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Mas la existencia de la entidad academia, mejor dicho
del feto académico, fué efímera, como tema necesariamente
le serlo la de un organismo venido a la vida a destiempo en
un medio indemente y sacado a fórceps, por las inexpertas
manos de varios comadrones que estaban lejos de rivalizar,
en pericia obstétrica, con Dupuytren.
Cuando para realizar la idea, se solicito la cooperación
intelectual de las primeras personalidades del país todas
aplaudieron, verbalmente, las excelencias de la iniciativa; In
dis prometieron, verbalmente, arrimar su «grano de arena»
al magno provecto; todas tuvieran, es natural que fuera ver
balmente, frases de encomio para el feliz pensamiento y ex
presiones de aliento para los esforzados paladines del ideal,
^ de ahí no pasó la cosa: todo se redujo a pirotecnia
A pesar de la desilusión sufrida, los iniciadores, si bien
desistieron de la creación académica, no tejaron ei * ^ *
pósitos de grabar sus nombres en d Templo de la fama y de
continuar sus tratos-a veces, era trata-con las Mar
tes v sábados, congregábanse em la biblioteca de a •
citada, y en las reuniones, siempre plenanas, se ^n traba
jos ajenos, se recitaban versos de cosecha propia, se comen
taban obras, se juzgaba a los autores (a los nativos, i
general, se les ejecutaba), se traducía a los latinos y_ - '
franceses, se echaba pestes de las excentricidades t . ’
se construían deslumbrantes castillos en el aire y la
ción y d ensueño, lanzados a todo escape, bordaban, en
hilos sutiles de la ilusión, la tela con que cada uno teje su.
fantasías.
Cuando hoy reconstruyo aquellas escenas, me parece va
a la eterna Quimera, posada -sobre un busto de ronce
Démostenos, que adornaba un ángulo de la sa a. asís n
tualmente a nuestras citas, sonreimos y envolvemos m
rayos abrasadores de su mirada.