Full text: 1.1914,31.Mrz.=Nr. 23/24 (1914002300)

Crónica 
víctimas del 10 de Agosto. El con 
junto de los homicidios empezados 
en 1789 no está tal vez muy por de 
bajo de un millón. El señor Léonce 
de Lavergne estima en un millón el 
número de franceses fallecidos du 
rante la guerra de 1792 a 1800, y la 
cifra de los individuos muertos de 
miseria durante el período revolu 
cionario, es muy superior a un mi 
llón, según las avaluaciones dé Taine. 
La revolución ha costado, pues, 
unos tres millones de existencias. 
Tal es la suma espantosa que resul 
ta de estas diferentes estadísticas. 
F. ü. 
mi, 
¿Las lágrimas curan 
Muy pocas personas saben a qué 
punto las lágrimas son antisépticas 
y bienhechoras. 
La ciencia, que nada respeta, aca 
ba de analizarlas. Las lágrimas ma 
tan los microbios. 
El doctor Lindhal, de Copenhague, 
ha descubierto que constituyen un 
veneno mortal para los bacilos de 
ciertos tumores, aunque no tengan 
efecto en las bacterias probablemente 
menos sensibles de la pulmonía in 
fecciosa. 
Hay que admirar una vez más, la 
bondad de la Providencia que ha 
puesto el remedio al lado del mal y 
ha hecho nacer del sufrimiento las 
lágrimas para que lo alivien. 
El doctor Lindhal se ha dedicado 
a varios experimentos, de los cuales 
se desprende que las lágrimas no 
sirven sino frescas y en el estado 
nativo acabadas de vertir. Conserva 
das, enfriadas o artificialmente reca 
lentadas, pierden por completo su 
acción terapéutica. 
Toda la virtud de las lágrimas es 
tá, pues, en su sinceridad. 
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Karczus «le los yanquis 
Los grandes almacenes de nove 
dades son el paraíso de la mujer. 
Un americano ha tenido la feliz idea 
de dar a los maridos una compensa 
ción. lia instalado en sus almacenes 
un bien surtido bar para que los es 
posos tengan sitio donde aguardar 
tranquilamente a que sus señoras 
realicen sus compras de sombreros, 
guantes, ropa blanca, etcétera. 
Cada marido recibe a la entrada 
un número. Cuando la dama termi 
na sus compras, entrega una chapa 
a un sirviente y éste, asomándose a 
la puerta del bar, dice, por ejemplo: 
¡El número 17! El marido paga su 
consumación y muy orondamente sa 
tisfecho, toma el brazo de su esposa 
y salen a la calle, cargando él, na 
turalmente, con los paquetes. Esta 
novísima idea está teniendo grandes 
rendimientos en Nueva York. 
El acanta 
Se cuenta que el arquitecto Cali 
maco, pasando cerca de la tumba de 
una joven que hacía un año había 
muerto, precisamente cuando estaba 
próxima a celebrar su dichoso hime 
neo, movido de una tierna emoción 
se acercó para poner algunas llores 
sobre aquella losa, cuando vió que 
otra ofrenda había precedido a la 
suya. La nodriza de esta joven, re- 
cojiendo las flores y el velo que de 
bían servir el día de las nupcias, las 
había colocado en su canastillo, y 
poniéndolo sobre la tumba, bajo una 
planta de acanto, lo había cubierto 
con su largo tallo. A la primavera 
siguiente las hojas de acanto habían 
cubierto el canastillo, pero sujetas a 
sus bordes por el tallo que lo rodea 
ba, se arrollaban formando una guir 
nalda. Calimaco, sorprendido por es 
ta decoración campestre, que parecía 
la obra de la musa del dolor, ideó 
el capitel corintio, elegante ornato 
que todavía admiramos e imitamos 
en nuestros días.
	        
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