Full text: 1.1897,29.Aug.=Nr. 9 (1897000109)

VIDA MONTEVIDEANÀ 
¥- 
CUADRITOS RUSTICOS 
ESCRITO EN ITALIANO PARA « VIDA MONTEV1 DEANA > 
Y TRADUCIDO ESPRESAMENTE 
EL ESTANQUE 
as un pequeño espacio festonado 
jque la vista mide en lo largo y en 
lo ancho bastante comodamente 
¡y que, en verdad, en tanta escasez 
¡de orillas presenta sus maravillas. 
Después de haber estado todo el día en gran 
silencio, como dominado por el rayo cani 
cular, hacia la tarde, á la luz suave del cre 
púsculo, se agita levemente, y se despierta, 
y en eso parece reaminarse todo un pueblo 
de vivientes. 
De la espesura de los juncos que se elevan 
en su seno, de las lentiscas de agua, que 
verdean sobre su movible superficie, de las 
oscuras algas,quetapizanel fondo, del grupo 
de mimbres enanos que sombrean sus már 
genes, de las yerbas elegantes que se ier- 
guen en medio de sus charcas, de los mus 
gos bronceados y de los pálidos liqúenes 
que manchan y cubren las peñas y las pie 
dras adyacentes, entonces se eleva un mis 
terioso rumor que invita á mirar, à oir y á 
pensar. 
Sobre la amarillenta superficie de ¡as 
aguas, silenciosas nubecillas de plateados 
mosquitos, menudos como el polvo, danzan 
frenéticamente, á los rayos del sol que se 
oculta, sus postreras espirales, los verdes 
ramajes extienden entrelashendidurasde las 
rocas todavia ardientes por el calor meridia 
no, sus cabecillas gallardas guiñando á las 
azuladas mariposas que inadvertidamente 
se posan sobre los verdes hilos de los juncos 
floridos, mientras que alguna, ave tardía en 
sus escurciones diarias, se suspende todavia 
un momento sobre una florecida blanca, que 
cimbrea el débil tallo bajo su léve peso. 
Entretanto se hincha y mueve, se trepa, 
se precipita y se levanta, gloqueando,. gi 
miendo, ó permaneciendo obstinádamende 
muda la torpe y viscosa familia de los ani 
males de sangre fría. 
En efecto mientras las tarariras que han 
dormido todo el día sobre el tibio lecho de 
las aguas algosas, les cuesta juntar un poco 
de cena, la salamandra negra que ya la en 
contró, está como enclavada á una piedra 
en el fondo del estanque, digeriendo pláci 
damente su presa, y la serpiente de agua, 
más sóbria pero mas friolenta, escondida en 
su cueva, que el hundimiento del terreno le' 
ha formado bajo la orilla, enroscada sobre 
sí misma, yace en el más absoluto aban 
dono. 
También la sanguijuela, después de dar 
sus últimas zabullidas, se ha adherido en el 
fango, y está disponiéndose al sueño de la 
noche mientras millares de miríadas de 
zapitos negros, no más grandes que un gra 
no de garbanzo, cumplida en la tarde la 
larga y fatigosa metamorfosis, comienzan 
su salida del agua á la tierra, dejando en su 
nativa laguna sus hermanitos, todavía inep 
tos á moverse sobre el suelo y á respirar el 
aire de la atmósfera. 
Con gentil movimiento un coro de carra 
cas escondido en las vecinas manchas de alí 
sales, entona, para festejar al juvenil grupo, 
una canción nocturna- 
Es la más alegre del repertorio, pero á 
menudo es interrumpida por el ronco graz 
nar de un zapo barullento retirado difiniti- 
vamente de aquellas, á las que él, viejo y en 
fermo, llama las locas vanidades del mundo. 
De los flojos terrenos, de sus leños en des 
composición, de las muertas cortezas de 
algún árbol secular, c! lento caracol se 
mueve también, con movimientos tardos, 
precedido de la babosa, también despaciosa, 
que después de haber dejado sus plateadas 
sendas sobre los vecinos céspedes, alimen 
tada de hojitas tiernas, acorta sus cuernos, 
esconde su cabecita en su nido, y protegida 
por una simple hoja, reposa, también ella 
bajo la fiel mirada de Dios. 
El cielo que ha permanecido azul durante 
todo el día, hacia la tarde se tiñe de un ténue 
color violeta y sus nubes purpurinas que 
juntas á los pájaros que vuelan al nido, se 
reflejan sobre la amarillenta superficie del 
estanque, traená laméntela idea de rosadas 
ninfas jugando sobre un tapete de esmeral 
das. Pero el azul tapete, primero liso y tran 
quilo, de repente se conmueve líjeramente, 
se encrespa, se hincha aqui y alia en ebulli 
ción, en burbujas que crecen, se agrandan, 
quebrando los últimos rayos del sol; después 
tiemblan, revientan y acaban en un chorro, 
en un poco de vapor; no, talvez se resuelven 
en una vida, ó en una unión, talvez en una 
muerte... que bajo el misterioso velo de 
las aguas tranquilas, de siglos ha, nace, se 
ama, se muere, y la gota, que piadosa, re- 
coje las palpitaciones amorosas de un ser 
microscópico, acoje no menos prontamente, 
las miradas de sus hijos. Pero estando á la 
caida de la tarde sobre las orillas de una 
agua tranquila, quien oye bien, siente como 
la revelación de un misterio, dulce y profun 
do; el misterio d$;lá vida. 
El espíritu de Dios vagaba sobre las aguas, 
dice el misterioso Génesis. 
II 
EL‘VALLE 
Sobre el puente de arco agudo, se alza 
derecha y pura como un aereo lirio, una 
blanca figura de muje/; las manos delicadí 
simas posadas sobre la espalda fajada de 
yedray madreselva. Debajo, á gran profundi 
dad, muje el torrente; delante, se extiende á 
larga vista un valle pequeño; angosto, tor 
tuoso, muy verde; á la derecha en lo alto un 
bosquecillo de castaños; á la izquierda en el 
bajo un molino medio escondido por un 
bosque de alisos; aqui y allá, por las pen 
dientes de las faldas, grandes moles de pie 
dra, salientes, mal cubiertas de musgos y 
de liqúenes; en lontanza por la cuenca ver 
de, grupos de caseríos, tan pequeños, que 
parecen manadas de ovejas descansando á 
la sombra de los pinos, enfrente de aquellas 
casuchas, escasos canteros cultivados que se 
dirían tapices rosados estendidos al sol me 
ridiano y al lado de aquellos gigantescos 
tapices, alguna vaca pastando; de cuando en 
cuando, algún hombre, alguna aldeana,... 
y arriba en lo alto alguna nubecilla peregri 
na, ya blanca como la nieve, ya pálidamen 
te rosada, que va errando por el espacio 
indefinido de los cielos... En una palabra 
un mundo verde, quieto y misterioso bajo un 
mundo azul aun más tranquilo y misterioso, 
y entre el uno y el otro el perfume dé milla 
res de flores, los suspiros de millares de co 
razones, el dolor y"el amor, las dos grandes 
esfinges humanas, y alia en lo alto, derecha 
y quieta como un gran lirio, aquella blanca 
figura de mujer, aquella Venus celeste veni 
da á espiar los fecundos misterios de la vida. 
III 
EL LAGUITO ALPINO 
Entre las gigantescas cumbres, áridas y 
roqueñas por dentro, externamente revesti 
das de inculth. prados, yace desde hace si 
glos el laguito alpino. Sus aguas de un azul 
profundo no reflejan otra cosa que el cielo. I 
Animalitos diáfanos, desconocidos á la fauna 
fluvial de la llanura, se agitan á millares en 
aquellas ondas perpetuamente acariciadas 
por el céfiro de las Alpes. 
En invierno algún bloc de nieve se des 
prende de las espaldas de los Alpes, viene 
á aumentar de algún palmo el nivel de su 
superficie: en verano alguna mariposilla 
indiscreta, llevada á aquella altura por el 
perfume de las flores de la montaña, viene á 
despertar con sus alas temblorosas la dor 
mida onda en la cual las drahjas versicolo 
ras y las gencianas azules espejan timida 
mente sus bellezas virginales. 
Desde millares de siglos há, nacen, aman, 
y viven en el misterio de sus ondas, aque 
llos pequeños seres que el ojo humano no 
llega á ver; desde millares de siglos apare 
cen, se multiplican y mueren aquellas flore- 
cillas gentiles, que embalsaman sus orillas; 
de millares de siglos agotado por los venta 
rrones invernales y por el ardentísimo vera 
no, el melancólico laguito, inconcientemen 
te refleja en sus aguas color de acero, las { 
nubes de oro de las auroras y las nubes de 
púrpura de más allá del ocaso, las nubes de 
ópalo de los días serenos y las nubes de plo 
mo en los di as de tormenta, como la virgen 
hermana que viviendo encerrada, entre las 
frías y severas paredes de un claustro, co 
noce los goces y enredos de 1 mundo por el 
eco que ahora 4uietoy me’anco.ico se reper 
cute en su joven corazón. 
Doctor Jost F. DONI. 
Montevideo, Agosto 27 de 1897. 
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TEAS LtOS 
¡ Pobre alma 1 golondrina que no tiene 
más nido que tu amor, dulce bien mió, 
pájaro errante que á buscarte viene 
empapadas las alas de rocío. 
Deja, si, deja que á tu choza vuelva; 
hierven las aguas del arroyo inquieto 
y extienden las encinas en la selva 
sus inmóviles brazos de esqueleto. 
El valle con la noche se ennegrece, 
duermen las flores y las fresas rojas, 
y á veces la luciérnaga parece 
una lágrima de oro entre las hojas. 
Huyen las aves con medroso vuelo, 
rozan sus alas la campiña muda 
y negra nube atravesando el cielo 
como gigante víbora se anuda. 
¡Ay! qué negra es la noche de la vida! 
¡Qué largo este camino! Casi muerta 
el ave de mi alma entumecida, 
ha caido sin fuerzas en tu puerta. 
El bosque obscuro atravesar no quiere, 
ya no quiere volar á la montaña, 
la lluvia moja su plumaje y muere 
sin sentir el calor de la cabaña. 
Abrele, que en sus alas han caido 
las hojas, secas ya, de sus amores, 
todas las nieves del eterno olvido 
y la lluvia de todos los dolores. 
M. GUTIERREZ. 
Agosto de 1897.
	        
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