Full text: 2.1898,13.Febr.=Nr. 33 (1898000233)

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VIDA MÒNTEVIDEANA 
dió un empellón á la vieja, tirándola por 
tierra, y á pasos largos se encaminó en bus 
ca de su caballo que andaba pastando suel- 
3 to á una media cuadra de allí. 
Pedro lo montó y coa movimiento ner 
vioso de hombre sumamente agitado, clavó 
despiadado en los hijares de su pingo las 
espuelas nazarenas, haciendo que éste par 
tiera veloz. La bruja que se había incorpo 
rado asomtdaá la puerta del rancho lanza 
ba hácia el gaucho dolorido miradas llenas 
de rencor, en tanto que pronunciaba pala 
bras incoherentes que podían traducirse en 
horribles juramentos y maldiciones. 
Cuando el sol ocultándose inundabt á la 
tierra con sus tintes de oro último, á esa ho 
ra en que en nuestras campiñas solo se 
respira brisas impregnadas de agradables 
perfumes, llegaba Pedro, agitado, tal vee 
más que su caballo, jadeante y sudoroso, á 
la Estancia de González. 
La peonida, en alegre círculo, r estejabacon 
6 risas los cuentos que Don Dionisio- un gau 
cho vejancón, alegre y espiritual—les conta 
ba, saipicados con los chistes de su inacaba 
ble repertorio criollo, mientras el mate 
pasaba de mano en mano. 
Sin apearse Pedro, preguntó por Manuel 
á un tapecito que mirándolo no sin estrañe 
za le dijo que había salido hasta la pulpería. 
Dió de riendas para tomar ese rumbo, cuan 
do vió al que buscaba. 
Al verlo, sintió hervir en sus venas su 
sangre criolla; sus ojos centellearon y como 
ya Manuel se acercaba y el no podía domi 
narse rompió su horrible silencio convidán 
dolo con voz alterada á apearse, pues tenia 
que hablarle. 
—Venia á verte Manuel, porque tengo que 
hablarte. 
— {Si? pues entonces, cuando quieras... 
—Venia á saber si fuistes tú el cangalla que 
le hizo echar daño á María Gutiérrez. 
—¿Yo? no sé porqué; ¿acaso me ocupo yo 
de ella más que de naides? 
—¿Con que entonces negás? Es que no te- 
néscoraje ¡bandido!, pa aguantarlo quehicis- 
tes. 
—Yo...Te digo la verda...yo nó! 
—¡No mientas trompeta!; ni seas sinver 
güenza pues yo se que fuiste vos el que en 
cargó á la negra Gumersindo el daño pá 
María. 
—Guano mira, te viá decir... yo fui... es 
cierto pero no creí... 
—¿Y por qué hicistes eso? 
—Te viá decir, pues porque quería á Ma 
ría... que ella hrbía sido novia mía... pero 
cuando vos caistes al pago me dejó á mi, 
por atenderte y eso á mí no me gustó...Me 
dió rabia. 
—Con que entonces confesas que hicistes 
eso y que lo hicistes porque no tenias coraje 
pa medirte conmigo; ¡gaucho maula! .. 
—Miró Pedro... que-no aguanto que me 
insultes. 
—No; si yo no vengo á insultarte, vengo 
á ensebar mi facón en tus tripas ¡desgraciad 
—¿A mi? 
—Sí, á vos! 
Y ambos, lijeros como el rayo, echaron ma 
no á la cintura, sacando Manuel una daga 
con la que tiró rápido un tajo mortal á 
Pedro, pero este, en tanto que con el mango 
del rebenque paraba, el arma de su rival, le 
hundía su facón hasta el mango en el vien 
tre. 
Y cuando la peonada del Establecimiento 
se apercibió de la lucha y corrió á auxiliai 
a su capataz, este ya había muerto.. .La si 
lueta de Pedro se perdía en el horizonte.... 
Ií >cardo LOPEZ IABANDüRA. 
M v.Uevkleo, Febrero 1-2 ele 1889' 
->y ¿r ¿olop sr ó 
UN NUEVO POETA 
-age- 
Pura Amílico S. Manco'o 
I 
' que los Alpes me han llevado á 
Ajf^fLvla poesía, me quedo en ellos pa a 
V-pLÍj V revelar un nuevo poeta, anunciado 
■j ç—jL.i por varios escritores italianos en 
revistas extranjeras; el cual soborea en estos 
días una de las mis profundas alegrias que 
se hayan concedido al corazón humano: la 
de contemplar el alba de la propia gloria. 
No tiene todavía treinta años: era en efec 
to completamente desconocido, hasta hice 
pocos meses. 
Es hijo de un obrero tejedor de un pueblo 
del Piamonte; en su niñez trabajó en el telar; 
tuvo una niñez pobre y dura: su familia lo 
dedicó con grandes sac ilicios ni estudio pa 
ra hacer de él un sacerdote; pasó algunos 
años en el Seminario, donde su fé religiosa 
se apagó; después permaneció cuando salió 
de allí; vivió, como vive todavía, dando 
lecciones-particulares de literatura que ape 
nas le dan pan. 
Es una figura que recuerda la de Le ópar- 
di: pequeño, mac lento, pálido, pob:emente 
vestido, extraordínari miente tímido, amante 
de la vida solitaria, una ligara extraña, una 
índole taciturna, una especie de ermitaño 
selvático, en quien ninguna señal exterioi 
deja adivinar al artista. 
Este pobre hij) de obrero ha escrito un 
poemita formado de poesías de diversó me 
tro sobre la enfermedad y muerte de la ma 
dre que adoraba, una serie de escenas, de 
cuadritos domésticos, de episodios afectuo 
sos y dolorosos, de gritos de angustia y de 
sesperación, que hacen estremecer y llorar 
al más frío lector. 
Y á la profundidad trágica del sentimien 
to, se une en su poesía una delicadeza rara 
de forma, obtenida con pudentísimas fatigas, 
pero no exenta de amable sencillez, á través 
de la cual aparece netamente, como el fondo 
de un arroyo limpidísimo, el alma del poeta. 
Leedlo, y tendréis por mucho tiempo ante 
los ojos la imagen de esa pobre madre muer 
ta, que os hará amar al hijo huérfano y me 
ditar en las miserias y dolores humanos. 
El nobilísimo poeta no estodavía profesor, 
porque como tiene que d ir lecciones para 
ganarse el pan, no ha tenido tiempo toda 
vía, en diez años, de tomar el diploma. 
Se llama Giovanni Cena. 
JídmCndo P'AAUCIS. 
)AS campanas del pueblo llaman á 
IfSLnisa de domingo. Poruña de las 
I i Wj-y desiertas sendas que conducen á la 
Iglesia aparece Georgina, siempre 
sonriente, y se detiene. Mira; parece que 
buscara á álguien. 
Por el extremo opuesto, dos ó ti es jó\e- 
nes del pueblo se acercan y la saludan, pero 
ella no sonríe mis que al último de ellos, a 
Juan, el cual, tímido y bondadoso, no se 
atreve á adelantarse, y al que ella ama con 
toda la vehemencia de un alma de 16 abriles. 
Juan sigue el camino de su amante, sus 
acompañantes le dejan, y junto con la her 
mosa niña, entra al sagrado recinto y detras 
suyo escucha el paternal sermón. 
Mientras dura el divino oficio, Juan per 
manece abismado en un respetuoso silencio. • 
Ora con devoción, y sus miradas solamente 
sedirijená la María celeste y á su virjen 
amante. 
Y cuando salen de la Iglesia y se encuen 
tran otra vez en aquella senda de flores que 
se abren y de botones que estallan, ,cómo se 
dilatan los coruzanes de aquellos niños ena 
morados; cómo sonríen de contento sus son 
rosad is mejillas! .. . 
Caminando lentamente se dm,en a casa 
de Georgina, bajo los ardores de un so 
abrasador, á la sombra espesa de los ar o- 
les; aspirando el perfume suave de las llores 
que trae una brisa sutilísima moviendo a su 
paso en rítmicas ondulaciones, las espiga» 
de las achiras que deslumbran con sus re- 
nejos de oro; pisando la alfombra de gra 
nadla y de margaritas roj is, que ciujcn y 
su paso en besos imperceptibles; con 
manos enlazadas, apretadas; callados, sin 
decirse una palabra, en la embriaguez de 
esta elocuencia de los enamorados que n^ 
abren la boca más que para cambiar 
nombres y los libios mi. I#” 1 '” 
besos y que se dicen todo en uns m, 
rada.. • 
¡Cuánta felicidad! 
11 
Un día las campanas del pueblo repique 
teaban «á todo vuelo»»: era el día de la boda 
de Georgina con su tímido amigo Juan. 
Juan v Georgina eran desde entonces la 
pareja más feliz del pueblo. 
El dia lo pasaba él trabajando en la gia 
ja ó en el campo; por la noche, cuando esta 
llemtbu con sus sombras deseadas, Ju 
emprendía el regreso á la rústica casita 
donde salía á recibirlo con los brazos abier 
tos la sonriente Georgina. 
En todos los instantes, la alegría mas 
sueña reinaba en el alma de los enamora 
esposos. 
Asi pasaron tres cosechas. Más cuando 
empezó á madurarla cuarta siembra, las
	        
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