Crónica
vo como signos develados? Pienso en
ello cuando veo una camilla ilumina
da por una sonrisa que se parece a
la que un día se vió nacer en las es
tatuas de nuestras catedrales...
«Un valor ardiente, pero perspicaz;
una resistencia tranquila y siempre
alerta; una sobriedad que recuerda
las tres olivas y el trazo de los grie
gos; una prontitud natural para em
plear la estratagema, para intentar
la hazaña singular, para hacer el don
silencioso de sí mismo, para inmo
larse en secreto; un espíritu ingenio
so y sólido en el arte de acampar;
una alegría aguzada como un arma
arrojadiza; y esa bella gentileza, esa
«gentileza», en el sentido que deben
a la palabra vuestros antepasados del
siglo XIII, y los míos:
«Honnis sont hardements oú il n’a
gentillesse.»
«Son las cualidades tan latinas de
vuestros soldados, fuerza unánime de
ojos claros y movimientos ligeros,
que la diosa «unigénita» miraría hoy
con júbilo combatir en las orilla del
Aisne, en las llanuras de la Cham
paña, entre el Argona y el Mosa».
Este artículo fué escrito después de
una visita a los campos de batalla, a
la cual se refiere el poeta en la si
guiente carta dirigida a un amigo
italiano y que reproduce «L’Italia» de
Roma:
«Vuelvo a partir mañana temprano
para la línea de batalla. En los cam
pos devastados he visto cosas tan des
garradoras y terribles que, para no
tener el remordimiento de acostarme
en mi lecho habitual, querría olvi
darlas.»
Anatole France, soldado
PEDIDO AL MINISTERIO DE GUERRA
La «Guerre Sociale» del I o . del co
rriente publica la siguiente carta que
Anatole France dirige al ministro de
guerra:
«Tours, 29 de septiembre de 1914.—
Señor ministro: Muchas buenas per
sonas encuentran que mi estilo no
vale nada en tiempo de guerra.
«Como pueden tener razón, dejo de
escribir y me quedo desocupado.
«Ya no soy muy joven, pero mi sa
lud es buena. Haga usted de mí un
soldado
«Reciba usted, etc.- Anatole Fran
ce».
De la otra guerra
Las gentes de Boussac, que tienen
la imaginación viva, pretenden haber
visto estos días tres prusianos, cubier
ta de cascos la cabeza, sentados so
bre las piedras «jaumatres», esos blo
ques enormes que coronan la alta ci
ma del monte Barlot.
Los han visto al claro de la luna.
Sus almas ingenuas han visto tres
almas pensativas que el sueño hacía
flotar sobre los monumentos druídicos
de la vieja Galia, y que participaban
del porvenir y del pasado. ¿Quién
sabe el papel de la idea cuando sale
de nosotros para abarcar un horizon
te lejado en el tiempo y en el espa
cio? Toma a veces formas que los
contemplativos perciben, y pronuncia
palabras misteriosas, que otra alma
soñadora puede entender.
Eran tres alemanes: uno, del norte
otro del centro, y otro del mediodía.
Una voz lejana dijo:
—El cadáver está bajo vuestros
piés; el alma, esparcida en el aire que
respiráis. Ella os penetra y os posee;
ella os abraza y os humilla. Unida a
vosotros, os seguirá; la llevaréis en
tre los que sobrevivan como un re
mordimiento, amarga como un dolor,
poderosa como una víctima impla
cable que nada reduce al silencio; y
por siempre, en la leyenda de los
siglos, una voz gritará sobre vuestras
tumbas: «Vosotros habéis asesinado y
quemado la Francia; pero ella no ne-