Full text: 2.1914,15.Nov.=Nr. 40 (1914004000)

Crónica 
vo como signos develados? Pienso en 
ello cuando veo una camilla ilumina 
da por una sonrisa que se parece a 
la que un día se vió nacer en las es 
tatuas de nuestras catedrales... 
«Un valor ardiente, pero perspicaz; 
una resistencia tranquila y siempre 
alerta; una sobriedad que recuerda 
las tres olivas y el trazo de los grie 
gos; una prontitud natural para em 
plear la estratagema, para intentar 
la hazaña singular, para hacer el don 
silencioso de sí mismo, para inmo 
larse en secreto; un espíritu ingenio 
so y sólido en el arte de acampar; 
una alegría aguzada como un arma 
arrojadiza; y esa bella gentileza, esa 
«gentileza», en el sentido que deben 
a la palabra vuestros antepasados del 
siglo XIII, y los míos: 
«Honnis sont hardements oú il n’a 
gentillesse.» 
«Son las cualidades tan latinas de 
vuestros soldados, fuerza unánime de 
ojos claros y movimientos ligeros, 
que la diosa «unigénita» miraría hoy 
con júbilo combatir en las orilla del 
Aisne, en las llanuras de la Cham 
paña, entre el Argona y el Mosa». 
Este artículo fué escrito después de 
una visita a los campos de batalla, a 
la cual se refiere el poeta en la si 
guiente carta dirigida a un amigo 
italiano y que reproduce «L’Italia» de 
Roma: 
«Vuelvo a partir mañana temprano 
para la línea de batalla. En los cam 
pos devastados he visto cosas tan des 
garradoras y terribles que, para no 
tener el remordimiento de acostarme 
en mi lecho habitual, querría olvi 
darlas.» 
Anatole France, soldado 
PEDIDO AL MINISTERIO DE GUERRA 
La «Guerre Sociale» del I o . del co 
rriente publica la siguiente carta que 
Anatole France dirige al ministro de 
guerra: 
«Tours, 29 de septiembre de 1914.— 
Señor ministro: Muchas buenas per 
sonas encuentran que mi estilo no 
vale nada en tiempo de guerra. 
«Como pueden tener razón, dejo de 
escribir y me quedo desocupado. 
«Ya no soy muy joven, pero mi sa 
lud es buena. Haga usted de mí un 
soldado 
«Reciba usted, etc.- Anatole Fran 
ce». 
De la otra guerra 
Las gentes de Boussac, que tienen 
la imaginación viva, pretenden haber 
visto estos días tres prusianos, cubier 
ta de cascos la cabeza, sentados so 
bre las piedras «jaumatres», esos blo 
ques enormes que coronan la alta ci 
ma del monte Barlot. 
Los han visto al claro de la luna. 
Sus almas ingenuas han visto tres 
almas pensativas que el sueño hacía 
flotar sobre los monumentos druídicos 
de la vieja Galia, y que participaban 
del porvenir y del pasado. ¿Quién 
sabe el papel de la idea cuando sale 
de nosotros para abarcar un horizon 
te lejado en el tiempo y en el espa 
cio? Toma a veces formas que los 
contemplativos perciben, y pronuncia 
palabras misteriosas, que otra alma 
soñadora puede entender. 
Eran tres alemanes: uno, del norte 
otro del centro, y otro del mediodía. 
Una voz lejana dijo: 
—El cadáver está bajo vuestros 
piés; el alma, esparcida en el aire que 
respiráis. Ella os penetra y os posee; 
ella os abraza y os humilla. Unida a 
vosotros, os seguirá; la llevaréis en 
tre los que sobrevivan como un re 
mordimiento, amarga como un dolor, 
poderosa como una víctima impla 
cable que nada reduce al silencio; y 
por siempre, en la leyenda de los 
siglos, una voz gritará sobre vuestras 
tumbas: «Vosotros habéis asesinado y 
quemado la Francia; pero ella no ne-
	        
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