Full text: 2.1914,15.Aug.=Nr. 32/33 (1914003200)

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Crónica 
nunca mía... ¡Mía! Cuanta dalzura 
trasunta esa divina palabra. A veces 
pienso en la muerte. Pero, tiemblo 
al imaginar la inmensa nostalgia que 
sentiría mi alma, de tus ojos, de tu 
voz, de tus sonrisas y de tu blancu 
ra... 
—No hables así... Me haces mal... 
¡Mía!... ¡Mía! 
José aprisionó entre sus manos, la 
pequeña y fina de Margarita. Todo 
su cuerpo temblaba. Sus ojos negros 
se cuajaron de puntitos rojos. Una 
terrible palidez cubría su rostro. 
Y sobre la seda de la blanca mano 
dejó la huella de un beso cálido. 
Ella suspiró dulcemente, murmu 
rando: 
—¡Rogelio!... Mi Rogelio. 
Un grito de animal herido se esca 
pó de la garganta de José. 
Margarita le miró asustada. Vió 
fulgurar bajo las negras pestañas dos 
ojos incendiados. Las manos crispa 
das, terrible en su trágica actitud 
avanzó hacia ella José. 
—¡Pedro! ¡Pedro! 
Aquí estoy, hija mía—como una 
súbita materialización apareció el an 
ciano. 
—¡Miserable! —gimió José—Ya nada 
me queda. 
—¿Y tu juventud? -repuso Pedro. 
—¿Y el desengaño? ¿Hay algo más 
cruel? 
—Sí murmuró Pedro Despertar 
recién al amor cuando ya se tiene 
olor a sepultura. 
III 
La sombra impaciente asaltó la 
llanura. De la selva vecina, surgió 
un murmullo de suspiros y de risas; 
el viento gemía entre los árboles su 
vieja cuita de amor. 
José, inmóvil como un cuerpo sin 
alma, lloraba en silencio su angus 
tiosa desolación. Sentía frío, un frío 
que mordía con dientes de hielo la 
carne de su corazón. 
¡Perder a Margarita! No. No era 
posible. ¿Puede acaso vivir una flor 
cortada, si ya no tiene savia que la 
alimente? 
¡Gran Dios! ¿Por qué tanto dolor? 
Su alma había ascendido la cuesta 
del amor, en busca de la fuente sa 
grada. Llegó sedienta y en vez de 
agua encontró la amargura de la 
hiel. 
«¿No soy acaso como los demás?— 
pensó—¿Seré siempre yo la víctima? 
La conciencia de mi deformidad 
¿no es suficiente dolor?» Y, mansa, 
felinamente se apoderó de su espíri 
tu una idea roja como la sangre. 
¡Venganza! ¿De quién? Amaba a 
Margarita como se ama a Dios. Co 
mo la flor busca el beso del sol, ese 
beso que luego quemará su alma. 
Como la tierra que se resquebraja de 
sed ama al torrente que la inunda. 
¡Margarita! Su flor, su rocío, su luz, 
su capa de trovero errante... Y José 
lloraba licuando su alma en lágri 
mas ardientes. 
¡Rogelio! Oon qué profunda emo 
ción pronunció ese nombre. Ella le 
amaba. Rogelio era hermoso. Pero 
¿tendría suficiente alma? ¿Sería capaz 
de entregarse todo entero, de no re 
servarse nada, de sacrificarse por 
una sonrisa? 
«¡Oh! yo me humillaré. Sabré con 
moverla. Estrujaré mi corazón y mi 
orgullo. Y ella volverá a mí, porque 
sabrá ya entonces, de cuantas dulzu 
ras soy capaz » 
«¿Humillarse? Estoy delirando. ¿Có 
mo pude pensar una palabra tan 
odiada?» 
¡Margarita! ¿No hablaba él, de sa 
crificio? ¿Sería digna, ella, de una 
grande y suprema renunciación? Pe 
ro ¿y el otro? 
Imaginó ver a Margarita, magnífi 
ca de pudor, estremecerse en los bra 
zos de Rogelio. Entregarse a sus ca 
ricias. Recibir en su boca virgen, la 
vibración de otra boca. 
«No será mía... Nunca... Nunca. 
Y yo que la adoro, no sabré jamás 
de sus caricias. Nunca.»
	        
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