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Crónica
Minha, la virgen nubil, se retorcía
como serpiente. Sus pupilas de un
verde negro se cuajaron de puntitos
rojos.
Flavio se irguió jadeante.
—Mirtha, mira el mar, ¡que bello!
—Se agita y se retuerce y ondula
convulso. Se diría que goza.
—El mar goza. Cuando levanta sus
olas como torsos lascivos de mujer,
es porque algo muerde sus entrañas.
El mar es una hembra con caprichos
de histérica; pero una histérica siem
pre virgen. Es hermosa facinante y
falsa. Acaricia y mece y arrulla, pero
es maligna y mata. Es la finalidad de
todos los amores femeninos.
Mira, Mirtha. Es verde como las
esmeraldas; esmeraldas diabólicas co
lor de ajenjo. Es una ilusión que
produce vértigos. Cuando sus ondas
forman tersas perspectivas, se siente
melancolías absurdas. Es la solemne
lujuria de lo inmenso, de lo supervo.
Tu no me entiendes, porque eres
mujer. Tienes carne que ahulla de
deseos, eres del sexo de las carnívo
ras. Aprende a no tener apetitos y
llegarás hasta mí. Yo amo a los seres
bifrontes porque no saben pensar.
Mata en tus nervios la emoción y en
tu cerebro la idea y serás un cadáver
perfecto. Yo amo a los cadáveres;
no sienten, no gozan, no sufren, no
rien. ¿Puede haber mayor perfec
ción?
Soy un loco, porque soy una idea y
un descontento. Dudar es malo, pero
estar satisfecho es peor. Pensar, es
tener un abismo en el cerebro.
Eres bella, Mirtha. Es tu cuerpo un
trasunto de todas las armonías y la
posibilidad de una podredumbre.
Baila y ríe, mientras tienes carne.
Cuando seas un espectro, te haré
danzar la danza de los dioses.
—Te amo, Flavio. Te amo.—decía
Mirtha, apretando su pecho ardiente,
contra el marmol indiferente y gélido.
—Conviértete en piedra si quieres
mi amor.
—Flavio, no seas cruel.
—Soy insexuado como las rocas.
Mirtha ahogó en un suspiro mitad
sollozo, el amargo sabor de su des
pecho. Sus rodillas se doblaron. Sus
brazos magníficos se cruzaron sobre
el pecho c.on la humilde resignación
de dos vencidos, mientras sus senos,
erectos, duros como dos mármoles
tallados,se irguieron triunfantes fuera
de la seda. De la seda color perla,
color de carne pálida. Ojerosa y mag
nífica, ébria de dolor y de deseos,
Mirtha, la de los ojos de ajenjo puro,
se ofrecía humilde como Tais la Cor
tesana. Toda la suavidad de malva
de su epidermis intocada, se tornó
irritable. Y su cuerpo cantó el deseo
y su boca se frunció colérica bajo el
impulso de una sensación brutal.
-Flabio—balbuceó--Somos tan solos.
Yo te amo porque eres la materiali
zación de un tipo inmenso. Soy vir-,
gen. Nadie tocó mi boca ni acarició
mi cuerpo. Siento en mis venas ju
guetear la demencia de mi sangre
joven, de mi sangre color de vino.
Sé mi amante; cuando seas mi esposo
te odiaré. Has envenenado mi ser
con tu palidez serosa, palidez de
cuadro antiguo. ¡Eres, perverso, in
comprensible, hurañol
Te amo y te detesto. Hay en tí la
belleza de los dioses y la horrible
voluptuosidad de un crimen.. .Estoy
loca...¡Bah! ¿acaso me importa? Qui
siera ser reina para pisotearte y des
preciarte. Eres un miserable; por eso
te amo! lie de besar tu boca de pie"
dra, tu boca perversa. He de clavar
mis dientes en tu carne helada. Y
sentiré toda la voluptuosidad de escu
pirte.
Si fueses hombre te haría llorar y
reir para distraer mi espíritu estran
gulado en los brazos del hastío...
Soy mujer... ¡Flavio! Flavio!—Y des
garrándose el vestido, libertó su cuer
po esplendente, que tenía la soberbia
hermosura de un marmol griego.
Flavio avanzó un paso. Mirtha tré-