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PROTEO
la dicción y acaudalándola con palabras nuevas, tomadas del
tesoro popular; neologismos vivaces y bien traídos, gráficos
y sin disimulo. Revolucionaria de sentido práctico, no arrasó
lo viejo ni cayó en las estrecheces eufenlistas del purismo, que
usurpa francos matices psicológicos y opaca insustituibles
gracejos de la parla callejera.
En arte, no sólo recuerda el rico y descarnado realismo
de los clásicos novelistas picarescos de la España de los Cer
vantes, Quevedos, Alemanes, Vélez y Espineles; sino que da
un decisivo paso adelante y entra resuelta en el naturalismo
que asusta a timoratos viejos narradores que se chotean de
Zola. Al principio, vacila un poco, tratando de explicar su
procedimiento innovador y de justificarse en Un viaje de No-,
vios, sin duda acoquinada por el medio ambiente que era hos
til al desenfado. A los meticulosos había que recitarles la fá
bula aquella que con tanta gracia versifica Juan León Mera
sobre la confesión de una beata que se retuerce, suda y pali
dece entre circunloquios y rodeos porque ha visto algo que es
oblongo y tiene clara y tiene yema y no quiere pronunciar la
palabra huevo. Pronto entró en plena posesión de los domi
nios naturalistas en La Tribima y La Dama Joven; fiel a su
análisis y observación, sin apartarse de la pulcritud ni de la
franqueza. «Tal vez no falte—anota en la primera—quien me
acuse de haber pintado al pueblo con crudeza naturalista.
.Responderé que si nuestro pueblo fuese igual al que descri
ben Goncourt y Zola, yo podría meditar profundamente en
la conveniencia o inconveniencia de retratarlo, pero resuelta
a ello nunca seguiría la escuela idealista de Trueba y de la
insigne Fernán, que riñe con mis principios artísticos. Lícito
es callar, pero no fingir.» Reforzando lo ya dicho, citaré es
tas sustanciosas frases del Prólogo ele La Dama Joven: «Sue
le acontecer que un estilo, por decirlo así, rielado y repujado,
un estilo correcto, terso e intachable, lejos de ayudar a que
el lector comprenda y vea patente lo que intenta mostrarle el