Full text: 1.1897,24.Okt.=Nr. 17 (1897000117)

VIDA MONTEVIDEANA 
3 
JOTA BS & 
A Juan Cárlos Menémlez 
Desde el cielo cubierto por negros nubar 
rones, se descolgaban las gentiles y delicadas 
gotitas de agua, girando á través de la im 
palpable gasa de aire y formando al rebotar 
sobre los charcos del suelo, transparentes 
peoncitos de ajedrez. 
Una de ellas la más hermosa y pura, cru 
zaba el espacio rápidamente. 
Parecia jovial, risueña. Quizá era feliz 
porque p'odia besar libremente el aire que la 
rodeaba. Era coqueta. 
Al fin, mujer! 
De repente chocó con lapunta de un para 
rayos y se dividió en dos gotitas que par 
tieron en dirección divergente. 
Se miraron por última vez. Maldijeron al 
cruel pararayos que lashabia separado y 
un adiós muy ténue cual un leve chasquido 
cruzó el espacio. 
Se despedían para siempre aunque un se 
creto instinte les murmuraba que se reuni 
rían algún día. 
Cayeron en un jardin. 
Una de ellas se posó sobre el pétalo de un 
pimpollo de rosathé y de alli resbaló hasta lo 
más recóndito de la flor, y la otra cayó en el 
cáliz de una azucena. 
El sol era de oro, el cielo estaba esmalta 
do de un azul profundo, el aire era fresco é 
invitaba á aspirarlo, las avecillas cantaban 
alegremente y las flores de! jardin esparcían 
sus fragancias más delicadas. El pobre Raúl 
se paseaba por las enarenadas sendas, entre 
su querida madre y su amada, la gentil Ma 
ria. 
Estas le ayudaban á caminar, sostenién 
dole cariñosamente con sus brazos. 
La tisis le estaba concluyendo las pocas-, 
fuerzas que tenía, y aquel dia era uno de ' 
los últimos de su vida: 
; Pobre Raúl! 
Al pasar cerca de la azucena la arrancó 
delicadamente y tendiéndosela á su madre 
querida le dijo: 
— Tómala, ella no es tan pura como tu 
cariño. 
Al pasar cerca del rosal recogió el pimpo 
llo más gallardo y se lo dió á su amada di- 
ciéndole: 
—Este pimpollo no es tan hermoso co 
mo tú. 
La madre y la amada de Raúl aproxima 
ron á sus lábios aquellas flores y las besaron. 
Las gotitas de agua que en ellas estaban 
escondidas, se evaporaron al calor de aque 
llos besos posándose en los ojos de las dos 
mujeres. 
Aquel dia era muy triste 
Raúl se moría. 
Su rostro cadavérico estaba hundido en 
la almohada y su cuerpo yacía sin movi 
miento en aquel lecho. 
La madre y la amada estaban inclinadas 
sobre Raúl esperando el fatal momento. 
De pronto, aquél lanzó el último suspiro. 
Ellas se inclinaron aún más y le recogie 
ron con sus lábios, mientras que de sus ojos 
caían dos-lágrimas sobre la pálida frente de 
Raúl. 
El silencio de la estancia fué interumpido 
por los sollozos de aquellos dos séres. 
Sobre la frente de Raúl se ovó algo como 
un ténue chasquido. 
Eran las dos gotas que se besaban ale 
gremente. 
Se habían reunido para siempre. 
Orto Miguel CIONE. 
San José de Mayo, Octubre Í2 de 1897. 
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Ven, ángel mío. Tus amantes brazos, 
como en otrora, con sublimes ansias, 
ciñe á mi cuello. Tu aromada boca 
junta á mi boca, mi inocente amada. .. 
Asi... que dulces, 
que perfumadas, 
que suaves y que púdicas caricias; 
¡ tus caricias !... qué tiernas y qué lánguidas!... 
Asi, hermosa, sentada en mis rodillas, 
blandamente mecida, enamorada, 
cual siempre cariñosa y seductora, 
radiante, pura, inmensamente casta, 
así, bien mío, 
alma de mi alma, 
de jemos que ¡as horas se deslicen 
arrobadoras á la par que rápidas. 
Así, mi albo querub,' mi amor, mi vida, 
virgen la más sensible y delicada, 
contra mi pecho el seno de alabastro, 
nido de amores que no tienen mácula, 
la tersa frente 
cual lino pálida, 
flotante, así, la rubia cabellera, 
que tiene de mis besos la guirnalda. 
Asi. unidostus labios y mis lábios 
en un beso febril... beso que embriaga; 
así, por siempre delirando juntos, 
viviendo del amor que nos inflama, 
transcurra el tiempo 
y si, enlutada, 
la parca en torno nuestro se cerniera 
¡una un eterno beso nuestras almas! 
Juan Garlos MÉNENDEZ. 
San José de Mayo, Octubre 21 de 1897. 
Santiago A, Maciel 
La rúbia y sonriente primavera vino á 
visitarme acompañada de un alegre placen 
tero rayo de sol. Sus prismáticos cabellos 
brillaron á la primer caricia de la aurora 
triunfante y lá, ligera túnica que cubría su 
cuerpo etéreo, abanicó suavemente los bro 
ches aún cerrados de las flores de mi jardín. 
Yo estaba todavía en el lecho, junto á mí, 
mirándome con sus ojos luminosos, Marga 
rita me sonreía. Sus lábios rojos resplande 
cían como dos manchas sangrientas y sus 
dedos armiñales acariciaban indolentemente 
las desordenadas guedejas de mis cabellos. 
De pronto, parecióme sentir algo así como 
un vehemente deseo de besarla. Acerquéme 
á ella, y nuestros láb:os temblorosos encu-. 
baron el más sonoro y voluptuoso beso que 
dos amantes se hayan dado sobre la tierra. 
Después nos abrazamos. ¡ Era la segunda 
primavera que surgía en el luminoso cielo 
de nuestros plácidos amores! 
Aquel día era un poético dia domingo. 
Cruzó el sol tranquilamente el meridiano, y 
poco á poco fué descendiendo hácia su eter 
no lecho de descanso. Las calles de la ciudad 
parecian sonreír con sus aceras esplendentes 
y llenas de luz. Hácia los cuatro vientos se 
oían algazaras de francas alegrias. Al sur, 
gruesas y estentóreas carcajadas de obreros 
que concurren á la taberna; gritos de pihue 
los en las callejuelas estrechas, y encantado 
ras charlas de mujeres sin sombrero y mozos 
de ensortijadas melenas. 
Al este, bravas risas de robustos marine 
ros; luminosos paisajes marinos bajo un 
cielo azul pálido, y acompasados golpes de 
remos que azotan las ondas rumorosas. 
Al oeste, paseos á caballo; tranquilas 
horas pasadas bajo los árboles verdeantes, y 
melancólicos crepúsculos llenos de una su 
gestiva languidez amorosa. Y al norte, co 
mo un derroche de lujo fastuoso, el hetero 
géneo desfile de los poderosos: ¡ Palermo ! 
ir 
* * 
Luego la noche. Una agradable y placen 
tera noche, llena de perfumes y de harmo 
nías. En la arqueada bóveda del cielo, como 
un enjambre de abejas luminosas, las estre 
llas tiemulantes é indecisas, con sus parpa 
deos temerosos; la vía láctea, con su mag 
nífica estela de brumas; y la eterna y melan 
cólica nóvia de Pierrot, mostrando su faz 
descolorida y moribunda. 
Por la avenida Alvear, continuo y monó 
tono desfile de carruajes, ocupados por 
parejas silenciosas, y en Palermo, junto á 
los verdes márgenes.del Platay contemplan 
do sus aguas cabrilleantes, confusos grupos 
de enamorados que se internan bajo el fres 
co follaje de los árboles, ó extáticos soñado 
res,—eternos argonáutas del alado esquife 
del ideal,—recordando las serenas y lumino 
sas frases de sus maestros. 
* 
* * 
Y al vol ver al misterioso nido de mis amo 
res, Margarita volvió á sonreirme picaresca 
mente. Sus mejillas sonrosadas eran la viva 
expresión de la alegría primaveral y su 
hermosa cabellera, artisticamente peinada, 
traíame á la memoria el recuerdo de aquellas 
elegantes damiselas,; pintadas por el gentil 
yenamorado Wateau. 
Un beso, otro beso... Y á soñar! Bendita 
séas, ¡oh, reina de los frutos y de las flores, 
divina Primavera! 
José PARDO. 
Buenos Aires,' Ocluí rd 20 de 1807. 
Las tres bellezas 
Dijo en la Grecia un cantor 
á las bellezas de alli : 
bellezas, venid à mi, 
quiero cantar la mejor. 
Tres solas fueron al juez 
por la vega ancha florida : 
la competencia del Ida 
principió segunda vez. 
Que se alcen allí tres tronos 
dispuso el cantor sonriente ; 
al norte, al sud y á poniente, 
los tres de distintos tonos. 
■k 
* jf 
Vese subir por el valle 
una fieldad sin segundo, 
de esas que celebra el mundo 
por su gracia, frágil talle, 
Noble ademán, escultura 
cual Fidias no concibiera, 
encantadora, hechicera, 
prototipo de hermosura. 
Al verla así Anacreonte 
d'j 0 1 ¿ Quién eres morlai ? 
— La belleza corporal. 
—Yen, y á mi derecha ponte. 
* 
* *
	        
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