VIDA MONTEVIDEANÀ
¥-
CUADRITOS RUSTICOS
ESCRITO EN ITALIANO PARA « VIDA MONTEV1 DEANA >
Y TRADUCIDO ESPRESAMENTE
EL ESTANQUE
as un pequeño espacio festonado
jque la vista mide en lo largo y en
lo ancho bastante comodamente
¡y que, en verdad, en tanta escasez
¡de orillas presenta sus maravillas.
Después de haber estado todo el día en gran
silencio, como dominado por el rayo cani
cular, hacia la tarde, á la luz suave del cre
púsculo, se agita levemente, y se despierta,
y en eso parece reaminarse todo un pueblo
de vivientes.
De la espesura de los juncos que se elevan
en su seno, de las lentiscas de agua, que
verdean sobre su movible superficie, de las
oscuras algas,quetapizanel fondo, del grupo
de mimbres enanos que sombrean sus már
genes, de las yerbas elegantes que se ier-
guen en medio de sus charcas, de los mus
gos bronceados y de los pálidos liqúenes
que manchan y cubren las peñas y las pie
dras adyacentes, entonces se eleva un mis
terioso rumor que invita á mirar, à oir y á
pensar.
Sobre la amarillenta superficie de ¡as
aguas, silenciosas nubecillas de plateados
mosquitos, menudos como el polvo, danzan
frenéticamente, á los rayos del sol que se
oculta, sus postreras espirales, los verdes
ramajes extienden entrelashendidurasde las
rocas todavia ardientes por el calor meridia
no, sus cabecillas gallardas guiñando á las
azuladas mariposas que inadvertidamente
se posan sobre los verdes hilos de los juncos
floridos, mientras que alguna, ave tardía en
sus escurciones diarias, se suspende todavia
un momento sobre una florecida blanca, que
cimbrea el débil tallo bajo su léve peso.
Entretanto se hincha y mueve, se trepa,
se precipita y se levanta, gloqueando,. gi
miendo, ó permaneciendo obstinádamende
muda la torpe y viscosa familia de los ani
males de sangre fría.
En efecto mientras las tarariras que han
dormido todo el día sobre el tibio lecho de
las aguas algosas, les cuesta juntar un poco
de cena, la salamandra negra que ya la en
contró, está como enclavada á una piedra
en el fondo del estanque, digeriendo pláci
damente su presa, y la serpiente de agua,
más sóbria pero mas friolenta, escondida en
su cueva, que el hundimiento del terreno le'
ha formado bajo la orilla, enroscada sobre
sí misma, yace en el más absoluto aban
dono.
También la sanguijuela, después de dar
sus últimas zabullidas, se ha adherido en el
fango, y está disponiéndose al sueño de la
noche mientras millares de miríadas de
zapitos negros, no más grandes que un gra
no de garbanzo, cumplida en la tarde la
larga y fatigosa metamorfosis, comienzan
su salida del agua á la tierra, dejando en su
nativa laguna sus hermanitos, todavía inep
tos á moverse sobre el suelo y á respirar el
aire de la atmósfera.
Con gentil movimiento un coro de carra
cas escondido en las vecinas manchas de alí
sales, entona, para festejar al juvenil grupo,
una canción nocturna-
Es la más alegre del repertorio, pero á
menudo es interrumpida por el ronco graz
nar de un zapo barullento retirado difiniti-
vamente de aquellas, á las que él, viejo y en
fermo, llama las locas vanidades del mundo.
De los flojos terrenos, de sus leños en des
composición, de las muertas cortezas de
algún árbol secular, c! lento caracol se
mueve también, con movimientos tardos,
precedido de la babosa, también despaciosa,
que después de haber dejado sus plateadas
sendas sobre los vecinos céspedes, alimen
tada de hojitas tiernas, acorta sus cuernos,
esconde su cabecita en su nido, y protegida
por una simple hoja, reposa, también ella
bajo la fiel mirada de Dios.
El cielo que ha permanecido azul durante
todo el día, hacia la tarde se tiñe de un ténue
color violeta y sus nubes purpurinas que
juntas á los pájaros que vuelan al nido, se
reflejan sobre la amarillenta superficie del
estanque, traená laméntela idea de rosadas
ninfas jugando sobre un tapete de esmeral
das. Pero el azul tapete, primero liso y tran
quilo, de repente se conmueve líjeramente,
se encrespa, se hincha aqui y alia en ebulli
ción, en burbujas que crecen, se agrandan,
quebrando los últimos rayos del sol; después
tiemblan, revientan y acaban en un chorro,
en un poco de vapor; no, talvez se resuelven
en una vida, ó en una unión, talvez en una
muerte... que bajo el misterioso velo de
las aguas tranquilas, de siglos ha, nace, se
ama, se muere, y la gota, que piadosa, re-
coje las palpitaciones amorosas de un ser
microscópico, acoje no menos prontamente,
las miradas de sus hijos. Pero estando á la
caida de la tarde sobre las orillas de una
agua tranquila, quien oye bien, siente como
la revelación de un misterio, dulce y profun
do; el misterio d$;lá vida.
El espíritu de Dios vagaba sobre las aguas,
dice el misterioso Génesis.
II
EL‘VALLE
Sobre el puente de arco agudo, se alza
derecha y pura como un aereo lirio, una
blanca figura de muje/; las manos delicadí
simas posadas sobre la espalda fajada de
yedray madreselva. Debajo, á gran profundi
dad, muje el torrente; delante, se extiende á
larga vista un valle pequeño; angosto, tor
tuoso, muy verde; á la derecha en lo alto un
bosquecillo de castaños; á la izquierda en el
bajo un molino medio escondido por un
bosque de alisos; aqui y allá, por las pen
dientes de las faldas, grandes moles de pie
dra, salientes, mal cubiertas de musgos y
de liqúenes; en lontanza por la cuenca ver
de, grupos de caseríos, tan pequeños, que
parecen manadas de ovejas descansando á
la sombra de los pinos, enfrente de aquellas
casuchas, escasos canteros cultivados que se
dirían tapices rosados estendidos al sol me
ridiano y al lado de aquellos gigantescos
tapices, alguna vaca pastando; de cuando en
cuando, algún hombre, alguna aldeana,...
y arriba en lo alto alguna nubecilla peregri
na, ya blanca como la nieve, ya pálidamen
te rosada, que va errando por el espacio
indefinido de los cielos... En una palabra
un mundo verde, quieto y misterioso bajo un
mundo azul aun más tranquilo y misterioso,
y entre el uno y el otro el perfume dé milla
res de flores, los suspiros de millares de co
razones, el dolor y"el amor, las dos grandes
esfinges humanas, y alia en lo alto, derecha
y quieta como un gran lirio, aquella blanca
figura de mujer, aquella Venus celeste veni
da á espiar los fecundos misterios de la vida.
III
EL LAGUITO ALPINO
Entre las gigantescas cumbres, áridas y
roqueñas por dentro, externamente revesti
das de inculth. prados, yace desde hace si
glos el laguito alpino. Sus aguas de un azul
profundo no reflejan otra cosa que el cielo. I
Animalitos diáfanos, desconocidos á la fauna
fluvial de la llanura, se agitan á millares en
aquellas ondas perpetuamente acariciadas
por el céfiro de las Alpes.
En invierno algún bloc de nieve se des
prende de las espaldas de los Alpes, viene
á aumentar de algún palmo el nivel de su
superficie: en verano alguna mariposilla
indiscreta, llevada á aquella altura por el
perfume de las flores de la montaña, viene á
despertar con sus alas temblorosas la dor
mida onda en la cual las drahjas versicolo
ras y las gencianas azules espejan timida
mente sus bellezas virginales.
Desde millares de siglos há, nacen, aman,
y viven en el misterio de sus ondas, aque
llos pequeños seres que el ojo humano no
llega á ver; desde millares de siglos apare
cen, se multiplican y mueren aquellas flore-
cillas gentiles, que embalsaman sus orillas;
de millares de siglos agotado por los venta
rrones invernales y por el ardentísimo vera
no, el melancólico laguito, inconcientemen
te refleja en sus aguas color de acero, las {
nubes de oro de las auroras y las nubes de
púrpura de más allá del ocaso, las nubes de
ópalo de los días serenos y las nubes de plo
mo en los di as de tormenta, como la virgen
hermana que viviendo encerrada, entre las
frías y severas paredes de un claustro, co
noce los goces y enredos de 1 mundo por el
eco que ahora 4uietoy me’anco.ico se reper
cute en su joven corazón.
Doctor Jost F. DONI.
Montevideo, Agosto 27 de 1897.
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TEAS LtOS
¡ Pobre alma 1 golondrina que no tiene
más nido que tu amor, dulce bien mió,
pájaro errante que á buscarte viene
empapadas las alas de rocío.
Deja, si, deja que á tu choza vuelva;
hierven las aguas del arroyo inquieto
y extienden las encinas en la selva
sus inmóviles brazos de esqueleto.
El valle con la noche se ennegrece,
duermen las flores y las fresas rojas,
y á veces la luciérnaga parece
una lágrima de oro entre las hojas.
Huyen las aves con medroso vuelo,
rozan sus alas la campiña muda
y negra nube atravesando el cielo
como gigante víbora se anuda.
¡Ay! qué negra es la noche de la vida!
¡Qué largo este camino! Casi muerta
el ave de mi alma entumecida,
ha caido sin fuerzas en tu puerta.
El bosque obscuro atravesar no quiere,
ya no quiere volar á la montaña,
la lluvia moja su plumaje y muere
sin sentir el calor de la cabaña.
Abrele, que en sus alas han caido
las hojas, secas ya, de sus amores,
todas las nieves del eterno olvido
y la lluvia de todos los dolores.
M. GUTIERREZ.
Agosto de 1897.