PROTEO
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Acabas de ofrecer a la voracidad de la Medusa algún
Idjo de tu alma, pero los tiempos siempre han de ser los mis-
laos: aquellos que apedrearon al Dante, hoy te apedrean a
h y la inmunda criticada, como la turba inculta, a/lardeando
de erudita y sin conocer tal vez aquello que con razón dijera
Maklonado: «... Así yo recuerdo que una vez, leyendo las
paginas inmortales de un pensador, me detuve de pronto ante
•su retrato, retrocedí con el pensamiento hasta el siglo eu que
vivió el escritor—trescientos años para atrás—y un siur.úme-
10 de ideas que nunca habían estremecido a mi espíritu,-sobre
la muerte, sobre 'la historia, sobre la inmortalidad, relampa
guearon de pronto en mi mente, maravillándome yo de pensar
en esa forma; y, aunque .lleno de fuego, quise trasladar al
papel lo q Ue había pensado y sentido, noté que de mis pensa
mientos sólo quedaba una pobre idea, mia mísera idea, fría,
apagada, que se moría en el montón de palabras impotentes
que acudían a la pluma; y lloré da pérdida de mi pensamien
to como si mi espíritu hubiera perdido un tesoro ... La pala
bra es impotente. ¿Deebmos lamentarnos de ello? Quizás no.
Quizá sea necesario que haya también para nuestros pensa
mientos un rineoneito misterioso donde ellos se alberguen, sin
salir a la luz, sin materializarse en las páginas del libro. Qui
zas lo mejor del espíritu de los escritores geniales se haya
quedado en él libre de la curiosidad de los lectores. Lo más
excelso de ellos se habrá perdido con ellos... Libros más
grandes, más sublimes que todos los que ellos escribieran, fue-
3 011 ' tal y ez, los que dejaron en su espíritu por Mo haber en
contrado palabras que los sacaran de allí...»; te fustiga
también ya por creados intereses, ya por vergonzosas claudi
caciones de mediocres.
i Hermano! Triste es el Sermón del Escéptico, palabras
( e desaliento, de renunciación, de fracaso quizá.
Tu dolor lo he sentido; he vivido tus sueños; tus fiebres
también abrasaron mi carne; en la mística hora crepuscular