde los niños encontraron al ángel sentado
en un poyo de piedra, cerca del muro del huerto,
en actitud de tristeza más honda que cuando estaba
enfermo.
— ¿Qué tienes? — le preguntaron.
Respondió:
— Tengo que ya estoy bueno, que no hay ya pre
texto para que permanezca con vosotros... ¡que me
llaman de allá arriba y que es fuerza que me Vaya!
Replicó la niña:
— ¡ Que te vayas ! ¡ eso nunca 1
— ¡ Eso nunca! repitió el niño-
— ¿Y qué he de hacer si me llaman?...