VIDA MONTEVIDEANA
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El alma de la poesía
El poeta en este suelo,
Ta cante terrible ó suave,
Tiene algo idéntico al ave,
Porque siempre busca el cielo;
Siempre en luminoso vuelo
Tiene su imaginación,
Y al ver la'persecución
Que le hacen las desventuras,
Siempre quiere en las alturas
Colocar su corazón.
¿Es acaso un Prometeo
El corazón del cantor?
Si no lo hiere el dolor,
¿No despide ni un chispeo?
Cuando el bloque es giganteo
Requiere golpes gigantes.
Para que en raudos instantes
En vez de granito sea
Piedra que relampaguea,
Astro que arroj i brillantes.
Vierte rocio la aurora,
Y el rocio es alegría ;
Escolla la onda bravia,
Y parece un sol que llora.
Yo soy más grande en la hora
En que al dolor me confío
Que cuando en la estrofa rio,
Porque nunca brilla tanta
Como una gota de llanto
Una gota de rocio !
No tiene canciones bellas
Quien su Cáucaso no sube :
Si no se rasga la nube.
No aparecen las estrellas;
Sin nejar sangrientas huellas
No aparece nunca el día,
Y al alma es la poesia
Lo que es al cielo la luz;
Cristo es poeta en la cruz:
Sueña mucho en su agonía.
Convierte al fértil sembrío
El azote del arado
En un pintoresco prado
Lleno de flores de estío;
En volcán de espuma al río
Transforman los latigazos,
Y cuando el pecho en pedazos
Le rompe angustia secreta,
Es un águila el poeta
Y son dos alas sus brazos;
Milton, ese hombre divino
Cegado por el torrente
Del resplandor que su mente
Desparramó de continuo,
Es génio de que el Destino
Lo aoisma en sombra constante;
La dicha nunca fue amante
De quien los laureles quiso; »
Mayor que en el Paraíso
En el Infierno es el Dante!
Luce sus mejores galas,
Cuando sufre, Víctor Hugo;
Cuando vió al pueblo en un yugo,
Abrió del todo sus alas
Y sus versos fueron balas,
Fueron truenos sus canciones,
Y sus metálicos sones
Hicieron del bardo, entonces,
Un Dios dando al pueblo bronces
Para que hiciera cañones!
Oh dolor! nunca lie temido
Tus garras siempre despiertas;
Las heridas en mi abiertas,
Bocas que cantan h.in sido:
Inspiración han vertido;
Pues yo dejaré este suelo,
Como el ave que en su vuelo
Recibe un mortal flechazo:
Dando un postrer aletazo.
Queriendo llegar al cielo!
Guzmán PAPINI Y ZAS.
Montevideo, Noviembre 30 de 1S97.
Acuña y Rosario
PÁGINA DEL LIBRO EN PREPARACION:
«POETAS MEJICANOS» .
Manuel Acuña no se suicidó por
los desdenes de una mujer. Tiempo es ya de
que termine esta fábula vulgarizada en toda
América por culpa del mismo Acuña con su
íamosa composición A Rosario. Estoy en
posesión de datos al respecto que me atrevo
a llamar interesantísimos v que no dudo
sorprenderán á todos los que de buena fé
maldicen todavia á una criatura inocente del
daño que se hizo Acuña.
La Rosario que inmortalizó el poeta existe
en Méjico y es mi amiga.
¿Qué hombre de pluma no la conoce allá?
Rosario de la Peña es un monumento histó
rico ,~me decía una tarde Manuel José Othón,
el dramaturgo mejicano á quien el invicto
Echegaray ha. batido palmas.
Manifesté vivos deseos de conocerla, y
Ohón me prometió avisarla mi visita, agre
gando^ efue desde tiempo atrás habitaba
Rosarió en el pueblo de Guadalupe,
situado á algunos kilómetros de la capital y
segregada por propia voluntad, casi com
pletamente, del mundo social en que antes
viviera. Pocos dias después, José Mana Bus-
tillos, uno de los poetas más jóvenes y apro
vechados de Méjico, me presentó á Rosario
por encargo de Othón, que se dirigió preci
pitadamente á San Luis, cumpliendo antes
con anunciarme á esta dama que nunca ce
lebraré lo bastante haber conocido.
Guadalupe es á Méjico lo que Lourdes á
Francia: el lugar de un santuario donde no
deja un día de ofrecerse á la virgen el más
reverente culto de los católicos...
El santuario mejicano no cede en esplen
dor al francés, y creo tan natural cuando me
dirigía allí, que Rosario viviese prosternada
ante el altar de la Virgen, doliéndose toda
via de su ho'micidac.rueldad para con Acuña.
i Qué desengaño el que me espera !
En una casita modesta de la villa, no muy
distante del santuario famoso, vivía nuestra
heroína, acompañada de su señora madre,
una joven hermana y varios sobrinos.
La madre de Rosario y su hija menor,
Margarita, fueron las primeras personas á
quienes hablé. A juzgar por el aspecto de la
anciana y de Margarita, la hija mayor
ausente no debía desdecir la singular her
mosura, patrimonio de aquella raza.
Bien pronto me hice cargo de que estaba
en el seno de una familia hospitalaria y
cordial. Respiré esa atmósfera del hogar
decente, no desvirtuado por la pobreza, y
comprendí á las primeras razones cambiadas
'con los dueños de la casa, el secreto amargo
que deja en los corazones más fuertes toda
inclinación muy rápida de fortuna.
Abriendo y cerrando con estrépito una
mámpara, adelantó hácia mi, de pronto,
Rosario, la mujer á quien buscaba yo en mi
peregrinación literaria con un’fervor no
menos digno de respeto que el de los fieles
cristianos en Guadalupe'.'
Era una mujer de sangre española, bas
tante morena y de cuarenta años. Alta y er
guida, tenia la majestad de una princesa
reinante. Su cabello negris’imo blanqueaba
en algunos puntos; sus ojos, de un pardo
obscuro, centelleaban en la cavidad de sus
órbitas con la inequívoca luzd.ela inteligen
cia. Una nariz correcta, unos lábios muy
rojos, apretados y finos completaban esta
fisonomía que debió ser soberanamente
hermosa diez años antes, y que produce
todavía una impresión agradable por su con
junto harmónico, lleno de animación y de
vida, profundamente simpático.
Hablamos y desde el principiomeexpliqué
la fascinación que ejerció esta Rosario sobre
los poetas que allánen su mocedad,habíanla
cantado como á una diosa. No presume de
literata ; jamás ha compuesto un verso, pero
recita admirablemente los versos de sus
amigos y de otros notables bardos. Tiene un
timbre de voz melodioso, una manera de
decir que subyuga, porque dá ácada palabra
y sin aparente esfuerzo, el tono más apro
piado para su efecto, cual si estuviera
sintiendo idénticamente con el autor.
El resúmen de mis conversaciones con
Rosario, respecto á Acuña, lo daré aquí en
forma de diálogo para conservar en ¡o posi
ble su exactitud. Bebo sí, advertir, que estas
conversaciones las tuve algún tiempo des
pués de mi presentación á ella, y cuando en
el seno de la confianza amistosa, compren
dió que me guiaba, al hablarle sobre ciertos
asuntos, por una impertinente curiosidad.
¿Cómo hizo usted conocimiento con •
Acuña?
Me fue presentado en casa con motivo
de sus primeros triunfos poéticos. Mi casa,
no la atribuya usted á pretensión mía, era
un centro de reunión preferido por los más
distinguidos literatos de entonces. Yo recibí
á Acuña lo mismo que mis. padres y mis
hermanos como un buen amigo, sin que él
hubiese en el resto de su vida manifestádo-
se de otro modo.
- - La fama cuenla, y usted no debe igno
rarlo, que Acuña se dio la muerte por los
desdenes de la Rosario aquella á quién de
dicó su Nocturno.. . .
— Si,señor, asi parece- á primera vista;
pero nada es más falso que aquello de qué
Acuña se haya suicidado por mí.
(Concluirá)
Carlos G, AMEZAGA
Buenos Aires, Noviembre déi897.
¿ Qué es poesía ?
¡La poesía! pira sagrada,
radioso arcángel de ardiente espada,
tres heroísmos en conjunción:
el heroísmo del pensamiento,
el heroísmo del sentimiento
y el heroísmo de la expresión!
Flor que en la cumbre brilla y perfuma,
copo de nieve, gasa de espuma,
zarza encendida do el cielo está:
nube de oro vistosa y rauda;
fugaz cometa de inmensa cauda;
onda de gloria que viene y Yá!
Nébula vaga de que gotea,
como una perla de luz, la idea,
espiga herida por la segur;
brisa de incienso, vapor de plata,
fulgor de aurora que.se dilata
de oriente á ocaso, de norte á sur!
Yerdad, ternura, virtud, belleza;
sueño, entusiasmo, placer, tristeza;,
lengua de fuego, vivaz crisol;
abismo de éter, que el génio salva; ,
alondra humilde que canta al alba;
águila altiva que vuela al sol.
Humo que brota de la montaña;
nostalgia obscura, pasión extraña;
sed insaciable, tédio inmortal;
anhelo etérno é indefinible;
ansia infinita de lo imposible;
amor sublimé de lo ideal !
Salvador DIAZ MIRÓN.
nnngn@g@®g]@]@®]gig[
'M M I Ê V R E T É Mí
La directora comenzó:.
«—Mañana, queridas mías, es la fiesta de
nuestro amado patrono el apóstol Santiago.
Os voy á’dar asueto esta tarde. Coged del
jardín las más bellas flores y llevadlas en
seguida al templo, para adornar con mucho
primor, con mucho cuidado, el altar del
bendito apóstol. Ireis solas, pero supongo
que os portaréis juiciosas en la calle, y,
sobre todo, oidlo bien, mis buenas niñas,
no miréis á esa turba de mocitos que rondan
constantemente el colegio y, que han de
concluir, ¡ los forajidos! por matarme á
colerones y .... »
Pero ya las chicuelas no escuchaban á la
directora; habían corrido a! jardín, y á
buscar sus sombreros, y salian ahora ruido
samente en dirección al templo....