Full text: 1.1897,17.Okt.=Nr. 16 (1897000116)

s 
VIDA MONTEVIDEANA 
Pamplona, Vitoria, León, Palma y otras 
ciudades,Íes enviaré torrentes de oro y haré 
aparecer en ia escena sus mejores poetas, 
emperadores, historiadores y geógrafos. 
Itálica les regalará á tres emperadores emi 
nentes, Trajano, Adriano y Teodosio y al 
peregrino poeta Silio; Calahorra, al retórico 
Quintiliano; Córdoba, al eximio Lucano y á 
los dos Sénecas; Cádiz, al ilustre agrónomo 
Columela; Calatavud, al divino Marcial; Za 
ragoza, al sinpar Prudencio; Algeciras, al 
incomparable geógrafo Pomponio Meló, y 
Iarragona, al erudito historiador Orosio. 
De esta manera me conquistaré el honro 
so titulo de generosa é hidalga á que con 
vergen todos mis actos y aspiraciones. Sea 
cual fuere el cariz que presenten los aconte 
cimientos futuros, jamás consentiré que la 
más leve mancha afée la excelsitud de tan 
hermosos timbres y empañe el brillo des 
lumbrador de mi corona de gloria. 
(Continuará ). 
Francisco de Asís CONDOMINES . 
TU Y YO 
ÍBECQUERIANA) 
Eres la brisa que va rielando 
El negro lago de mi existencia, 
Yo soy la sombra que va buscando 
El ser que tenga divina esencia. 
Eres arpegio dulce sonido 
Del harpa de oro de una sirena 
Yo soy murmullo, soy el gemido 
Que el mar escala sobre la arena. 
Eres la estrella que en el pantano 
De mis pupilas fiel se refleja, 
Yo soy la nube que en el verano 
De tus miradas se desmadeja. 
Eres corola que se marchita 
Si con sus rayos la hiere el Sol, 
Eres la llama que el viento agita 
Yo la alimento... soy alcohol. 
Eres meteoro que va surcando 
Del cielo inmenso, su inmenso tul, 
Soy hoja seca que va rodando 
Sobre las ondas de un rio azul. 
Siendo yo nube serás mi cielo, 
Seré la aguja, sí tu el imán, ’ 
Sí eres el polo, seré yo el hielo, 
Si eres.el fuego, seré volcán. . . 
Otto Miguel CIONE. 
Montevideo, 15 de Octubre de l§97. 
I Cesante! 
Elementos de novela 
por 
Pedro C. Miranda 
I 
¡Don Casto!... ¡La señora Cecilia!...- 
Se los presento á ustedes... {No los cono 
ce 11 ■ ■ Son casados, viven solos, sin fami 
lia, sin hijos, sin perros, ni gatos, ni loros... 
Una parejita tranquila^ feliz. 
Así diciendonos á varios muchachuelos, 
mi abuela la señora Ana, una anciana deci 
dora y dueña de una buena fortuna, nos pre 
sentaba, cierta vez, á dichos esposos, sus 
inquilinos, modelos de honradez y puntua 
lidad en el pago del alquiler mensual. Esto 
acontecía, allá en mi niñez, pero lo recuerdo 
como si fuera ayer. Todos los primeros del 
mes, ambos esposos, iban á saludarla y 
abonarle los alquileres. De alli data mi co 
nocimiento con ellos. 
AI marcharme á la escuela, con mis libros 
debajo del brazo, sólo ó acompañado de al 
gunos otros colegiales convecinos, encontrá 
bame á Don Casto en camino para la oficina, 
quien nos saludaba afectuosamente. A la sa 
lida, de la escuela lo volvía á ver, regresando 
á su casa muy ligerito, casi siempre con las 
manos llenas de enyoltorios. 
La señora Cecilia, rechoncha, con su cara 
pecosa, con sus ojos grandes y saltones; con 
su boca inmensa que abría de oreja á oreja 
para reírse; su barba semi-cuadrada, con 
pelillos que le daba aspecto de gata, era la 
más feúcha y lista entre las del bello sexo, 
tan parlanchína, que, hablaba seguido, se 
guido, sin atadero de loque decía, pregun 
tándose y respondiéndose á si misma, sin 
atender al interlocutor. 
Don Casto muy altoy flaco, consu pescue 
zo de grulla, sus pocos pelos cortados al 
rape, con la barba sin rasurar, sus bigotejos 
caidos; la nariz gruesa y morada como una 
berengena madura, con sus largos brazos y 
piernas, era el más cachagudo y flojo entre 
los del sexo fuerte, el hombre más callado, 
que sólo hablaba lo indispensable para 
hacerse entender, con pausas prolongadas, 
continuos gestos y ademanes y llevándose el 
índice á la altura de la nariz. 
Aun me parece verlos. A la señora Cecilia, 
con su falda corta de generillo de color café, 
su basguiña descolorida y raída; sus altos 
rodetes de pelo colorado; arremangada has 
ta el codo, con la escoba en la mano, ó un 
plato ó un cubierto, haciendo chillar fuerte 
la suela de las zapatillas sobre las lozas del 
pátio en sus continuos correteos de las habi 
taciones á la cocina, ocupada siempre en las 
domésticas faenas. A don Casto, liado su del 
gadísimo cuerpo en un viejo robe de chambre 
todo desguarnecido y lleno de agujeros; en 
la cabeza un gorrete'de lustrina negra des 
gastado por el uso; los pies metidos en unas 
longitudinales zapatillas de paño, todas des 
cosidas ¡sentado en un antiquísimo sillón, 
con las piernas cruzadas, enroscada como ser 
piente la una en la otra, leyendo el diario ó 
alguna novelilla; ó sino con el cuerpo encor 
vado, la cabeza gacha, las manos metidas 
entre las rodillas; su mujer al lado, con los 
brazos en jarra; él, paciente, callado,, sin 
decir esta boca es mía, soportar todo lo que á 
ella se le venía á las mientes decirle, así á 
tontas y á locas, soltando pregumas que se 
respondía á sí misma según tenia por cos 
tumbre. 
Para ta oficina y la cJ.le, Don Casto cam 
biaba sus prendas de entrecasa por una levi 
ta de color barroso, que en tiempo frío cu 
be 1 ^ con un gran gaban gris, á cuadros; 
chaleco de grandes solapas cruzadas, panta 
lones con rodille - as y llenos de manchones; 
corbata negra’arrollada al cuejlo de la cami 
sa una porción de v ce y,; cada con un soío 
nudo y las pumas fio.antes; budinera difor 
me y de alitas cridas; botines de punta cua 
drada, muy anchos á causa de los innume 
rables callos, que en invierno se le compli 
caban con sabe ñones, haciéndole cojear y 
proferir lasó meros ayes al caminar. 
Era empleado público; un pobre emplea- 
dillo de esos de miserable más que modesto 
sueldo, que no Ies basta para la subsistencia 
de los treinta ó treinta y un dias del mes. Su 
haber, por mas que economizara en la coti 
diana manutención y en otros gastos, u,na 
• bicoca, la compra de algún trebejo domés- 
ó prenda de uso personal, no alcanzaba á 
cubrir los gastos de las tres, cuartas partes 
del mes. La última se la pasaban sin una 
monedá del dinero del sueldo. En ese cruel 
lapso de tiempo vivían al fiado. Para honra 
de ellos-, debo advertirles, que no tenían 
acreedores. Pagaban sus deudas religiosa 
mente, en cuanto les caía dinero en mano. 
ETreloj.de plata de Don Casto ( una verda 
dera antigualla) alguna levita ó pantalón, ó 
prendas de la señora Cecilia: fundas, almo-' 
hadones, alhajillas antiguas, adornos ma- 
marrachescos, todo, todo se convertia en 
dinero en el periodo infausto de la escasez, 
yendo á parar poco á poço á la tienda de 
algún ropavejero. Allí permanecían hasta la 
fecha en que Don Casto recibía el abono 
del nuevo haber. ¡ Fecha memorable, glo 
riosa, de lujo, de derroche!... Comían 
fuerte ; una verdadera lista de hotel : sopa, 
bifteh, fricando, bayonesas; postres selectos 
de frutas y confituras; buen vinillo; café 
superior... Don Casto llevaba algunas em 
panadas de la confitería; perdices al horno 
¡ oh, perdices! (la pasión de la señora Ce 
cilia) que hacían morir de deseos de comér 
selas por el camino al bueno de su marido 
y á ella dar rienda suelta á su charlar desa 
tinado, mientras desenvolvía el paquete. 
Salían á luz los objetos empeñados, los más 
indispensables ó servibles, quedando los 
demás en la casa de préstamos. Después de 
los regocijos y festines, volvían las privacio 
nes, el cuarto de mes, fatal, angustioso, 
lleno de apuros, de contar con los dedos, los 
días, las horas, los minutos que faltaban 
para llegar al venturoso instante del cobro 
del nuevo haber! Sin embargo, vivían con 
tentos; se creían felices. No tenían más an- 
biciones; no entreveían una vida mejor en el 
mundo. Aq.uella le parecia la mejor en el 
mejor de los mundos. ( Continuará). 
JESULe»! 
Estaba recostada en un árbol, cerca de 
él la seguía rumorosa la débil corriente del 
ceibal serpeando por intrincados laberintos. 
Lánguidamente contemplaba esa escena 
apenas iluminada con los escasos rayos dei 
sol; en actitud meláncolica, con la cabeza 
baja, con penumbras en el alma que corres 
pondían á las penumbras de la natura, soña 
ba {en qué? no lo sabía, pero lo cierto era 
élla en aquel instante parecía estar con el 
espíritu agitado por crueles sufrimientos, 
amargas decepciones. ¡ Qué hermosa estaba! 
Su bello rostro y todassus delicadas faccio 
nes adquirían ese tinte indefinible de nos 
talgia que embarga de continuo á los cora 
zones que aman, con ese amor puro tan 
peculiar en las almas generosas. Su físico 
pálido contrastaba con la hermosura de lo 
intelectualyde lo moral, que trascendiaen sus 
ojos lánguidos, en su mirada amortecida y 
en su estado de contemplación infinita. 
Pasó algún tiempo, mi corazón-necesitaba 
llenar el hondo vacio que existía desde 
aquella feliz tarde de dulce recuerdo, era’ 
indispensable alcanzar ía felicidad soñada 
tantas veces. Guiado por esta idea me lancé 
al insondable mar de las aventuras amorosas 
en busca d£ aquel ángel que había hecho 
sentir la primera sensación de amor. 
Porjándome mil deliciosas quimeras em 
prendí el viaje por senderos cubiertos de 
violetas y pensamientos. ¡Infeliz! los sueños 
dorados pronto se disiparían y las flores pre 
ciosas que no babia recojido en el camino 
para que allá cruzando los suaves lindes de 
la existencia, cuando el alma necesitase de 
esa fortaleza contra el mal, esa resignación 1 
que es "el bálsamo azul en el seno de la 
noche fría y misteriosa, es el rayo esplen 
dente en el sombrío espirar de la, vida sen 
tiría su falta para atenuar en parte los con 
tinuos sinsabores que á cada pasó se ofre 
cieren éim.posible seriad poder recuperarlas. 
Todo se desvanece; así como el alba os 
tenta úfanosos rosados encantos con toda 
su espléndida ..belleza y se disipan en un- 
momento ante la aparición de los rayos del 
astro rey, así también nuestras doradas ilu 
siones son tronchados por el rudo golpe de 
la desgracia, que nuestro triste destino nos 
depara. 
Bendigamos ese sueño, esa aurora de la 
vida que el Creador ha querido premiar la 
amarga jornada del hombre sobre la tierra, 
siendo como un lenitivo' á sus muchos do 
lores que á porfia le brindan los terribles 
embates de la existencia. 
Venancio PA1VA, 
Intérnalo Normal de Varones, 
Montevideo, Octubre 17 de 1897. 
Establecimiento gráfico á vapor. Convención, 82.
	        
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