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VIDA MONTE VIDE ANA
cubrimos que esa niña del otro día, aunque
estaba aseadita y con traje nuevo no había
probado alimento desde el día antes, y tu le-
diste pasteles y frutas ?
— Cierto, hijo mió; pero esa vino á pe
dir, yen la carale conocí la necesidad, mien
tras que los padres de Albertina no piden y
yo alivio sus necesidades como adivinando ;
i me habré equivocado ... ? Ya no seré tan
dadivosa con ellos.
— ¿Y dime, mamá, los pobres no pueden
comer gallina ? dijo el muchacho, engullén
dose un descomunal pastel de ostras y llenán
dose la falda con las doradas hojaldres.
— Cuando las regalan, sí. Pero estos creo
que no son tan pobres.
— Pero, mamá, concluyó Lucia, ¿quién
sabe si esos pobrecitos> se han comido la
única gallina que tenían? Una, les conozco
yo, y apostaría qne Albertina estará llorado
por su Cenicienta.
WERTHER.
Montevideo, Octubre 16 de 1897.
NUPCIAL
De las celestes nupcias llegó, mí amor, la hora;
la pálida noctámbula, sirena de lqs cáelos,
eterna enamorada, del sol la ansêifsia* llora
y con su llanto teje de luz místicos Vejjps.
Es la hora en que la estrella, apasionada errante,
vaga, soñando amores, en el c.eruleóespacio,
buscando de los astros el bescf-titilante,
el beso luminoso cual chispáyde topacio.
Es la hora enque las flotes sus ósculos de aroma,
del céfiro en las rémiges, envianse amorosas,
es la hora en que á su dueño lo arrulla la paloma,
es la hora en que se besan las leves mariposas,*,,
Es la libra en que se abrazan los hijos del misterio,
fantasmas, impalpables, que pueblan las regiones
donde el amor soñado fijó su augusto imperio,
formando el régio trono con albos corazones.
Es la hora que al cariño Dios mismo ha consa
grado,
la sacratísima hora, de más divina calma,
en que, mezquino, el cuerpo se aduerme fatigado
y en busca de alegrias, ansiosa, vuela el alma.
En que la brisa suave amores va diciendo
y amor susurra el bosque y amor dicen las linfas
y amor repite un canto, el Orbe estremeciendo,
que, mágico, modulan las. invisibles ninfas.
De idilios es la hora... Ven á mis brazos, nena,
yo tejeré, con besos, guirnaldas á tu frente;
sobre tu sien de lirio', sobre tu faz serena,
posar mil veces quiero mi lábio febriciente.
¡Ah! ven, como en otrora, mi pálido querube,
mi blonda sultanita, de lánguida hermosura;
de mi letal tristeza la maldácida nube
disipen tus caricias de virginal ternura.
Iuilicaes la hora. . . Tu pasional poeta
no ceñirá á tus bucles diademas de brillantes;
es tu amador muy pobre, tú humilde cual violeta
y son, más que luceros, tus gracias deslumbrantes.
Más ven, mujer amada, visión de, mis-vensueños;
nuestra pasión inmensa déstellé’sus clarores,
unamos nuestras almas y, en éxtasis risueños,
s&aduerman, delirantes, sobre tapiz de flores.
¡Ohlven, ángel que adoro;bajo la azul techumbre,
gocemos los placeres que el mundo cree ilusorios...
¡más viva las estrellas irradiarán su lumbre
para alumbrar los nuestros sublimes desposorios!
Juan Carlos MENÉNDEZ.
Jan José de May», Octubre 15 de 1897.
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A una colegiala
Dime, niña gentil ; ¿ Por qué se afana
tu mente en penetrar la ciencia grave ?
¿ Porqué, buscando del saber la clave,
marchitas ¡ ay ! tu juventud lozana ?
Tú naciste, hechicera soberana,
para reinar, como en su nido el ave,
y en tu pecho ternisimo no cabe
gloria mayor, si del hogar emana.
Busca, mujer, el único embeleso,
la sola aspintción de las mujeres ;
aprende á amar, confórmale con eso.
Y del a-mW ál apacible encanto,
tu maestro seré, si así lo quieres ;
¡ tengo de mi alma que enseñarte tanto !
I Fúlmen
No puede ser que el cariñoso abrigo
profanes tú de la amistad sagrada;
no puede ser que en la común jornada
me envilezcas llamándome tu amigo.
Tu innoble corazón lleva consigo,
por eso, tu amistad que me degrada
desde ahora y por siempre la maldigo.
Maldigo tu amistad! y de otra suerte,
no pudiera tal vez mi enojo recio
dar átu nombre merecida muerte;
Pues sé, para mi mal, que eres tan necio,
que tu mezquina estolidez, no advierte
que doquiera te sigue mi desprecio!
Ernesto A. RIVERA.
♦-© @o o® (S£o <*© @o o® @o 0^2) @-o o^
La vuelta del cruzado
Allá, casi oculta, en medio de millares de
eucaliptus y espinillos, en los que anidan
millares de avecillas, que con sus dulces tri
nos, hacen de aquel paraje un risueño retiro,
se halla un pequeño rancho, htcho de terrón
y paja brava, hl sol, penetrando por el tupi
do ramaje de los árboles, llena de claridad
la pobre vivienda, en la cual, reina hoy, des
pués de larga tristeza, la mas franca alegría.
Rodean al viejo rancho un precioso trebo
lar y mil frescas rosas y el perfume de esas
flores, satura el ambiente con sus exqui
sitos aromas.
A pocos pasos del rancho, las plateadas
aguas de un rumoroso arrovuelo, corren
lijeras, medio ocultas por los. juncales y
sauces llorones, que en apiñada multitud
crecen á su orilla.
La alegría que reina en el corazón de los
habitantes de aquella humilde morada, es de-
^bida.al regreso del jefe de ella, que después
cic -seis meSes de ausencia vuelve al hogar.
Vuelve si, después de haber puesto á prueba
su valoran cuanta lucha tomó parte. Vuelve
el cruzado, después de seis meses de amar
guras é inclemencias y de haber sentido el
cruel azote del hambre y de la sed. Pero
todas las viscisitudes experimentada^ las-
olvida hoy, al haUarse entre los seres que
le son más queríaos, los que tantas veces ¡o
creyeron muerto,, y se considera dichoso al
trocarla lanza p^r la azada y pide á Dios
que no tenga que abandonar de nuevo el
hogar para ir á hacer fuego sobre un pecho
hermano.
La Madre Naturaleza, ¿tomo queriéndose
asociar al concierto de alegrias que reina en
el vetusto rarfcho, viste sus primaverales
galas y las canoras avecillas, que anidan en
los árboles vecinos*, llenan los airés con sus
tiernos himnos, completando asi, la alegría de
aquella familia que acepta con júbilo la
risueña suerte que le deparó él destino!...
Eduardo LÓPEZ LABANDERA.
Montevideo, Octubre i i de 1897
Paz, Trabajo y Libertad
( )
Mira, lector, no te asombres;
vas á oir cuatro verdades:
Son solemnes necedades
las pasiones de los hombres.
Gloria obtienen muchos nombres
por vencer en ia pelea,
pero germina ia idea
moderna del sér capaz
y ya la dicha flamea
á la sombra de la pa^.
Su marcha reparadora
sigue el mundo hácia alto fin,
y ya no suena el clarín,
silba la lacomotora:
es la influencia bienhechora
de los genios singulares
la que al través de los mares
tanta ventura nos trajo:
¡dejemos ya los altares
que nos reclama el trabajo!
Ya los grillos se fundieron,
ya no hay más esclavitud;
canta, querido laúd,
á las dichas que vinieron;
canta, que aleves huyeron
para nunca más volver
las costumbres de ese ayer,
todo barbarie y maldad,
ante el mágico poder
de la hermosálibertad.
¡Claros días de bonanza
se sucedan por doquier,
y qúe nos bañe el placer
y sonría la esperanza!
Ya la gloria nos alcanza;
ya se puede distinguir
el plácido revivir
de la triste humanidad:
pueda el mundo conseguir
pa\, trabajo y libertad.
Vicente MAGALLANES.
Montevideo, Octubre 15 de 1897.
— 1 ——i-— i'-'———5, .¿-«,1.—
su son
(Del libro inédito « Hojas, de Parra »)
Anoche te he encontrado como siemprç,
Irradiaban su luz tus ojos negros,
Y en tus carmíneos y delgados labios,
Nido de amores, palpitaba un beso.
Me hablaste en el lenguaje de !as almas
Lenguaje de ternura y sentimiento,
Y la dulce expresión de tu sonrisa
Me declarabas tu cariño tierno.
«Y lo ves, me dijiste, qué te adoro...
Y jamás te querrán como te quiero...
Nunca la ausenciay la distancia larga,
Extinguirán d,e mi pasión el fueg».
Tomé tu blancá mano entre las mías,
Un instante quedámos’ éíi silencio.
Yen tus carmíneos y delgados labios,
Confundimos las almas en un beso!
Gonzalo LARRIERA VARELA.
San José de Mayo, Octubre 14 de 1897.
J-L lu 5. 3¡¿$í £íS£¿
EFLUVIOS
Traedme en vuestras alas
¡ Oh, sueños de la noche !
La imagen bendecida
Del ángel de mi amor,
Que ansio un casto beso
Posar sobre su frente
Más pura y perfumada
Que el cáliz de una flor.
Y luego arrodillado
Como el feliz creyente
Ante la dulce virgen
Del sacrosanto altar,
Dejadme un solo instante
Con ojos amorosos
Sus gracias singulares
Extático admirar.
Y en suave y dulce acento
Con el arrullo tierno
De tórtola amorosa
Dejádmele decir,
Que en ellñ está mi dicha,
Mis sueños y esperanzas,
Y el más allá que anhela
Mi amor y mi existir!
Edo. Baca.
Montevideo, Octubre 10 de 1897.