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taeióii mejor en el intrincado dédalo de vuestras ineentidum-
br'es. He aquí el «silencio activo» de que nos habla el maestro
belga.
Y no menos activo, en orden diferente., es ese silencio
ante el cual y por él misino se abren las almas en muda comu
nicación de una sublime elocuencia. Preguntad a los enamo
rados cuáles son los instantes de mayor deleite pasados junto
a! ser objeto de su cariño, y os dirán! todos que cuando cesan
las palabras,—aun en el lenguaje del amor, siempre rudas y
vulgares—, y un silencio inexplicado los envuelve como en
una caricia extraterrena, siéntense transportados a las cimas
<le la más pura idealidad en alas de un arrobamiento inefa
ble. Y de todos los recuerdos que el tiempo,—Leteo en el que
abrevan las almas fatalmente—, respeta en la integridad de
su bien marcada belleza, el de esos instantes es siempre el que
con más nitidez se destaca y el que con más frecuencia acude
a la mente del enamorado evocador de las dulces horas que
fueron.
Sufre vuestro espíritu un dolor tan intenso como contu-
maz, y as en el augusto silencio de la tarde o en la sereníd'ad
silente de la noche cuando el peso de vuestro mal se aligera;
.Y de la quietud de égloga que en el paisaje duerme, sentiréis
<tue es llega el bálsamo sedante que os reconcilia con la vida,
advirtiéndoos de que vuestro dolor,—si imposible de extir
par-—, puede aplacarse y reducirse en los límites de lo sopor
table, cual una fatig-a más en las fatigas del humano existir.
Honda la muerte implacable vuestro hogar querido o hace
presa en él a uno de sus miembros, y uní silencio solemne,
preñado de misterio, descenderá sobre la casa en duelo. Mien
tras veláis al enfermo, imponéis el silencio como una medici
na más, acaso con la postrera esperanza de quei en la quietud
rallada, aquel espíritu desfalleciente se reconforte y anime,
bu ando la Intrusa* ha cerrado para siempre los ojos de su
elegido, no osáis interrumpir todavía el silencio que os en-