Crónica
159
Bachelin acompañado de una griseta de
nombre Magda con quien había tenido
en París una aventura jocosa.
El segundo acto en la misma fábrica.
Llegan varios amigos de Octavio, jóve
nes viveurs acompañados de graciosas
actrices.
En una fiesta, Octavio se declara á Eva
y la invita á concurrir. Ella acepta vis
tiéndose con un traje de Magda.
Ya en el salón, Eva con su belleza,
conquista admiración. Octavio derriba una
estátua colocándola á ella sobre un pe
destal después de adornarla con un co
llar de perlas.
Papá Larouse acude con varios obre
ros pidiendo por Eva. Octavio confiesa
que se quiere casar, logrando apaciguar
á Larouse. Cuando éste abandonó la
sala, Octavio dirigiéndose á Eva, le dice
que todo es mentira, que él está enamo
rado pero nó hasta el punto de casarse.
La propone ser su amante. Eva in
dignada arroja el collar y se vá.
El tercer acto en París. Eva cansada
de la vida de obrera huye á la gran
capital. Se encuentra con el conde de
Morny que le ofrece una amistad plató
nica. Eva acepta. Después ... como to
das las operetas. Llega Octavio v ...
FOLLETIN DE “CKÓJNICA”
J. BARBEY D’AUREVILLY.
AMOR DE ESPAÑOLA
—¡Ah! no te creo. ¿No he intentado
cien veces librarme de tí? ¿No has pro
bado tú también á romper ese lazo fu
nesto? ¿Hemos podido alguna vez, Ry-
no? Yo sufrí mucho por tu abandono,
cuando me dejaste por mujeres más jó
venes y más bellas, pero al fin me con
solé. Amé también, ó al menos intenté
amar cómo tú amabas. Pues bien; el
lazo roto se volvió á atar siempre. ¿ Era
capricho? ¿Era costumbre? Volvías ámí
cuando te esperaba, como si hubiésemos
adivinado yo tu vuelta á mis brazos, tú
mi espera. Hoy te casas con una jo
ven á la que amas. Yo estoy segura de
que no te amo ya. Y sin embargo, ¡es
tamos lo mismo que desde hace diez
años! ¡ Razón tenía yo cuando dije al
vizconde, antes de entrar tú, que no ha
bía desenlace posible para esta fatal y
triste...
—Es preciso, sin embargo, que lo ha
ya-dijo Marigny con el tono resuelto
de un hombre que se reprochase á sí
mismo una debilidad—. Si hemos deja
do de amarnos, seguiremos siendo sin
ceros. Esta noche he venido para darte
un supremo y último adiós.
—Te engañas, Rvno, si crees en los
adioses eternos. ¡Volverás á mi lado!
Te lo digo sin alegría, sin orgullo, sin
celos: herirás el corazón de la joven con
quien te vas á casar para volver á mi.
¡No!, ¡no! Sé tu poder de seducción,
pero amo á esa joven casta y encanta
dora. No la haré sufrir.
Está bien—dijo la Bellido—, es no
ble y leal pensar así. Pero, ¿á cuántas
mujeres has amado desde hace diez años?
¿quién puede creer que durarán los mo
vimientos ó impulsos más generosos de
tu corazón?
—¡ Ah!— respondió Marigny con exalta
ción—, ¡Jamás amé á nadie como á ella,
ni á tí, ni á tí misma! Los sentimien-,
tos, la pasión que hacías hervir en mi