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Crónica
cabrilleó a la media luz de los? faro
les con siniestra fulguración.
La angustia saltó de corazón en
corazón y crispó todos los rostros
Las pupilas cambiaron de matices y
la vida suspendió su carrera un ins
tante para contemplar la crispadura
de la pasión.
—¡Alto ahí!—vibró una voz.
Los hombres se apartaron. Las mu
jer es que rodeaban a Margarita des
vanecida y pálida como la batista
crema de su vestido, volvieron sus
rostros.
Pedro se acercó arrogante, ¡remien
do con orgullosa altanería su busto
fuerte; miró con desprecio al puñal
desnudo y volviéndose a José, or
denó:
-Ven.
—¡Abuelo!
— Ven—volvió a repetir.
- Sea—murmuró José y siguió al
viejo. Antes de salir miró a Rogelio
y sonriendo le dijo: Hasta luego.
Los dos hombres se perdieron en
en la sombra. Caminaron mucho
sin hablarse, sin buscar siquiera una
palabra que desbaratase el terrible
tejido del silencio que los envolvía
desesperadamente.
Pedro se detuvo. El joven preguntó.
- ¿Por qué se empeña Vd. en con
servarme esta ridicula osamenta que
tanto me hace sufrir? Hable.
—¿Por qué?—murmuró Pedro como
si despertase.—¡Ah! Ya lo sabrás.
Leopoldo CENTURIÓN.
(Continuará).
mflüRieiO fllflETERLIReK
S e cuenta de Maeterlinck haber
respondido a Coquelin cuando
éste le insinuaba la conveniencia
de adaptar El Pájaro Azul al gusto
de la multitud: «Jamás; prefiero arro
jar mis manuscritos al fuego.» Esta
respuesta sustancial coincide exacta
mente con la personalidad solitaria
del poeta, cuyo instinto de elimina
ción aristocrática es el fundamento
de su obra mágica y serena, donde
los fenómenos de la subconciencia
alternan con la limpidez de los arre
batos ideales. La superioridad de
Maeterlinck sobre la labor de todos
los autores meditativos consiste acaso
en la familiaridad y simpleza conque
su espíritu escruta los arcanos’ de la
ciencia, y profundiza sin desencanto
ni fatiga en el problema supremo de
la vida atómica y universal. Un poe
ta tan rico de imaginación y de ló
gica. cuyo ademán inquisitivo tiene
una evidencia penetrante que descon
cierta, puede muy bien permitirse la
gloria triste de estar solo, haciéndose
dueño de su imperiosa mirada de
todas las cosas que lo rodean. Jamás
la reflección ha sido guiada con más
encantador sigilo hacia el misterio
de la vida como por la técnica fasci
nadora de este escritor, que es un
enigma y que parece haber puesto
sus ojos en el rostro mismo de Isis..
Ante algunos de sus párrafos senti
mos palpitar en nosotros una entraña
secreta y desconocida, quizás una
potencia oculta de adivinación que
vibra al contacto de la verdad entre
vista en la oscuridad. El es quien nos
dice que no hay un gesto, ni un pen
samiento, ni un pecado ni una lágri
ma, ni un átomo de movimiento que
se pierda en las profundidades de la
tierra; que el alma ancestral se le
vanta en el fondo de nosotros mis
mos, como una evocación del pasado
vivido; que todo el aire espiritual que