VIDA MONTEVIDEANA
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JOTA BS &
A Juan Cárlos Menémlez
Desde el cielo cubierto por negros nubar
rones, se descolgaban las gentiles y delicadas
gotitas de agua, girando á través de la im
palpable gasa de aire y formando al rebotar
sobre los charcos del suelo, transparentes
peoncitos de ajedrez.
Una de ellas la más hermosa y pura, cru
zaba el espacio rápidamente.
Parecia jovial, risueña. Quizá era feliz
porque p'odia besar libremente el aire que la
rodeaba. Era coqueta.
Al fin, mujer!
De repente chocó con lapunta de un para
rayos y se dividió en dos gotitas que par
tieron en dirección divergente.
Se miraron por última vez. Maldijeron al
cruel pararayos que lashabia separado y
un adiós muy ténue cual un leve chasquido
cruzó el espacio.
Se despedían para siempre aunque un se
creto instinte les murmuraba que se reuni
rían algún día.
Cayeron en un jardin.
Una de ellas se posó sobre el pétalo de un
pimpollo de rosathé y de alli resbaló hasta lo
más recóndito de la flor, y la otra cayó en el
cáliz de una azucena.
El sol era de oro, el cielo estaba esmalta
do de un azul profundo, el aire era fresco é
invitaba á aspirarlo, las avecillas cantaban
alegremente y las flores de! jardin esparcían
sus fragancias más delicadas. El pobre Raúl
se paseaba por las enarenadas sendas, entre
su querida madre y su amada, la gentil Ma
ria.
Estas le ayudaban á caminar, sostenién
dole cariñosamente con sus brazos.
La tisis le estaba concluyendo las pocas-,
fuerzas que tenía, y aquel dia era uno de '
los últimos de su vida:
; Pobre Raúl!
Al pasar cerca de la azucena la arrancó
delicadamente y tendiéndosela á su madre
querida le dijo:
— Tómala, ella no es tan pura como tu
cariño.
Al pasar cerca del rosal recogió el pimpo
llo más gallardo y se lo dió á su amada di-
ciéndole:
—Este pimpollo no es tan hermoso co
mo tú.
La madre y la amada de Raúl aproxima
ron á sus lábios aquellas flores y las besaron.
Las gotitas de agua que en ellas estaban
escondidas, se evaporaron al calor de aque
llos besos posándose en los ojos de las dos
mujeres.
Aquel dia era muy triste
Raúl se moría.
Su rostro cadavérico estaba hundido en
la almohada y su cuerpo yacía sin movi
miento en aquel lecho.
La madre y la amada estaban inclinadas
sobre Raúl esperando el fatal momento.
De pronto, aquél lanzó el último suspiro.
Ellas se inclinaron aún más y le recogie
ron con sus lábios, mientras que de sus ojos
caían dos-lágrimas sobre la pálida frente de
Raúl.
El silencio de la estancia fué interumpido
por los sollozos de aquellos dos séres.
Sobre la frente de Raúl se ovó algo como
un ténue chasquido.
Eran las dos gotas que se besaban ale
gremente.
Se habían reunido para siempre.
Orto Miguel CIONE.
San José de Mayo, Octubre Í2 de 1897.
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Ven, ángel mío. Tus amantes brazos,
como en otrora, con sublimes ansias,
ciñe á mi cuello. Tu aromada boca
junta á mi boca, mi inocente amada. ..
Asi... que dulces,
que perfumadas,
que suaves y que púdicas caricias;
¡ tus caricias !... qué tiernas y qué lánguidas!...
Asi, hermosa, sentada en mis rodillas,
blandamente mecida, enamorada,
cual siempre cariñosa y seductora,
radiante, pura, inmensamente casta,
así, bien mío,
alma de mi alma,
de jemos que ¡as horas se deslicen
arrobadoras á la par que rápidas.
Así, mi albo querub,' mi amor, mi vida,
virgen la más sensible y delicada,
contra mi pecho el seno de alabastro,
nido de amores que no tienen mácula,
la tersa frente
cual lino pálida,
flotante, así, la rubia cabellera,
que tiene de mis besos la guirnalda.
Asi. unidostus labios y mis lábios
en un beso febril... beso que embriaga;
así, por siempre delirando juntos,
viviendo del amor que nos inflama,
transcurra el tiempo
y si, enlutada,
la parca en torno nuestro se cerniera
¡una un eterno beso nuestras almas!
Juan Garlos MÉNENDEZ.
San José de Mayo, Octubre 21 de 1897.
Santiago A, Maciel
La rúbia y sonriente primavera vino á
visitarme acompañada de un alegre placen
tero rayo de sol. Sus prismáticos cabellos
brillaron á la primer caricia de la aurora
triunfante y lá, ligera túnica que cubría su
cuerpo etéreo, abanicó suavemente los bro
ches aún cerrados de las flores de mi jardín.
Yo estaba todavía en el lecho, junto á mí,
mirándome con sus ojos luminosos, Marga
rita me sonreía. Sus lábios rojos resplande
cían como dos manchas sangrientas y sus
dedos armiñales acariciaban indolentemente
las desordenadas guedejas de mis cabellos.
De pronto, parecióme sentir algo así como
un vehemente deseo de besarla. Acerquéme
á ella, y nuestros láb:os temblorosos encu-.
baron el más sonoro y voluptuoso beso que
dos amantes se hayan dado sobre la tierra.
Después nos abrazamos. ¡ Era la segunda
primavera que surgía en el luminoso cielo
de nuestros plácidos amores!
Aquel día era un poético dia domingo.
Cruzó el sol tranquilamente el meridiano, y
poco á poco fué descendiendo hácia su eter
no lecho de descanso. Las calles de la ciudad
parecian sonreír con sus aceras esplendentes
y llenas de luz. Hácia los cuatro vientos se
oían algazaras de francas alegrias. Al sur,
gruesas y estentóreas carcajadas de obreros
que concurren á la taberna; gritos de pihue
los en las callejuelas estrechas, y encantado
ras charlas de mujeres sin sombrero y mozos
de ensortijadas melenas.
Al este, bravas risas de robustos marine
ros; luminosos paisajes marinos bajo un
cielo azul pálido, y acompasados golpes de
remos que azotan las ondas rumorosas.
Al oeste, paseos á caballo; tranquilas
horas pasadas bajo los árboles verdeantes, y
melancólicos crepúsculos llenos de una su
gestiva languidez amorosa. Y al norte, co
mo un derroche de lujo fastuoso, el hetero
géneo desfile de los poderosos: ¡ Palermo !
ir
* *
Luego la noche. Una agradable y placen
tera noche, llena de perfumes y de harmo
nías. En la arqueada bóveda del cielo, como
un enjambre de abejas luminosas, las estre
llas tiemulantes é indecisas, con sus parpa
deos temerosos; la vía láctea, con su mag
nífica estela de brumas; y la eterna y melan
cólica nóvia de Pierrot, mostrando su faz
descolorida y moribunda.
Por la avenida Alvear, continuo y monó
tono desfile de carruajes, ocupados por
parejas silenciosas, y en Palermo, junto á
los verdes márgenes.del Platay contemplan
do sus aguas cabrilleantes, confusos grupos
de enamorados que se internan bajo el fres
co follaje de los árboles, ó extáticos soñado
res,—eternos argonáutas del alado esquife
del ideal,—recordando las serenas y lumino
sas frases de sus maestros.
*
* *
Y al vol ver al misterioso nido de mis amo
res, Margarita volvió á sonreirme picaresca
mente. Sus mejillas sonrosadas eran la viva
expresión de la alegría primaveral y su
hermosa cabellera, artisticamente peinada,
traíame á la memoria el recuerdo de aquellas
elegantes damiselas,; pintadas por el gentil
yenamorado Wateau.
Un beso, otro beso... Y á soñar! Bendita
séas, ¡oh, reina de los frutos y de las flores,
divina Primavera!
José PARDO.
Buenos Aires,' Ocluí rd 20 de 1807.
Las tres bellezas
Dijo en la Grecia un cantor
á las bellezas de alli :
bellezas, venid à mi,
quiero cantar la mejor.
Tres solas fueron al juez
por la vega ancha florida :
la competencia del Ida
principió segunda vez.
Que se alcen allí tres tronos
dispuso el cantor sonriente ;
al norte, al sud y á poniente,
los tres de distintos tonos.
■k
* jf
Vese subir por el valle
una fieldad sin segundo,
de esas que celebra el mundo
por su gracia, frágil talle,
Noble ademán, escultura
cual Fidias no concibiera,
encantadora, hechicera,
prototipo de hermosura.
Al verla así Anacreonte
d'j 0 1 ¿ Quién eres morlai ?
— La belleza corporal.
—Yen, y á mi derecha ponte.
*
* *