Crónica
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tristura en dulce melodía y su voz
misteriosa de poeta llenó los ámbitos
despertando los corazones con ecos
entusiásticos.
Quizás el mundo tuvo para „-ilma-
f'uerte, en algún tiempo aventuras y
alegrías... quizás la suerte le impul
só entre negruras... unas y otras im
primieron en su espíritu la huella in
deleble que revela su carácter dulce
mente retraído y que descubre en él
todas las grandezas de las almas su
periores.
Pedro B.Palacios (Almafuerte) reve
lando desde los primeros tiempos de
su vida una hermosa placidez se de
dicó á la enseñanza, pasando largos
años entregado á las ingratas tareas
de maestro de escuela en las que
quizás descubriese encantos su espí
ritu gigante y gozase su alma senci
lla al acariciar las frentes infantiles,
cuyas inteligencias se esforzaba en
ilustrar.
Y mientras, Almafuerte educaba
pequeñuelos en las soledades de su
alma hacía versos, y á través de la
vida cruzaba ignorado el maestro-
poeta ...
Un día, por casual impulso, se le
ocurrió á Almafuerte enviar unos
Versos á un gran diario de Buenos
Aires. Los versos tuvieron un éxito
admirable y desde aquel instante Al
mafuerte asentó sus plantas en el
mundo de las letras con el título de
genio.
Bien pronto las poesías de Alma-
fuerte traspasaron las fronteras y el
gran tribuno español, gloria de la
oratoria latina, don Emilio Castelar,
le dedicó en «El Globo» sus primeros
elogios en un artículo hermosísimo
como todo cuanto salía de la pluma
de aquel hombre.
Ya Almafuerte era conocido en
España y América; ya los críticos
elogiaban sus obras y don Juan Va-
lera, el sabio escritor bajo cuya plu
ma pasaban todos los poetas dejando
desgarrones de su gloria, respetó las
labores de Almafuerte y si bien no
tuvo elogios para ellas tampoco en
sus cantares se cebaron los dardos
acerados de su crítica.
Andando el tiempo fuê destituído
Almafuerte de su cargo de las escue
las, porque no tenía título de maestro
y aquel hombre que entre risas de
niños y besos de auras cumplía su
doble misión de instruir y deleitar á
los humanos, se vió reducido á la
más horrorizante miseria...
El gobierno, sin embargo, no quiso
abandonarle y á título de pensión le
otorgó diez mil pesos que el poeta
distribuyó sabiamente.
Seis mil pesos le costó la casita en
que vive y cuatro mil se le reparten
en pequeñas mensualidades.
¡Así vive Almafuerte! calladamente,
modestamente, y así vivió siempre
lejos del mundo, apartado del bullicio,
que le aturde... Como todos los gran
des hombres busca las delicias de su
alma en la soledad...
Esta vida recogida del poeta ha
despertado siempre el interés de sus
amigos y el señor Agustín Fernández,
redactor de «La Nación», pensando
con acierto, resolvió, obligar al poeta
argentino, á dar unas conferencias,
porque si á nuestros lares llegan va
tes y oradores extranjeros y levantan
sus fortunas en nuestro escenario es
muy justo que los hijos predilectos de
la patria hallen también un poco de
beneficio en la misma forma que lo
enéuentran tantos otros.
El señor Fernández tuvo una íeliz
iniciativa, pero era preciso vencer los
escrúpulos y la resistencia de Alma-
fuerte. .. ¡Labor pesada y tarea largal
Fernández luchó con la modestia del
poeta, pero al fin sus argumentos
irrebatibles obtuvieron el triunfo de
seado y ante un público selecto y
numeroso se presentó Almafuerte le
yendo «El Misionero» y siendo pre
miada su labor con grandes aplausos.
Lo llevó á la escena el doctor Beli-
sario Roldan, quien con las galas