Full text: 2.1914,15.Nov.=Nr. 40 (1914004000)

Crónica 
so, alzó su alma augusta, arrogante 
y libre, nó como sacrificio, sino como 
consagración. 
—Mi Dios,—volvió a repetir Alaida 
apoyando en la Trente del artista su 
mano blanca y fina y pequeña, en 
cuyo dedo medio fulguraba su lu 
juria un sangriento rubí. 
Gerardo besó largamente aquella 
blanca ofrenda. Recorrió con su bo 
ca la muñeca hasta el hoyuelo lecho 
so del codo y tejió alrededor del 
brazo un cálido encaje de besos que 
tornó irritable la suavidad de malva 
de su epidermis. 
Un silbido agudo ondeó en el aire 
como una cinta de sonido. La loco 
motora jadeante fue reteniendo su 
carrera poco a poco, hasta detenerse 
por completo, después de una brusca 
sacudida de todo su cuerpo de hierro. 
Un empleado vino a abrir la por 
tezuela del coche. Descendieron. 
—¿Un poco de champagne? 
—Bueno Tengo sed. 
Y abrazados, felices, olvidando la 
tortura interior, con las cabezas jun 
tas, bebieron cada uno en sus copas, 
la rubia bebida espumosa. 
Aquel cuarto de Hotel, amueblado 
con elegancia mundana, con sus 
grandes colgaduras de encajes, con 
sus espejos y cristalerías, daba la 
sensación de un riente baudoir de ar 
tista. 
En el centro, una mesa de mármol 
rosa, sostenía un jarrón de Sévres, 
con relieves de escenas galantes. En 
una fuente de metal bruñido, las ro 
sas manchaban la blanca castidad 
de las sultanas. 
Los globitos de luz eléctrica, con 
pantallas de cuentas de vidrios colo 
reados, importunaban las pupilas. 
—¿Más champagne? 
—Como quieras. 
—Tiene el mismo color que tu ca 
bello. 
Las bocas húmedas y cálidas y an 
siosas se juntaron, con una avidez 
profunda... irresistible, largamente, 
voluptuosamente. Los ojos de Alaida, 
se cerraron perezosamente, dejando 
escapar entre la penumbra de las 
pestañas la perversidad ingenua de 
su mirada verde. 
¡Oh! esa mirada glauca, terrible y 
tentadora. Mirada que acaricia, que 
promete sin entregarse nunca, dia 
bólica a ratos, mística a veces, pero 
siempre torturada. 
—Me hace mal, esa luz. Gerardo... 
Me hace daño. 
—¿Quieres que pasemos a tu habi 
tación? 
—No sé... 
—Dime que sí. ¿Oyes Alaida? Dime 
que sí. 
Titubeó un rato. Luego arrojándo 
se a sus brazos, le ofreció de nuevo- 
la roja tentación de sus labios. 
¡Ah! esos besos sabios, besos ple 
nos de alma y de cuerpo que se en 
trega... Vibración de dos bocas jó 
venes en la espléndida floración de 
la santa, de la única voluptuosidad. 
—¿Quieres que te lleve? 
—Si... llévame... no tengo fuerza. 
Languideció en sus brazos. Suave- 
mente la condujo, ebrio, aturdido, as 
pirando el perfume de violetas de su 
vestido y el mareante olor de su se 
no i n tocad o. 
-Mía... Mía .. 
La alcoba a media luz, dejaba ver 
la irritante blancura de la cama. Cer 
ca, una otomana acolchada, decía el 
poema de la eterna tentación. 
Alaida, con movimiento de histérica: 
abandonó los brazos yendo a refu 
giarse en la otomana, toda temblo 
rosa. 
Era tan hermosa, tan frágil, tan 
humana en su actitud de vencida... 
Había en ella todo el desmayo vo 
luptuoso de su completa renunciación. 
—Alaida, — murmuró, acercándose 
—Mi divina, mi única. Dame tu al 
ma, toda tu alma. 
Perfectamente desnuda... Sin velo,, 
sin rubores como un triunfadorai 
Quiero ser tu dueño, tu creador .. 
Ríndeme tu yo, en un dulce vasalla 
je. Sé para mi la Mujer, la flor he 
cha carne de la mitad de mi espíri 
tu... 
Escúchame... Te amo tanto. Quie 
ro moldearte... no sé como te diría, 
soy un ignorante. Quiero tu verdad... 
¿Entiendes? Toda tu esencia brinda 
da en un beso... 
Ella, le. miró... ¿Hay algo más bello? 
Besó sus pies, no como amante, 
sino como esclavo. Sentía un raro 
placer en sacrificarse, en darse todo,, 
sin reservarse nada. 
Ella se incorporó ruborosa. 
—No... No... Basta. 
—Siempre... Siempre. 
Quería prolongar su tortura. Sen 
tía miedo al fin, no quería llegar al 
término... su pobre alma huérfana 
temblaba, sin saber por qué, presin 
tiendo un algo inevitable y cruel. 
—Alaida, ven tú hacia mi. 
Se levantó. Con los ojos fijos en 
el suelo empezó a desabrocharse len-
	        
© 2007 - | IAI SPK
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.