Full text: 1.1913,15.Nov.=Nr. 15 (1913001500)

Crónica 
249 
Tienen tus cabellos de un rubio de 
tinte viejo, polvos de topacio mezcla 
dos con oro líquido. Eres un poema 
de belleza maligna, Mirtha, un poema 
endemoniado que pervierte mi gran 
filosofía. 
—Te esperaba Flavio. EsJa hora en 
que solemos reunirnos. 
—Llámame Theos. Déjame besar 
tu cuello de sacerdotiza de la luna. 
Es tu epidermis un tejido más suave, 
más divino que el Saimph de Tanit. 
Eres mi Salombó, Mirtha, la Salombó 
que acaricia y aduerme una serpien 
te. No romperé tu cadenilla de casti 
dad, porque soy un Dios y los dioses 
no conocen la voluptuosidad de la 
lujuria. 
Ah! esos rubíes. Te amo Mirtha 
por ese collar ensangrentado, collar 
de oro y gotas de sangre; por tus 
rubíes triunfantes que parecen heri 
das frescas sobre carne de niño. 
Te amo, porque en tus ojos hay la 
elocuencia de los zafiros. Hay colora 
ciones de agua mansa en tus pupilas, 
cuando sonríes. Y esmeraldas licua 
das con tonos de ajenjo puro, cuando 
brillan ebrios de perversidad. 
—Me amas solo por eso, Flavio. Lo 
sé y sufro. 
—Gritos de carne, gritos rojos son 
tus carbunclos. En tus labios se licua 
ron, Mirtha, se licuaron, por eso es 
maligno el beso de tu boca. Beso 
helado como el alma de las piedras. 
Mirtha abandonó su cuerpo sobre el 
marmol. Bajo la seda color perla, in 
sinuó sus líneas la comba de un torso 
incitante, torso de mujer joven. Su 
mano, 'como soberbia camelia abier 
ta, se apoyó con desgano en el hombro 
de Flavio. Ambos guardaron silen 
cio. Mirando fijamente la inmensidad 
verdosa del mar, sintieron tristezas 
extrañas. Poco a poco fueron palide 
ciendo. La profunda y complicada 
psicología del enfermo, fué unificán 
dose hasta girar alrededor de una 
incurable apatía. 
Abstraíase con enojo, con dolorosa 
renunciación. En tanto, la mujer sen 
tía la triple emoción de triple caricia. 
Su carne rebelde, no veía sino 
carnes angustiadas de placer, en la 
ondulación lujuriosa de las olas. Sus 
dedos se crisparon sobre el hombro 
del varón. Su pecho se agitó, y un 
suspiro rompió el encanto de sus 
labios cerrados. 
Flavio se estremeció. 
—Yo saludo a los espectros—mur 
muró—Son almas anónimas de un 
país de crepúsculos eternos. Almas 
buenas, como besos, como notas, como 
flores. Almas trágicas como noches 
de pasiones. Yo las adoro. 
En las horas yertas de silencios, 
cuando flota sobre la tierra el insano 
delirio de las tinieblas, oigo la música 
insonora de sus voces. Me hablan 
tristemente de un país donde se cuaja 
el pensamiento. 
Espectros, ¡espectros! alejaos. De 
jadme solo. Llevo en el cerebro un 
so! inmenso. Un sol que viene de 
Dios, porque yo soy un otro Dios. 
Una carcajada delirante, histérica 
atravezó el silencio. 
—¡Flavio! gritó Mirtha, abrazándole. 
—¡Mirtha! Mirtha, te detesto. Huye 
de mí. Floración de carne, fruto de 
lujuria ¡vete! Vampiro que chupas 
con tu boca maldita, mi carne de pie 
dra — gritando — Quiero tu sangre 
Mirtha, quiero beber. Rompe tus ve 
nas y dame el vino de rubí. Tengo 
sed de cosa amarga. Tu eres amar 
ga como la coca. 
—Así te quiero Flavio — gritó 
Mirtha, desgreñada, palpitante con la 
boca entreabierta y seea—Eres un 
dios. 
Con furia de poseída, apretó contra 
sus senos duros y punzantes la cabeza 
de Flavio. 
—Dame sangre. Estruja con tus 
manos de ágata tus venas de zafiro. 
Quiero bañarme en líquido rojo. 
Toda la contenida y sombría lujuria 
de las piedras siento palpitar dentro 
de mí.
	        
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