Crónica
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dría mucho gusto en serle útil. Es
criba a »
Fernández no supo que pensar de
tan extravagante misiva. Creyó tra
tarse de una de esas hurlas que un
amigo poco inventivo, desocupado y
de adocenado gusto, se permite para
matar el tedio, no premeditando ni
el valor ni las consecuencias de ella.
Al reflexionar luego sobre el sabor
bien femenino del contenido total,
otros muchos detalles poco comunes
al sexo fuerte, y una revista gene
ral al temperamento y modo de ser
de sus amigos, su imaginación voló
hacia otras hipótesis.
Supuso también, fuese una de esas
románticas encanecidas entre nove
lones por entregas, con mucho tiem
po disponible para intentar encarna
ciones de personajes más o menos
extravagantes. Quiso olvidar la car
ta, pero el escrito se agitaba insis
tentemente en su cerebro, preocu
pándolo a su pesar. No pudiendo
dominar por más tiempo la curiosi
dad y tentación de escribir que le
tenían en constante sobrexcitación
nerviosa, se decidió a contestar con
otras tantas líneas en tono evasivo,
previniéndose de un posible ridículo,
con dejar en blanco el lugar de la
firma.
A los pocos días recibió otra es-
quelita exactamente idéntica a la pri
mera, aunque con contenido más
abundante, elocuente y significativo.
La incógnita se lamentaba de la po
ca fortuna obtenida en la carta ini
cial. Hacía protestas de sinceridad
tratando de destruir toda sospecha
de mofa. Decía nutrir el más grande
respeto por él, había leido todas sus
producciones y no deseaba más que
ser su amiga para ayudarlo en cier
tas psicologías femeninas que forzo
samente debían escapar a su penetra
ción de hombre, por sutil que fuese.
Pablito sintió un indescriptible fas
cino hacia la desconocida que ahora
no consideraba una vulgar bromista
o mujer de poca educación como se
la figurara al recibir la intrigante
esquela.
Entreveía un ser superior, más
conocedora del alma humana que él
mismo, tan ufano con su percepción
que juzgaba de clarovidente psicó
logo.
Poco a poco, las cartas banales de
un principio, fueronse haciendo gra
dualmente interesantes. Sin perca
tarse de ello, Fernández, fué entre
gándose a aquella desconocida que
escribía de una manera admirable,
rodeando de un misterio seductor,
aquella su alma sensible, indiscuti
blemente dotada de rara originalidad.
Las cartas se sucedían apartándose
completamente del rumbo que deja
ran entrever. Se abrían a las con
fidencias comunicándose las mayores
puerilidades de sus vidas y los más
insignificantes detalles de sus almas
soñadoras.
A la solicitud de conocerla que
formulase Pablito, Delia contestó
con una descripción abundante y
magistral mente hecha de su persona.
«Tengo veinte años, escribía, soy
linda, mis ojos son del color de la
uva en estado de madurez, mi nariz
es recta, uniéndose por una línea
apenas perceptible a la frente am
plia expresiva de inteligencia. Mis
mejillas son rosadas y mi boca peque-
ñita con los labios muy rojos, muy
carnosos y muy frescos; y mis cabe
llos abundantes son del color del éba
no. Mi estatura es alta, soy esbelta y
las curvas de mi cuerpo son suaves;
no provocan pero admiran y sedu
cen. Un escultor amigo de mi fami
lia. dice que tengo el perfil de una
estatua griega y el encanto de una
bayadera levantina».
Pablito Fernández, le envió su re
trato en contestación. Ella lo agra
deció mucho manifestando su entu
siasmo por la varonil belleza de su
cuerpo y la expresión inteligente de
los ojos y de la frente. Disculpóse