Crónica
víctimas del 10 de Agosto. El con
junto de los homicidios empezados
en 1789 no está tal vez muy por de
bajo de un millón. El señor Léonce
de Lavergne estima en un millón el
número de franceses fallecidos du
rante la guerra de 1792 a 1800, y la
cifra de los individuos muertos de
miseria durante el período revolu
cionario, es muy superior a un mi
llón, según las avaluaciones dé Taine.
La revolución ha costado, pues,
unos tres millones de existencias.
Tal es la suma espantosa que resul
ta de estas diferentes estadísticas.
F. ü.
mi,
¿Las lágrimas curan
Muy pocas personas saben a qué
punto las lágrimas son antisépticas
y bienhechoras.
La ciencia, que nada respeta, aca
ba de analizarlas. Las lágrimas ma
tan los microbios.
El doctor Lindhal, de Copenhague,
ha descubierto que constituyen un
veneno mortal para los bacilos de
ciertos tumores, aunque no tengan
efecto en las bacterias probablemente
menos sensibles de la pulmonía in
fecciosa.
Hay que admirar una vez más, la
bondad de la Providencia que ha
puesto el remedio al lado del mal y
ha hecho nacer del sufrimiento las
lágrimas para que lo alivien.
El doctor Lindhal se ha dedicado
a varios experimentos, de los cuales
se desprende que las lágrimas no
sirven sino frescas y en el estado
nativo acabadas de vertir. Conserva
das, enfriadas o artificialmente reca
lentadas, pierden por completo su
acción terapéutica.
Toda la virtud de las lágrimas es
tá, pues, en su sinceridad.
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Karczus «le los yanquis
Los grandes almacenes de nove
dades son el paraíso de la mujer.
Un americano ha tenido la feliz idea
de dar a los maridos una compensa
ción. lia instalado en sus almacenes
un bien surtido bar para que los es
posos tengan sitio donde aguardar
tranquilamente a que sus señoras
realicen sus compras de sombreros,
guantes, ropa blanca, etcétera.
Cada marido recibe a la entrada
un número. Cuando la dama termi
na sus compras, entrega una chapa
a un sirviente y éste, asomándose a
la puerta del bar, dice, por ejemplo:
¡El número 17! El marido paga su
consumación y muy orondamente sa
tisfecho, toma el brazo de su esposa
y salen a la calle, cargando él, na
turalmente, con los paquetes. Esta
novísima idea está teniendo grandes
rendimientos en Nueva York.
El acanta
Se cuenta que el arquitecto Cali
maco, pasando cerca de la tumba de
una joven que hacía un año había
muerto, precisamente cuando estaba
próxima a celebrar su dichoso hime
neo, movido de una tierna emoción
se acercó para poner algunas llores
sobre aquella losa, cuando vió que
otra ofrenda había precedido a la
suya. La nodriza de esta joven, re-
cojiendo las flores y el velo que de
bían servir el día de las nupcias, las
había colocado en su canastillo, y
poniéndolo sobre la tumba, bajo una
planta de acanto, lo había cubierto
con su largo tallo. A la primavera
siguiente las hojas de acanto habían
cubierto el canastillo, pero sujetas a
sus bordes por el tallo que lo rodea
ba, se arrollaban formando una guir
nalda. Calimaco, sorprendido por es
ta decoración campestre, que parecía
la obra de la musa del dolor, ideó
el capitel corintio, elegante ornato
que todavía admiramos e imitamos
en nuestros días.