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C¡ Oder de lü critica. ¿ Ejerce, la crítica, una in-
iluencia grande y profunda en el ánimo del público ? Esta
pregunta, formulada infinidad de veces á raíz de los ver
gonzosos fracasos de las temporadas de la gran actriz Erna
Gramática y del gran actor Gustavo SaiVini, durante las
cuales,los críticos de Montevideo hicieron esfuerzos inau
ditos e infructuosos por encaminar y guiar al público que
se mostraba odiosamente hostil y reservado, esta pregunta-
repito - tiene hoy, con respecto á la temporada Garavaglia,
una respuesta franca y categórica. Pero la respuesta, fa
vorable en todo a los críticos, no deja de encerrar una do
lorosa constatación del mal gusto y del criterio mediocre
de nuestro auditorio. De no ser por la obstinada y justa
protesta que los señores críticos Nogueira, Bianchi y Crosa
expresaron, repetidas veces, en las columnas de los perió
dicos en que escriben, el público veleidoso é ignorante, hu
biera seguido en su casi inexplicable abstención y la tempo
rada del eximio Garavaglia habría marcado el exponente de
nuestra cultura artística .. . Por que en verdad, quienes han
salvado, hasta cierto punto, de un ridículo sin nombre al
auditorio de Montevideo, son, ciertamente, los nombrados
señores críticos. Estos, con un tesón
encomiable, con un entusiasmo sin
gular, con una perseverancia in
flexible, indicaron el camino, seña
laron, en términos duros y audaces,
la torpeza y la desidia de nuestro
público. Y, cual diestros que, lazo
en mano, fustigaran á las bestias
dispersas para reunirlas y lanzarlas
al potrero, aquellos señores hicieron
restallar el látigo de sus críticas en
la.. dignidad de un público que
abriga la ingénua y conmovedora
sospecha de creerse artístico é ilus
trado. Y aunque aquella compara
ción resulte un poco insolente y
brutal, no debe olvidarse, como pe
queño dato ilustrativo, el hecho de
que gran parte de la concurrencia
que asistiera la noche de « Hamlet»
al Urquiza, entró durante el primer
acto, en la sala de este teatro, en
una forma indigna de un pueblo
correcto. Pues habéis de saber que
■el público, en su precipitación por
Ver y aplaudir un artista que los
críticos citados habían hecho apa
recer ante sus ojos como una de
las figuras más descollantes del
arte dramático contemporáneo, ba
tía puertas, hablaba en alta voz y
se desplomaba bruscamente en las
butacas, sin advertir que el artista Garavaglia, objeto de
su repentina ansiedad, encontrábase en una de las escenas
más emocionantes de la tragedia de Shakespeare. Cito
tan solo, la noche de «Hamlet» por ser ella la primera
velada en que el público dió señales de haber atendido y
obedecido á la crítica. Por otra parte, eso de llegar al
teatro después de comenzada la representación, es costum
bre inveterada de estos auditorios del Plata.
Garavaglia ha tenido, pues, durante sus cuatro últimas fun
ciones, uñ público numeroso. No debemos inquietarnos ya
por la suerte que pudiera correr el criterio de nuestro audi
torio ante el concepto de tan grande artista., artista que,
en último caso, no tendría sino una sonrisa de indulgencia
para estos públicos engreídos.. - Por que, quien, como Gara
vaglia, ha triunfado en París, Milán, Roma, Nápoles y otras
grandes é ilustradas ciudades, poco ó nada debe interesarle
el triunfo venido de gentes...
“Partenza”. — Juzgar la última pieza del señor Otto
Miguel Cione después de haber presenciado una sola repre
sentación, es tarea un tanto ingrata y desagradable. El es
pectador sale del teatro, mareado, aturdido, sin saber á
dónde gobernar sus pasos. « Partenza », Hsta por vez pri
mera, resulta una obra desconcertante. Dijérase que sus
principales personajes son sombras que se mueven de aquí
para allá, sin justificación alguna. • Ni un carácter dile-
neado con rasgos seguros y vigorosos, ni una situación
que responda á otras. . ¿ Qué es Augusto ? ¿ Qué es Lelia ?
Dos seres que se aman y no se aman, que se buscan y se
rehuyen, que se ofenden y se excusan : dos criaturas incom
prensibles, en fin, á primera vista. El infortunio de este ma
trimonio son los celos, si no me equivoco. Los celos insu
fribles de Lelia hacen que el marido, Augusto, busque en la
vida galante la felicidad y el amorque no ha encontrado en
su hogar. A oídos de Lelia llega, un mal día, la nueva de los
amores ocultos de su marido. (Ignoro qué recurso ó expe
diente ha empleado el señor Cione para hacer conocer esa
dolorosa verdad á la esposa, porque... ¡vaya! yo también
soy de los que suelen llegar tarde á ciertos teatros ). Y esta
lla, no sin haber enviado antes un despacho telegráfico á su
padre, don Mauricio, estanciero bonachón que aparece en el
primer acto, al llamado urgente de su desventurada hija. En
un diálogo enternecedor, Lelia refiere á su padre toda su
desgracia. Quiere el divorcio. Pero el viejo le promete, en
tono afectuoso, que intermediará en el sentido de unir á los
esposos agraviados. Entra, entonces, Augusto. Y después de
una corta charlar ei marido promete á su suegro abandonar
á la amante, que es una coupletisla de variedades, siempre
que Lelia jure no torturarlo con sus celos inoportunos. Pa
rece que todo tiende á arreglarse. El viejo sale muy bien
impresionado. En el dintel, Augusto le estrecha la mano y lo
convida á cenar. Pero he aquí que la cena no se realiza,
pues la repentina llegada de varios amigos de Augusto hace
que. éste olvide el convite y resuelva marcharse con ellos
á casa de su amante. Por otra parte, la formalidad de Au
gusto no corre peligro alguno, por cuanto el viejo don Mau
ricio no aparece más en escena .-
Desesperanzada ante la partida de su esposo, aguijoneada
por los celos, Lelia determina trasladarse al hotel de la
coupletisla, su rival, en compañía del
ama de llaves. Su visita no extra
ñará á la cantante: Es el día de
los tuberculosos. . Y cae el telón.
En el segundo acto — el mejor de
la obra, á nuestro entender — nos
hallamos en un salón de la casa de
Julia Pinedo, la cantante de varie
dades. Desfilan, por allí, tipos extra
ños y libertinos: un alemán que
abraza á una francesa ( el barón
von Fichter ). un viejo charlatán y
descarado (Pérez Carrasco), un
ministro con aire de mozo de cor
del ( el ministro Petite chose ), un
jovenzuelo favorecido ( Raúl Dani
lo ), el amante oficial ( Augusto ) y
otras figuras no menos interesan
tes. Augusto descubre que su aman
te tiene un preferido. Esto lo cons
tata mientras finge dormir en un
amplío diván Y'fiel á su propósito,
resuelve abandonarla. ¿ Quién pa
gará, ahora, los caprichos de Julia
Pinedo ? Y en tanto que la cantante
se inquieta ante la remota posibili
dad de encontrar, entre la caterva
de sus admiradores, un hombre adi
nerado, llega el ministro con aire
de mozo de cordel- se aproximad
ella, la mira con ardor y le ofrece,
por último, su apoyo en sustitución
del otro Gran alegría departe de Julia. En medio de este
alborozo se anuncia la llegada de dos señoras que Vienen
por el óbolo: Lelia y el ama de llaves.
Después de una breve entrevista con la cantante, las da
mas se retiran. Lelia vuelve á su casa sin haber logrado
descubrir nada de particular en aquella aventurera. « Es una
mujer como las demás », piensa Y, por uno de esos misterios
impenetrables del alma femenina, la figura del marido
arrepentido, preséntase, de nuevo, ante ella como un ser
odioso, abominable. No puede amarlo. No sabe porqué • •
Hace mil esfuerzos- Augusto se arrodilla ante ella. Las
caricias del esposo n.o logran despertar su sensibilidad...
Todo es en vanó; no puede amarlo ! Ella ha cometido, ade
más, una imprudencia incalificable. Ha arrojado á las llamas
en un instante de arrebato, los manuscritos de comedias,
dramas y novelas cuyo autor era su esposo. Por que— par-
don por el olvido — Augusto es dramaturgo de fama.
Y la partenza se impone. Es el único recurso que les
resta á los desventurados en el amor. Lelia quisiera mar
charse á la estancia de.su padre. Allá, en la campiña vivirá
en sosiego, junto con don Mauricio. Pero una picara romanza
titulada « Partenza » dice:
-< Partir c’est mourír »
Y ante esta cruel sentencia, Lelia, abandonada, triste,
adolorida, atraviesa por la escena y penetra en su aposento
en donde se suicida.
Solís. Mucho ha gustado á nuestro público la opereta
en tres actos « La casta' Susana > estrenada por la compañía
Vítale El libreto no deja de tener situaciones divertidas é
interesantes y la música, del maestro Gilbert, es, en general,
fresca, juguetona y expontânea. Es claro que no falta en
dicha opereta aquello de :« — ¿ me amas ? — Sí.— Bueno*
vamos á bailar ». Pero esto del baile es tanto más disculpable
cuanto que el recurso en cuestión permite á la Ciotti lucir
unas curvas graciosas y unas pantorrillas que inquietan.. -
Y esto basta...
Juanita Ramón. — « Del 18 de Julio
Silvio SAFFI.