Full text: 1.1913,15.Nov.=Nr. 15 (1913001500)

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Crónica 
EL EMAHORADO DELAS PIEDRAS 
oasr? poyada en la balaustrada de 
wÉm Mirtha espera. Hay 
WxPá en sus ojos de un verde líqui- 
do, de un verde claro de es- 
‘ "*■ meralda, la lujuriosa floración 
de las almas bravias. 
Paseó su mirada por la terraza y 
murmuró: 
—¿Dónde estará mi amigo. 
Impaciente, con brusco ademán de 
histérica, estrujó entre sus finos dedos 
de aristócrata una soberbia rosa roja. 
Los pétalos al caer sobre el vestido 
de seda color perla, se adhería for 
mando coloraciones rosadas. Eran 
manchas, peço manchas perfumadas. 
—Es la hora en que mi pobre filó 
sofo, me suele hablar de sus visiones 
y cuando habla se transforma. ¡Que 
inmensos delirios se agitarán en su 
mente! Cuando se reclina en mi 
hombro para besar mis rubíes, mien 
tras mis labios se posan sobre sus 
grandes ojeras, siento una febril im 
paciencia que no me explico. Siento 
deseos de llorar. En esos momentos, 
yo vivo sus ensueños y veo los espec 
tros y lloro sin saber por qué. 
El adora mis rubíes y mis esmeral 
das. Mi padre dice que es un loco, 
yo no creo ¡es tan bueno mi primo! 
Flavio tiene algo de la demencia de 
un dios. 
Así pensaba Mirtha, mientra un 
crepúsculo color rosa se insinuaba en 
el jardín de la espléndida terraza. 
Un rumor de mar inquieto, de mar 
que sufre y ruge, llenaba el ambiente 
de aquella tarde. En la playa y en la 
lejanía inmensa, el agua verde sucio, 
se contraia con impaciencia de neuro 
sis. Y era incurablemente triste la 
infinita ondulación verdosa, y el azul 
brumoso del cielo. 
Mirtha esperaba la visita de un 
varón. Su carne de virgen, carne de 
R (Tliguel Rceueúo 
leche y polvo de rubíes se estremecía. 
Su boca intensamente roja, con sus 
labios finos acarminados de sangre 
tibia, se fruncía con impaciencia y 
deseos de vibrar. 
Flavio no venía. Su demencia tenía 
caprichos de soledad, Próducto exóti 
co de una filosofía de perverso egoís 
mo, buscaba e1 silencio y el coloquio 
insonoro con e1 alma de las cosas. 
Misántropo, por la adoración frenéti 
ca de su propio yo, se alejaba de los 
hombres. Buscaba en las piedras in 
mutables y misteriosas el secreto de 
su solemne inmovilidad. 
Su locura provenía de la traicionera 
caricia de los paraísos artificiales. El 
bebedor de eter, siguió a su maestro 
Maupassant. Huérfano de tibiezas ma 
ternales, buscó en su prima el poema 
del eterno cantar. Su padre inmensa 
mente rico, se ocupaba más de las 
joyas de sus queridas, que de los 
veinte años enfermos y desequilibra 
dos de su hijo. 
Mitha sonrió. En la escalera de la 
terraza apareció Flavio. Su rostro 
pálido, con palidez de miticismo, ha 
cía fulgurar más la diabólica negrura 
de sus ojos. 
—Soy un dios—dijo—Y 1os dioses 
no tienen patria porque son inmensos. 
Mi patria soy yo mismo, fuera de mí 
nada existe. Soy el círculo y el punto, 
la gran miseria de la Nada y el Todo 
cósmico proyectado por mi mente. 
Soy un Jesús enfermo dé orgullo. 
Vivo dentro de una forma de pen 
samiento. Soy la causa del Universo 
y el efecto de mí mismo. Hay en mí 
un Dios, pero un Dios muy humano 
y muy loco. 
Llegándose hasta Mirtha, la miró v 
luego sonriendo: 
—Mirtha, que bella estás — dijo —
	        
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