Full text: 1.1911=Nr. 16 (1911000116)

O N I C A 
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C¡ Oder de lü critica. ¿ Ejerce, la crítica, una in- 
iluencia grande y profunda en el ánimo del público ? Esta 
pregunta, formulada infinidad de veces á raíz de los ver 
gonzosos fracasos de las temporadas de la gran actriz Erna 
Gramática y del gran actor Gustavo SaiVini, durante las 
cuales,los críticos de Montevideo hicieron esfuerzos inau 
ditos e infructuosos por encaminar y guiar al público que 
se mostraba odiosamente hostil y reservado, esta pregunta- 
repito - tiene hoy, con respecto á la temporada Garavaglia, 
una respuesta franca y categórica. Pero la respuesta, fa 
vorable en todo a los críticos, no deja de encerrar una do 
lorosa constatación del mal gusto y del criterio mediocre 
de nuestro auditorio. De no ser por la obstinada y justa 
protesta que los señores críticos Nogueira, Bianchi y Crosa 
expresaron, repetidas veces, en las columnas de los perió 
dicos en que escriben, el público veleidoso é ignorante, hu 
biera seguido en su casi inexplicable abstención y la tempo 
rada del eximio Garavaglia habría marcado el exponente de 
nuestra cultura artística .. . Por que en verdad, quienes han 
salvado, hasta cierto punto, de un ridículo sin nombre al 
auditorio de Montevideo, son, ciertamente, los nombrados 
señores críticos. Estos, con un tesón 
encomiable, con un entusiasmo sin 
gular, con una perseverancia in 
flexible, indicaron el camino, seña 
laron, en términos duros y audaces, 
la torpeza y la desidia de nuestro 
público. Y, cual diestros que, lazo 
en mano, fustigaran á las bestias 
dispersas para reunirlas y lanzarlas 
al potrero, aquellos señores hicieron 
restallar el látigo de sus críticas en 
la.. dignidad de un público que 
abriga la ingénua y conmovedora 
sospecha de creerse artístico é ilus 
trado. Y aunque aquella compara 
ción resulte un poco insolente y 
brutal, no debe olvidarse, como pe 
queño dato ilustrativo, el hecho de 
que gran parte de la concurrencia 
que asistiera la noche de « Hamlet» 
al Urquiza, entró durante el primer 
acto, en la sala de este teatro, en 
una forma indigna de un pueblo 
correcto. Pues habéis de saber que 
■el público, en su precipitación por 
Ver y aplaudir un artista que los 
críticos citados habían hecho apa 
recer ante sus ojos como una de 
las figuras más descollantes del 
arte dramático contemporáneo, ba 
tía puertas, hablaba en alta voz y 
se desplomaba bruscamente en las 
butacas, sin advertir que el artista Garavaglia, objeto de 
su repentina ansiedad, encontrábase en una de las escenas 
más emocionantes de la tragedia de Shakespeare. Cito 
tan solo, la noche de «Hamlet» por ser ella la primera 
velada en que el público dió señales de haber atendido y 
obedecido á la crítica. Por otra parte, eso de llegar al 
teatro después de comenzada la representación, es costum 
bre inveterada de estos auditorios del Plata. 
Garavaglia ha tenido, pues, durante sus cuatro últimas fun 
ciones, uñ público numeroso. No debemos inquietarnos ya 
por la suerte que pudiera correr el criterio de nuestro audi 
torio ante el concepto de tan grande artista., artista que, 
en último caso, no tendría sino una sonrisa de indulgencia 
para estos públicos engreídos.. - Por que, quien, como Gara 
vaglia, ha triunfado en París, Milán, Roma, Nápoles y otras 
grandes é ilustradas ciudades, poco ó nada debe interesarle 
el triunfo venido de gentes... 
“Partenza”. — Juzgar la última pieza del señor Otto 
Miguel Cione después de haber presenciado una sola repre 
sentación, es tarea un tanto ingrata y desagradable. El es 
pectador sale del teatro, mareado, aturdido, sin saber á 
dónde gobernar sus pasos. « Partenza », Hsta por vez pri 
mera, resulta una obra desconcertante. Dijérase que sus 
principales personajes son sombras que se mueven de aquí 
para allá, sin justificación alguna. • Ni un carácter dile- 
neado con rasgos seguros y vigorosos, ni una situación 
que responda á otras. . ¿ Qué es Augusto ? ¿ Qué es Lelia ? 
Dos seres que se aman y no se aman, que se buscan y se 
rehuyen, que se ofenden y se excusan : dos criaturas incom 
prensibles, en fin, á primera vista. El infortunio de este ma 
trimonio son los celos, si no me equivoco. Los celos insu 
fribles de Lelia hacen que el marido, Augusto, busque en la 
vida galante la felicidad y el amorque no ha encontrado en 
su hogar. A oídos de Lelia llega, un mal día, la nueva de los 
amores ocultos de su marido. (Ignoro qué recurso ó expe 
diente ha empleado el señor Cione para hacer conocer esa 
dolorosa verdad á la esposa, porque... ¡vaya! yo también 
soy de los que suelen llegar tarde á ciertos teatros ). Y esta 
lla, no sin haber enviado antes un despacho telegráfico á su 
padre, don Mauricio, estanciero bonachón que aparece en el 
primer acto, al llamado urgente de su desventurada hija. En 
un diálogo enternecedor, Lelia refiere á su padre toda su 
desgracia. Quiere el divorcio. Pero el viejo le promete, en 
tono afectuoso, que intermediará en el sentido de unir á los 
esposos agraviados. Entra, entonces, Augusto. Y después de 
una corta charlar ei marido promete á su suegro abandonar 
á la amante, que es una coupletisla de variedades, siempre 
que Lelia jure no torturarlo con sus celos inoportunos. Pa 
rece que todo tiende á arreglarse. El viejo sale muy bien 
impresionado. En el dintel, Augusto le estrecha la mano y lo 
convida á cenar. Pero he aquí que la cena no se realiza, 
pues la repentina llegada de varios amigos de Augusto hace 
que. éste olvide el convite y resuelva marcharse con ellos 
á casa de su amante. Por otra parte, la formalidad de Au 
gusto no corre peligro alguno, por cuanto el viejo don Mau 
ricio no aparece más en escena .- 
Desesperanzada ante la partida de su esposo, aguijoneada 
por los celos, Lelia determina trasladarse al hotel de la 
coupletisla, su rival, en compañía del 
ama de llaves. Su visita no extra 
ñará á la cantante: Es el día de 
los tuberculosos. . Y cae el telón. 
En el segundo acto — el mejor de 
la obra, á nuestro entender — nos 
hallamos en un salón de la casa de 
Julia Pinedo, la cantante de varie 
dades. Desfilan, por allí, tipos extra 
ños y libertinos: un alemán que 
abraza á una francesa ( el barón 
von Fichter ). un viejo charlatán y 
descarado (Pérez Carrasco), un 
ministro con aire de mozo de cor 
del ( el ministro Petite chose ), un 
jovenzuelo favorecido ( Raúl Dani 
lo ), el amante oficial ( Augusto ) y 
otras figuras no menos interesan 
tes. Augusto descubre que su aman 
te tiene un preferido. Esto lo cons 
tata mientras finge dormir en un 
amplío diván Y'fiel á su propósito, 
resuelve abandonarla. ¿ Quién pa 
gará, ahora, los caprichos de Julia 
Pinedo ? Y en tanto que la cantante 
se inquieta ante la remota posibili 
dad de encontrar, entre la caterva 
de sus admiradores, un hombre adi 
nerado, llega el ministro con aire 
de mozo de cordel- se aproximad 
ella, la mira con ardor y le ofrece, 
por último, su apoyo en sustitución 
del otro Gran alegría departe de Julia. En medio de este 
alborozo se anuncia la llegada de dos señoras que Vienen 
por el óbolo: Lelia y el ama de llaves. 
Después de una breve entrevista con la cantante, las da 
mas se retiran. Lelia vuelve á su casa sin haber logrado 
descubrir nada de particular en aquella aventurera. « Es una 
mujer como las demás », piensa Y, por uno de esos misterios 
impenetrables del alma femenina, la figura del marido 
arrepentido, preséntase, de nuevo, ante ella como un ser 
odioso, abominable. No puede amarlo. No sabe porqué • • 
Hace mil esfuerzos- Augusto se arrodilla ante ella. Las 
caricias del esposo n.o logran despertar su sensibilidad... 
Todo es en vanó; no puede amarlo ! Ella ha cometido, ade 
más, una imprudencia incalificable. Ha arrojado á las llamas 
en un instante de arrebato, los manuscritos de comedias, 
dramas y novelas cuyo autor era su esposo. Por que— par- 
don por el olvido — Augusto es dramaturgo de fama. 
Y la partenza se impone. Es el único recurso que les 
resta á los desventurados en el amor. Lelia quisiera mar 
charse á la estancia de.su padre. Allá, en la campiña vivirá 
en sosiego, junto con don Mauricio. Pero una picara romanza 
titulada « Partenza » dice: 
-< Partir c’est mourír » 
Y ante esta cruel sentencia, Lelia, abandonada, triste, 
adolorida, atraviesa por la escena y penetra en su aposento 
en donde se suicida. 
Solís. Mucho ha gustado á nuestro público la opereta 
en tres actos « La casta' Susana > estrenada por la compañía 
Vítale El libreto no deja de tener situaciones divertidas é 
interesantes y la música, del maestro Gilbert, es, en general, 
fresca, juguetona y expontânea. Es claro que no falta en 
dicha opereta aquello de :« — ¿ me amas ? — Sí.— Bueno* 
vamos á bailar ». Pero esto del baile es tanto más disculpable 
cuanto que el recurso en cuestión permite á la Ciotti lucir 
unas curvas graciosas y unas pantorrillas que inquietan.. - 
Y esto basta... 
Juanita Ramón. — « Del 18 de Julio 
Silvio SAFFI.
	        
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