Full text: 2.1898,13.Febr.=Nr. 33 (1898000233)

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VIDA MONT EV IDEA NA 
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-exgjc- 
Ven! la tranquila noche se aproxima, 
El rubio astro se esconde tras el motile, 
Ya aparece la estrella vespertina, 
A su nido tornó la golondrina, 
De tinta gris se cubre el horizonte. 
Natura duerme; en la callada selva— 
Pabellón de plácidos senderos— 
Eqfre las ramas juguetean los vientos 
En compases dulcísimos y lentos, 
Y trinan en sus nidos los jilgueros. 
Ven! sigamos aquella misma senda, 
Q_ue unidas talvez guarda nuestras huellas, 
Quizá las flores guardarán t ts besos... 
Ven al templo de Amor; al 1 i mil veces 
Te escucharon temblando las estrellas. 
No tardes, la horade amarnos se acerca, 
La tórtola te espera en la enramada 
Y con tierhos arrullos ya te nombra, 
Y la noche te espera con su sombra, 
E impi: c ente yo aguardo tu llegada. 
A tu voz, de pasión extremecidos. 
Surgirán los espíritus dormidos, 
Se entregarán dormidas nuestras almas 
En dulce embeleso'y plácida calma, 
Cual se duermen las aves en sus nidos. 
Ese alegre murmullo que se acerca 
Detrás del sarandíy del canelón 
Nos dirá que debemos separarnos... 
Cuando llegue el instante de alejarnos 
Cesará de latir mi corazón! 
María Célia MIRANDA. 
Maláonado, Febrero 10 de 1893. 
1 ^ HISTORIA DI 
(í 
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A Alberto del Solar, naturalmente 
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í, amigo mío, una historia de mar, 
quizá mejor una leyenda, tal vez, más 
k^Jpropíamente un cuento. Esto me la 
J^íS-'ídijo un pescador que tiene la frente 
4^3 como hecha de roca, una tarde en que 
he llegado hasta el faro de Punta 
Mogotes. ¿Se acuerda Vd. de su pro- 
Vg) vecto de futura novela, la del faro? 
Pues razón tiene Vd. al creer que las co 
sas de la novela y de Ia poesia vuelan como 
las aves marinas alrededor de estas magni 
ficas máquinas de luz. Cerca del faro fué 
donde el pescador me contó el cuento, á 
propósito de que allí había visto pasar, co 
mo un espectro, como una sombra, á la 
vieja María. -Quién es la vieja María? Aquí 
está la historia. Cuéntela Vd, d su más lin 
da amiga, cuando ella ría más. 
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Allí, cerca del faro, está la casucha de la 
vieja. Antes era muy alegre. Hacían en ella 
fiestas los pescadores; vivía el viejo, que fué 
uno de los primeros pescadores de Mar del 
Plata. Nunca faltó allí, en noches de jolgo 1 
rio, un son de guitarra. Eso pasó hace tiem 
po. De entonces acá esa vieja ha llorado 
mucho, y las gentes no van á la casa d reir 
y bailar como antes. 
Antes, lo mejor de la casa, lo más lindo 
de la costa, junto con la aurora de todos 
los días, era la hija de aquel pescador, la 
hija de esa vieja María, que es hoy ura 
ajada y rústica dolorosa más amarga de 
lágrimas que el mar. La muchacha era 
como una manzana de salud, y no había 
belleza natural en los contornos como la 
suya. 
Cuando el padre volvia de la pesca ella 
le ayudaba á sacar las redes cle las olas; ella 
alistaba en la casa pobre la comida, era 
ella más madre de la vivienda que su ma 
dre. Robusta, tenía una bella fuerza mas 
culina; sana, no había viento de océano que 
no Je trajese un don de las islas de lejos; 
rosada, su coral era el plantío en que flore 
cían los más lindas cenlifolias de su san 
gre; inocente y natural, una gaviota. Los 
años eran trece, eran catorce, eran veinte? 
Todo eso podrían ser, pues la opulencia 
prístina se ostentaba en aquella obra ma 
nifiesta y vencedora. 
Una mole de cabellera; dos ojos francos 
y de luz inocente y salvaje, un seno como 
una onda contenida, y voz y risa libres y 
sonoras como las de la espuma y del 
viento. 
Una primavera llegó, por fin, más tem 
pestuosa que todos los inviernos. Una vez 
hubo en que la gaviota viese á los cuatro 
puntos de la rosa marina, como espiando 
por donde había de llegar algo descono 
cido. 
—Hija, díjole la vieja María, algo te pa 
sa. ¿Qué tienes? 
La gaviota no decía nada. Estaba inquie 
ta, iba y venia como si la llevase un soplo 
extraño, adonde no sabía, adonde no quería 
ir y sin embargo iba. 
Lo que había pasado era tan sencillo 
como un copo de espuma ó un aliento de 
aire. 
¿Quién fué el que, en un instante, logró 
amansar á la arisca ave marina? ¿O fué 
! ella misma la que buscó la mano que debía 
asirla? P’ué su temporada de verano. No 
se supo nunca si fué marinero ó señor ciu 
dadano. Lo que se supo fué que la joven— 
¿dije como se llamaba? se llamaba Sara,— 
estaba en víspera de tener un hijo. 
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Aseguran que tenia á una amiga á la cual 
decía cosas y sueños. Que le decía que iba 
á partir, feliz, á Buenos Aires, que había un 
hombre que la quería mucho; que era un 
mozo gallardo, gentil, acomodado. Eso di 
cen; nadie lo asegura. Lo cierto es que el 
vientre de la pescadorcitacrecia. Los colores 
de manzana se iban; los ojos de luz salvaje 
se entristecían, de tanto ver venir otras cosas 
que no eran las que antes deseara el rústico 
querer de la hija de la naturaleza y amada 
del mar. 
En esto fué cuando el padre murió, no 
ahogado por las olas, en día de pesca, sino 
gastado de luchar con el viento y el agua 
salada. María, la madre, se enfermó, se pu 
so casi tullida, y la pobre Sara era todo en 
el tugurio costero. 
María la vieja, dicen que se trastornó cuan 
do cayó á la cama; que sus ojos grises, sus 
cabellos grises, los gestos de sus flacos bra 
zos, daban á entender que jugaban al volan 
te con su animula miserable la muerte y el 
delirio. 
Sara hacia la comida,"Sara lavaba, Sara 
iba al pueb’o ú buscar lo necesario... Y 
siempre miraba hácia un punto del camino; 
siempre estaba aguardando algo, aguardan 
do á alguién. 
Hasta que llegó un día en que ella tam 
bién tuvo que ir al lecho, al triste y pobrí- 
simo lecho, en donde nació una criatura 
muerta... ¿Muerta, ó la mató, como dicer, 
la madre, al nacer, aullando al viento como 
una loba? 
Que siga hab'ando el hombre de mar que 
me contó la historia, que es quizá una le 
yenda, tal vez un cuento. 
*T~ ALT* 
Más ó menos, dice: 
o Así, señor, fué una noche de tormenta. 
Yo soy vecino de la vieja María. Cuando 
vivía el marido, iba yo á las fiestas de la 
ca<a. Allí cantábamos y bailábamos- Des 
de que murió el viejo no más alegrías. 
Marta se enfermó, Sa^a era como la Pro 
videncia. 1 labia teniJo su desgracia. Mien 
tras iba á nacer la criatura, yo no he visto 
cara con más amargura. María miraba co 
mo que iba á morir. María pasaba por la 
ot ida del mar poniéndonos á todos tristes. 
¡Oh tristeza de su cara! ¡oh tristeza de su 
modo de mirar! Y fué una noche cuando se 
fué á la mar, una noche de tormenta. Toda 
via no había truenos ni rayos, pero la mar 
estaba enojada. Había en lo lejano de la 
noche como fogonazos de cañón, sin ruido. 
El ciclo estaba sin estrellas ni una luz arri 
ba; y las olas, de mala manera, traidoras y 
furiosas. A i son las tempestades de este 
mar nuestro. Así comienzan. El farero sabe 
ya con qué intención viene la nube de La 
tarde, y lo mismo el pescador y el marino. 
Y abajo, el mar, se pone como de acuerdo 
con la nube El viento mueve á la una y 
á la otra. Después son los relámpagos, los 
truenos, los rayos, sobre el agua obscura, 
que carnerea. Una noche asi fué, pues, seño'. 
La vieja estaba enferma. Nació el niño y la 
Sara se puso loca. A qué horas nació no se 
sabe; pero creo que sería al llegar ¡a hora 
de la madrugada, porque un poco después 
fué que oí las voces de la vieja Maria Esta 
ba yo sin dormir, pensando en la tempestad, 
cuando senti como un grito en la casa veci 
na, en la casita de la Maria. ¿Qué pasará? 
dije; y pensando en que aquellas mujeres 
estaban solas, me vestí, tomé mi fierro y 
me fui allá, hácia la casa. Entonces fué 
cuando vi una figura como de difunto que 
se iba hácia el mar; era una figura envuelta 
en una sábana blanca. Los fogonazos de la 
tormenta que venía alumbraban de seguido 
¡o lejano del mar. La cosa blanca se iba 
adentro del mar, más adentro, más aden 
tro. . Y entonces llegué á la casa de la vie 
ja María, y la vi á ella, tambaleándose de 
debilidad, con los brazos tendidos á la sá 
bana blanca, llorando, gimiendo, llorando, 
gimiendo... 
—¡Sara!... 
La vieja, enferma se había levantado;
	        
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