Full text: 1.1913,15.Aug.=Nr. 9 (1913000900)

Crónica 
179 
¿Cuánto duró aquel silencio? Ellos 
no lo midieron. Pero avanzando la no 
che, entró Oliva extrañada de no oir nin 
gún ruido en la habitación de su ama. 
Al entrar los vió de pié, al lado del fue 
go que se apagaba. Monsieur de Ma 
rigny se estaba poniendo la capa. Iba á 
marcharse. En cuanto á la Bellido, pe- 
guía impasible. 
Alumbre á monsieur de Marigny— 
dijo á la doncella—, y al volver tráiga 
me una cajita de madera de sándalo que 
está en mi alcoba. 
Monsieur de Marigny siguió á' la Oli 
va en una disposición singular que sólo 
conocen los hombres que han roto con 
lo que constituyó mucho tiempo su ilu 
sión. 
La doncella volvió con la cajita. 
-Encienda el fuego—dijo la Bellido, 
abriendo el precioso cofrecito. 
Sacó de él un dije de oro. Contenía 
un precioso retrato de Marigny. 
El fuego llameaba, gracias á la Oliva. 
Entonces la Bellido, con un movimien 
to de pantera, arrojó á la lumbre el dije. 
El oro se fundió, pero como si el re 
trato hecho cenizas no hubiese ardido 
bastante pronto, cogió la barra de hie 
rro de la estufa y golpeó con furia el 
lugar en que había desaparecido, rom 
piendo y haciendo saltar el carbón en 
cendido. ¡Cosa inaudita! La Bellido 
volvía á estar otra vez bella. La trenza 
de sus cabellos se había desprendido y 
caía sobre su espalda. El fuego era pá 
lido comparado con el que despedían sus 
ojos. 
La Bellido seguía dando golpes ... Por 
un hecho parecido fué considerado como 
loco lord Byron por la sagaz y razona 
ble Inglaterra; pero la doncella no era 
inglesa. Servía á su ama desde hacía 
cuatro años, y observó aquel acto ca 
prichoso, en silencio y sin estupefacción... 
Había visto otros, sin duda. 
—Señora—dijo cuando la Bellido ter 
minó su destrucción—, monsieur de Ce- 
risy espera á usted en el salón. 
—Que espere ó que se marche; quie 
ro pasar la noche aquí—contestó la so 
berbia española. 
Luego sacó de la cajita que había que 
dado abierta, un frasco. Lo destapó y 
bebió de una vez lo que contenía. 
Pero, señora — dijo la sirvienta — 
ese caballero está impaciente desde ha 
ce dos horas. Ha preguntado dos veces 
por usted . 
—Pues que se marche—dijo con alta- 
neríarS soy libre, no obedezco ya á nadie. 
Al decir esto se acostó en el diván. 
VI 
LA CURIOSIDAD DE UNA ABUELA 
Madame de Flers recordaba las pala 
bras de la condesa de Artelles. Todavía 
no había tenido, como pensaba, ninguna 
explicación con su futuro nieto. ¿ Por 
qué esperaba? ¿Se había desvanecido 
la esperanza que tenía al principio de 
esclarecerlo y saberlo todo? ¿Había re 
nunciado á ello? Aún cuando hubiese 
querido olvidar las confidencias de su 
amiga, no hubiera podido hacerlo con 
una mujer como la condesa, que la pro 
metía detalles ciertos sobre las relaciones 
entra la Bellido y Ryho. 
Por otra parte, madame de Flers no 
dejaba de reconocer que tales relaciones, 
si existían, expondrían á Hermangardaá 
una de esas desgracias para las cuales el 
mundo no tiene más que ironías crueles 
ó una falsa piedad. 
Madame de Artelles, por su parte, no 
consiguiendo obtener aquellos informes 
que prometía constantemente á su ami 
ga, temía que la indulgente marquesa vol 
viese á dudar de ella. Como se ha visto, 
el hurón de la condesa de Artelles, mon 
sieur de Prosny, no había conseguido 
lo que deseaba. La Bellido no pareció 
herida en su amor al saber el casamien 
to que, según las previsiones de la con 
desa y del vizconde, debía hacerla lanzar 
gritos de águila abandonada. Desde su 
primera visita, monsieur de Prosny había 
vuelto á casa de la «criatura», como de 
cían aquellos aristócratas de nacimiento, 
y de hipócrita moralidad; pero con el 
tacto que poseía en un grado eminero»
	        
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