ASUNCIÓN DEL PARAGUAY, ENERÓ 31 DE 1914
CRONICA
REVISTA QUINCENAL ILUSTRADA DE LITERATURA,
* * * . ARTE, CIENCIA Y ACTUALIDADES . * * .
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N. 20
JUÍ7TO AL ÍI1AR
M ientras el sol trasponiendo
las colinas gráciles de Porni-
chet, vertía el oro de sus adio
ses sobre los confines del armonioso
horizonte todo el pasado de la vieja
Armónica, se recogió, tomó formas
espléndidas y definitivas, para Leo
nardo Gilí, en aquella apartada y
oliente costa de Bretaña.
Coronaban el montículo de arenas
a donde había subido en compañía
de'su perro favorito, innumerables y
rojos claveles, de fragancia sutil; del
bosque de pinos inmediato, alzado en
la ladera suave de Santa Margarita,
le llegaban alientos embriagadores,
bocanadas densas de oxígeno y re
sina; una gracia infinita se desparra
maba en el crepúsculo, y el mar mis
mo pareció palpitar como una in
mensa delicia a sus ojos, cansados de
haberse abstraído durante horas en
una partida de ajedrez.
Poco a poco las pequeñas islas de
en frente, frecuentadas de los pesca
dores, iban desapareciendo tras una
larga faja de nubes rosadas y blan
cas, que se extendía desde el estre
mo Sur del golfo hasta el faro que
vigila, a la altura de San Marcos, el
paso de los trasatlánticos.
La hora del baño había pasado.
Ni un solo turista se veía ya en la
Playa, pues comenzaba la concentra
ción nocturna al hqtel, entre cuyos
vestíbulos colosales de vidrio claro
se veían estallar los focos eléctricos,
y pronto alternarían los angelicales
rostros y las espaldas desnudas de
las mujeres, con las notas negras del
frac y el smoking de los caballeros.
Al notar la venida de la noche,
había suspendido Leonardo la parti
da de ajedrez que estaba jugando en
un chalet vecino con su amigo el
coronel inglés O’Mearle, para vol
ver al suyo, donde le aguardaba su
enferma Lucila, a quien debía con
ducir al baño todas las tardes.
Llegados a la playa, no pudo re
sistir al deseo casi infantil de subir
al cerro de arenas que se alzaba a
unos ocho metros de elevación.
Rápido como un buen sportman,
subió con su galgo de pura sangre
y llameantes ojos, a las cúspides de
las arenas cubiertas de claveles y allí
renovó por breves instantes sensa
ciones de la primera juventud.
*
* *
Era el incentivo irresistible del al
ma romántica lo que a aquel millo
nario escéptico volvía a asaltar.
En vano había roto su lira, por no
haber superado con ella las creacio
nes del arte moderno; en vano se
creía abroquelado contra los artifi
cios y los asedios de la irrealidad,
equilibrando sus ímpetus en la fría
aceptación del destino.