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VIDA MONT EV IDEA NA
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Ven! la tranquila noche se aproxima,
El rubio astro se esconde tras el motile,
Ya aparece la estrella vespertina,
A su nido tornó la golondrina,
De tinta gris se cubre el horizonte.
Natura duerme; en la callada selva—
Pabellón de plácidos senderos—
Eqfre las ramas juguetean los vientos
En compases dulcísimos y lentos,
Y trinan en sus nidos los jilgueros.
Ven! sigamos aquella misma senda,
Q_ue unidas talvez guarda nuestras huellas,
Quizá las flores guardarán t ts besos...
Ven al templo de Amor; al 1 i mil veces
Te escucharon temblando las estrellas.
No tardes, la horade amarnos se acerca,
La tórtola te espera en la enramada
Y con tierhos arrullos ya te nombra,
Y la noche te espera con su sombra,
E impi: c ente yo aguardo tu llegada.
A tu voz, de pasión extremecidos.
Surgirán los espíritus dormidos,
Se entregarán dormidas nuestras almas
En dulce embeleso'y plácida calma,
Cual se duermen las aves en sus nidos.
Ese alegre murmullo que se acerca
Detrás del sarandíy del canelón
Nos dirá que debemos separarnos...
Cuando llegue el instante de alejarnos
Cesará de latir mi corazón!
María Célia MIRANDA.
Maláonado, Febrero 10 de 1893.
1 ^ HISTORIA DI
(í
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A Alberto del Solar, naturalmente
K' V
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- é
í, amigo mío, una historia de mar,
quizá mejor una leyenda, tal vez, más
k^Jpropíamente un cuento. Esto me la
J^íS-'ídijo un pescador que tiene la frente
4^3 como hecha de roca, una tarde en que
he llegado hasta el faro de Punta
Mogotes. ¿Se acuerda Vd. de su pro-
Vg) vecto de futura novela, la del faro?
Pues razón tiene Vd. al creer que las co
sas de la novela y de Ia poesia vuelan como
las aves marinas alrededor de estas magni
ficas máquinas de luz. Cerca del faro fué
donde el pescador me contó el cuento, á
propósito de que allí había visto pasar, co
mo un espectro, como una sombra, á la
vieja María. -Quién es la vieja María? Aquí
está la historia. Cuéntela Vd, d su más lin
da amiga, cuando ella ría más.
HE '&.!}■
Allí, cerca del faro, está la casucha de la
vieja. Antes era muy alegre. Hacían en ella
fiestas los pescadores; vivía el viejo, que fué
uno de los primeros pescadores de Mar del
Plata. Nunca faltó allí, en noches de jolgo 1
rio, un son de guitarra. Eso pasó hace tiem
po. De entonces acá esa vieja ha llorado
mucho, y las gentes no van á la casa d reir
y bailar como antes.
Antes, lo mejor de la casa, lo más lindo
de la costa, junto con la aurora de todos
los días, era la hija de aquel pescador, la
hija de esa vieja María, que es hoy ura
ajada y rústica dolorosa más amarga de
lágrimas que el mar. La muchacha era
como una manzana de salud, y no había
belleza natural en los contornos como la
suya.
Cuando el padre volvia de la pesca ella
le ayudaba á sacar las redes cle las olas; ella
alistaba en la casa pobre la comida, era
ella más madre de la vivienda que su ma
dre. Robusta, tenía una bella fuerza mas
culina; sana, no había viento de océano que
no Je trajese un don de las islas de lejos;
rosada, su coral era el plantío en que flore
cían los más lindas cenlifolias de su san
gre; inocente y natural, una gaviota. Los
años eran trece, eran catorce, eran veinte?
Todo eso podrían ser, pues la opulencia
prístina se ostentaba en aquella obra ma
nifiesta y vencedora.
Una mole de cabellera; dos ojos francos
y de luz inocente y salvaje, un seno como
una onda contenida, y voz y risa libres y
sonoras como las de la espuma y del
viento.
Una primavera llegó, por fin, más tem
pestuosa que todos los inviernos. Una vez
hubo en que la gaviota viese á los cuatro
puntos de la rosa marina, como espiando
por donde había de llegar algo descono
cido.
—Hija, díjole la vieja María, algo te pa
sa. ¿Qué tienes?
La gaviota no decía nada. Estaba inquie
ta, iba y venia como si la llevase un soplo
extraño, adonde no sabía, adonde no quería
ir y sin embargo iba.
Lo que había pasado era tan sencillo
como un copo de espuma ó un aliento de
aire.
¿Quién fué el que, en un instante, logró
amansar á la arisca ave marina? ¿O fué
! ella misma la que buscó la mano que debía
asirla? P’ué su temporada de verano. No
se supo nunca si fué marinero ó señor ciu
dadano. Lo que se supo fué que la joven—
¿dije como se llamaba? se llamaba Sara,—
estaba en víspera de tener un hijo.
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Aseguran que tenia á una amiga á la cual
decía cosas y sueños. Que le decía que iba
á partir, feliz, á Buenos Aires, que había un
hombre que la quería mucho; que era un
mozo gallardo, gentil, acomodado. Eso di
cen; nadie lo asegura. Lo cierto es que el
vientre de la pescadorcitacrecia. Los colores
de manzana se iban; los ojos de luz salvaje
se entristecían, de tanto ver venir otras cosas
que no eran las que antes deseara el rústico
querer de la hija de la naturaleza y amada
del mar.
En esto fué cuando el padre murió, no
ahogado por las olas, en día de pesca, sino
gastado de luchar con el viento y el agua
salada. María, la madre, se enfermó, se pu
so casi tullida, y la pobre Sara era todo en
el tugurio costero.
María la vieja, dicen que se trastornó cuan
do cayó á la cama; que sus ojos grises, sus
cabellos grises, los gestos de sus flacos bra
zos, daban á entender que jugaban al volan
te con su animula miserable la muerte y el
delirio.
Sara hacia la comida,"Sara lavaba, Sara
iba al pueb’o ú buscar lo necesario... Y
siempre miraba hácia un punto del camino;
siempre estaba aguardando algo, aguardan
do á alguién.
Hasta que llegó un día en que ella tam
bién tuvo que ir al lecho, al triste y pobrí-
simo lecho, en donde nació una criatura
muerta... ¿Muerta, ó la mató, como dicer,
la madre, al nacer, aullando al viento como
una loba?
Que siga hab'ando el hombre de mar que
me contó la historia, que es quizá una le
yenda, tal vez un cuento.
*T~ ALT*
Más ó menos, dice:
o Así, señor, fué una noche de tormenta.
Yo soy vecino de la vieja María. Cuando
vivía el marido, iba yo á las fiestas de la
ca<a. Allí cantábamos y bailábamos- Des
de que murió el viejo no más alegrías.
Marta se enfermó, Sa^a era como la Pro
videncia. 1 labia teniJo su desgracia. Mien
tras iba á nacer la criatura, yo no he visto
cara con más amargura. María miraba co
mo que iba á morir. María pasaba por la
ot ida del mar poniéndonos á todos tristes.
¡Oh tristeza de su cara! ¡oh tristeza de su
modo de mirar! Y fué una noche cuando se
fué á la mar, una noche de tormenta. Toda
via no había truenos ni rayos, pero la mar
estaba enojada. Había en lo lejano de la
noche como fogonazos de cañón, sin ruido.
El ciclo estaba sin estrellas ni una luz arri
ba; y las olas, de mala manera, traidoras y
furiosas. A i son las tempestades de este
mar nuestro. Así comienzan. El farero sabe
ya con qué intención viene la nube de La
tarde, y lo mismo el pescador y el marino.
Y abajo, el mar, se pone como de acuerdo
con la nube El viento mueve á la una y
á la otra. Después son los relámpagos, los
truenos, los rayos, sobre el agua obscura,
que carnerea. Una noche asi fué, pues, seño'.
La vieja estaba enferma. Nació el niño y la
Sara se puso loca. A qué horas nació no se
sabe; pero creo que sería al llegar ¡a hora
de la madrugada, porque un poco después
fué que oí las voces de la vieja Maria Esta
ba yo sin dormir, pensando en la tempestad,
cuando senti como un grito en la casa veci
na, en la casita de la Maria. ¿Qué pasará?
dije; y pensando en que aquellas mujeres
estaban solas, me vestí, tomé mi fierro y
me fui allá, hácia la casa. Entonces fué
cuando vi una figura como de difunto que
se iba hácia el mar; era una figura envuelta
en una sábana blanca. Los fogonazos de la
tormenta que venía alumbraban de seguido
¡o lejano del mar. La cosa blanca se iba
adentro del mar, más adentro, más aden
tro. . Y entonces llegué á la casa de la vie
ja María, y la vi á ella, tambaleándose de
debilidad, con los brazos tendidos á la sá
bana blanca, llorando, gimiendo, llorando,
gimiendo...
—¡Sara!...
La vieja, enferma se había levantado;