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LA PIEDRA EN EL LAGO
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TARJETAS POSTALES
De Pablo Subirana, escritor,
á Matilde Gracia, provinciana.
5 de Abril.
No, no me ha molestado su postal. Al contrario. Hay en
ella una ingenua sinceridad que emociona. ¿Por qué había de
negarme á poner algo en esta otra postal que me envía 5
Siempre que firmo alguna de ellas siento cierta sensación
de orgullo. Es la seguridad indudable de que una mujer á
quien no conozco, ni tal vez conozca nunca, ha pensado en
mi. — Pablo Subirana...
De ella ú él.
7 de Abril.
Distinguido señor: Muchas gracias por su bondad.
Algo vanidosa, pero franca, es la confesión. No importa
Antes bien, parece una frase de algún personaje de sus
novelas. Conozco todas ellas.
De los novelistas que ahora hablan de la mujer, es usted
tal vez el único que nos comprende, porque tiene la delica
deza de no ruborizarnos nunca, como dicen los hombres ru
borizan otros autores que suenan mucho y cuyas obras lee
mos las mujeres bastante menos de lo que ellos se imaginan.
Su última obra Lejos acierta de tal modo en loque debe
ser el amor, que casi hace llorar.
Sinceramente su admiradora, Matilde Gracia.
10 de Abril.
De él á ella.
Por este correo le envío dedicadas las dos novelas Le
jos... y La madre indiferencia.
No vea el menor asomo de vanidad en ello, como yo tam
poco he visto en sus dos tarjetas anteriores nada molesto
para su sensibilidad.
Téngo el presentimiento de que seremos buenos amigos. Ni
yo pienso hacerla el amor, ni usted debía aceptarlo. Creo
muy oportuna esta advertencia para que siga adelante nues
tra amistad.
Hoy en Madrid llueve. Causa una gran melancolía acercar
se a los cristales del balcón y ver que la noche llega sin
crepúsculo, caminando por el cielo gris como una mendiga,
no como una reina después de la batalla donde su rey ene
migo perdió la sangre y el oro.
Buenas noches, amiga mía. - Pablo Subirana.
17 de Abril.
De ella á él.
Buenos dias, amigo mío.
Su tarjeta me ha'hecho mucha gracia. Palabra de honor.
Efectivamente. A pesar de que no piensa hacerme el amor,
ha acertado usted. Seremos dos buenos amigos; pero nada
más.
Tengo novio y piensa casarse conmigo. Le molesta la lite
ratura y tiene el instinto del hogar y de la fidelidad.
He creído un deber mió enseñarle nuestras tarjetas y pe
dirle permiso para seguir escribiéndolas. Se ha encogido de
hombros sonriendo.
No crea usted por esto que soy rica y á él no le interese
otra cosa que aumentar su hacienda.
Es que él es así, con una gran confianza en el porvenir,
porque se encontró el presente como un regalo magnífico.
Al nacer no hubo más que buenas hadasen su cabecera.
Gracias por las dos novelas. Las pienso volver á leer. La
vida de provincia es muy propicia á la lectura. Mi padre
además, es hombre que no se cuida de en qué gasto el dine-
ce Tceñl cuS a !* lereS ’ y ?' ¡ madre es * a «"‘caque fruu-
Dlaza MaSnr ¡mn f que - e . n '? s cuentas del librero de la
ni 3 ™. ayor lra p orta n casi tanto los libros de texto de mi
si enterideíELÍ 0S t m - 0 r “ de va ^ a y amena literatura». No se
fi tetra tn; t ? r,eta ’ aunque me he esforzado en hacer
tilde Gra muy ch qu ta y en cruzar lo menos posible. — .Wa
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CARTAS
21 de Abril.
De él á ella.
Amiga mía: Perdone que busque más amplio campo á nues-
tro epistolano. Si usted quiere, puede seguir escribiéndome
en postales; pero yo seguiré haciéndolo en cartas, á menos
que usted... o su novio se opongan.
Me interesa usted mucho, amiga mía, No me había engaña
do al juzgarla una mujer distinta de las anteriores. Juega us
ted con su corazón como una juglaresa con puñales: pero me
voy a permitir darla un consejo: Hábleme de su novio cuando
guste, pero no vuelva á hablarle á él de mí.
bsto, suponiendo que en ese amor tenga usted empeñada
una gran parte de su vida.
Porque si á su novio no le importa que usted se escriba
con otro hombre, es que no es digno de su cariño: ó por
sobradamente bueno ó por irremediablemente malo. Y ningu
na de las dos cosas puede convenirla. Los hombres, y más
los hombres españoles, no concebimos el amor sin los celos.
Ademas, Matilde, cuando una uiujer enseña al novicias
cartas de otro hombre, o es que le quiere mucho y pretende
avivar por este peligroso medio el cariño que empezaba á
apagarse, o es que.
No; perdone que me calle la segunda suposición Volvería
a juzgarme vanidoso. Siempre suyo, Pablo Subirana.
50 de Abril.
De él á ella.
.—® v * ,1W ,ia L^vjiiLGóiciLiu usieur ¿Acaso
mi carta anterior pudo llevar alguna involuntaria ofensa?
Lo sentiría, porque esta amistad ha llegado á ser una de
mis mas gratas preocupaciones cotidianas.
Hoy, el día ha sido claro y envuelto todo él en una luz de
verano. Sol de oro y sombra azul. Por las calles han pasado
trajes blancos y bocas rojas.
Los árboles tienen ya su pleno verdor, y las sillas y los
veladores de los cafés se han desbordado sobre las aceras.
Y ahora que es de noche, una noche plácida, con bruma de
calor y cielo luminoso, he pensado en tierras del Sur y he
pensado en usted.
Tendrá usted una frente ancha y azulina, con opulencia de
oro o negrura de ébano; sus ojos, que tal vez sean azules por
amor de mar, que tal vez sean negros por lógica de su san
gre española, sabrán de miradas largas y de brillos de alegría.
Sera usted alta, ondulante, y ahora, en estos días en que
el sol gusta más que nunca de la tierra, vestirá un vestido
blanco, y entre los encajes se asomará castamente la rosa de
su carne. Sus manos las sueño pulidas y con hoyuelos, con
unas curvadas que raspen sin ruido las teclas en los valses
frivolos, y su blancura ha de hacer bien en la roja encua
dernación de un libro, en la negrura del devocionario y en la
policromía de un ramo de flores.
Tal vez su novio la llame loca en sus silencios, en alguno
de sus llantos silenciosos y sin motivo ó en una risa inmoti
vada y sorprendente para ocultar un rubor ó agradecer un
gozo.
Vivirá usted en una casa blanca, de poca altura, con azotea
florecida de tiestos y desde la que se verá el mar y los Incen
dios del sol en las horas benditas del crepúsculo.
una tarde — el sol encobrece con reflejos rojos las torres
de las iglesias, pone un temblor de oro en las últimas ramas
de los arboles, empurpura las puntas de las velas latinas y
separa los dos azules del cielo v del mar como una rasgadura
ígnea y sangrienta — la llega la visita de mi carta.
La costura tiene blancor de nieve en los cestos. Su madre
se ha tendido en la mecedora, y con los brazos enarcados
hacia el respaldo piensa en inquietudes domésticas. Su her
mana se ha asomado al balcón y, recostada sobre el barandal
de hierro, charla y ríe con una vecina. Unas nenas cantan
canciones ingenuas y antiguas en la calle. Acaso una sirena
se lamenta despidiéndose del puerto. ..
Y usted después de leer mi carta saldrá al balcón, donde
esta su hermana, y mirará hacia el final de la calle, pidién
dole a la esquina la silueta de su novio.
¿Como sera su vjda? Yo la sueño semejante á la de una
muchacha a quien hice versos en no importa qué provincia.
ira usted al paseo los domingos: un paseo de palmeras,
sobre cuyas hojas polvorientas resbalarán las notas de la
eharanga metida dentro del quiosco.
Oirá misa de doce siempre en la misma iglesia, engañando
su impaciencia de salir por entre la doble fila de muchachos
conocidos.
Sus padres se abonarán al teatro cuando la feria, y en la
baranda de la platea apoyará sus brazos enguantados y ju
gara con el abanico y los gemelos de concha.
Y quizá en un día inolvidable, visitando un cañonero que
Venia ó iba á tierras presentidas, habrá sufrido una honda