Full text: 2.1898,13.Mär.=Nr. 35 (1898000235)

LA VIDA MONTE VIDE ANA 
66" 
Y cuando el padre y la hija estaban ya 
en la puerta que conducía á la dirección 
y 1-e daba la espalda, volvió el anciano 
criminal à levantar la cara y miró á la 
puerta largo rato. 
Después se paso la larde, anocheció, y 
cada fiera à su jaula. 
.Transcurrieron días y. meses, y en el 
presidio, bien dirigido, no ocurrió nada de 
particular. 
Pero un día... . un día de Julio, llovien 
do estaba à mares y los presidiarios en 
las galerías del patio haciendo concurren 
cias á la tempestad... Cundió la voz de 
rebelión, se negó la gente á comer el 
rancho; la conspiración, que había tardado 
un mes en fraguarse, estalló de pronto..,. 
¡Corriendo! ¡Baje usted! ¡El presidio está 
sublevado! 
Y el comandante saltó como una pante- 
ra'de li cama donde dormía la siesta, 
cerró por fuéra su cuarto, para que la niña 
no lo siguiera, y cuando llegó al patio se 
encontró con trescientos hombres en 
frente de él, armados con las cucharas de 
palo, afiladas y convertidas en cuchillos. 
No era hombre de ceder ni de acobardarse. 
Sabría morir si era preciso. Arengó y no 
le hicieron caso; quiso atacar y le atacaron; 
su vida estaba en las manos de aquellos 
bandidos desenfrenados. Le echaron atrás 
y le tiraron más de cien viajes, sin con 
tar las pedradas y las tarteras que iban 
volando derechas a la cabeza... ¿Qué iba à 
pasar? ¿Qué podia hacer solo contra tanta 
gente? La batalla habia comenzado, ya 
había disparado él los seis tiros de su re 
vólver. .,; pero en el momento de disparar 
el último, vió venir hácia él un monstruo, 
un hombre con cabeza de oso, El Lobo, 
que gritaba: 
—¡No hay cuidado, que aquí estoy yol 
Y cogiendo al jefe por la cintura con 
la mano izquierda y colocándoselo á la es 
palda, para cubrirlo con su propio cuerpo, 
enarboló en la derecha una enorme nava 
ja, que no supo nadie nunca de donde 
salió, y comenzó á recibir enemigos, y á 
dar puñaladas tan certeras, que hombre 
que llegaba á su alcance, caía á sus p'és 
muerto del primer golpe. 
Y todo esto pasaba ya en silencio: el 
jefe, resguardado detrás de su preso, pen 
sando (hasta donde se puede pe isar en 
momentos tales), por qué el presidiario le 
defendía así, y cómo acabaría aquel hor 
rible lio, Y El Lobo, entretanto, recibía 
pedradas en la cabeza y cuchilladas de 
palo tan graves como las de hierro, y por 
fin acudió la fuerza armada, llamada por 
los dependientes, y hubo descargas en el 
patio, y muertos y heridos en todos los 
rincones, y à la hora y media de la refrie 
ga quedó todo en calma y el jefe estaba 
sano y salvo y El Lobo con dos navajazos 
en el vientre, la cabeza deshecha de heri 
das y muriendo por la pmsta. 
Le llevaron á la dirección por orden del 
jefe. Allí, acostado en la primera cama 
blanda que había tenido en su vida, expi 
raba retorciendo los ojos y repitiendo aquel 
graznido del asma, tan suyo. Le dieron la 
unción y tiró patadas al cura; pero entre 
la vida y la muerte pudo romper á hablar, 
y dijo abriendo desmesuradamente los ojos 
y mirando á aquel á quien había salvado la 
vida: 
—¡La niña! 
El jefe adivinó en seguida lo que pen • j 
saba su defensor. Recordó, y comprendió 
por qué le había defendido ¡Oh, sí, eso 
era! Corrió a la dirección, donde había 
dejado encerrada ít sa hija, sin acordarse 
dp volver para abrirle la puerta. La niña 
estaba aterrada, llorando,... La cogió en 
brazos, volvió" con ella á toda ' prisa al 
cuarto del moribundo, y le halló ya en las 
postrimerías de aquella existencia de presi 
dio y de sanguinarios deseos de cuarenta 
años de fiera Y el tío Lobo., con ojos 
extraviados, tuvo todavia tiempo de ver, y 
de decir á la única amiga de su vida: 
¡Obro! ... ¡¡Otro!! 
El padre levantó á la niña en brazos y 
se oyó el chasquido de uu beso sonoro, 
estampado por unos labios de ángel en el 
rostro curtido del viejo... 
Y mientras el cura se alejaba cejijunto y 
mohíno, con los santos óleos en las cruza 
das manos, quedaron allí arrodillados ante 
el cadáver, el jefe, los empleados, los guar 
dias, en religioso silencio; y la niña, á 
una indicación de su padre, comenzó á 
decir, con su vocesita dulce y cariñosa: 
—Padre nuestro que estás en los cielos, 
santificado sea tu nombre... 
Eusebio BLASCO. 
Madrid, Enero 27 de 1S98. - 
T: i TV -r- - ]pC 
( lír '¿Nwesm 
Los caballos, piafando, se encabritan 
■ Y con pavor y sobresalto evitan 
Los altos monte» y la selva obscura. 
Si en la extensa llanada lo sorprende 
Con su cortejo fúnebre la noche, 
El potro joven á su hermano busca 
Y en su lomo descansa la cabeza. 
Todo tiende á juntarse en esta hora, 
Todo en la vasta soledad se hermana, 
Hasta que, alegre, la triunfal diana 
En el áureo clarín toca la Aurora. 
Manuel GUTIERREZ NÃJERA. 
Guatemala, Enero 19 de 1898. 
Tj 
o que dicen las campanas 
(continuación) 
(Fragmento de un pnema inédito) 
La noche no desciende de los cielos, 
Es marea profunda y tenebrosa 
Que sube Je los astros: mirad cómo 
Adueñase primero del abismo 
Y se retuerce en sus verdosas aguas. 
Sube, en seguida, á los rientes valles, 
Y cuando ya domina la planicie, 
El sol, convulso, brilla todavía 
En la torre del alto campanario 
Y en la copa del cedro, en la alquería 
■ Y en la cresta del monte solitario. 
Es náufraga la luz: terrible y lenta 
Surge la sombra: amedrentada sube 
La triste claridad de los tejados, 
Al árbol, á los picos elevados, 
A la montaña enhiesta y á la nube. 
Y cuando, al fin, airosa la tiniebla 
La arroja de sus límites postreros, 
En pedazos, la luz el cielo puebla 
De soles, de planetas y luceros. 
Y con ella se van la paz amiga, 
La dulce confianza, el noble brío 
De quien, alegre, con vigor trabaja; 
Y para consolarnos, mudo y frío, 
Con sus álas de bronce el sueño baja. 
Entonces todo tímido se oculta: 
En el establo los pesados bueyes, 
En el aprisco el babador ganado, 
En la cuna pequeña la inocencia, 
En su tranquilo bogar el hombre honrado. 
Y el recuerdo impasible en la conciencia. 
Mil temores informes y confusos 
Del hombre y de los brutos se apoderan; 
En la orilla del nido vigilante, 
El ave guarda el sueño de su cría 
Y esconde la cabeza bajo el ala; 
El noble perro, can mirada grave, 
Interroga la sombra, y ver procura; 
Apenas se traslució en el pueblo que 
Juana estaba en trance y riesgo de caer 
en manos de un nuevo verdugo, volvieron,, 
como la vez primera, los cariñosos con 
sejeros á tratar de disuadirla de aquella 
funesta inclinación, con tan excelentes ra 
zones y temerosos argumentos, que la pu 
sieron como cavilosa y perpleja. 
—Sin embargo, en esto de matrimonio, 
hay que irse con cautela para oír à los ami 
gos, y con mayor razón á las amigas. El 
despecho suele inspirar á aquellos y envi 
dia á éstas'. ¿Quién me asegura á mí que 
no haya mucho de todo esto en los con 
sejos que se me dan, y en los peros que se 
le ponen á ese pobre muchacho? 
Asi se expresaba Juana hablando con 
sigo misma, mientras remaba y remaba en 
el piélago de contradicciones á que la ha 
bían lanzado, pero á poco le venían á la 
memoria los negros dias de su primer ma 
trimonio, cambiando de rumbo sus pen 
samientos y avivando sus temores. 
Finalmente vino à iluminarla una idea; 
la de someter el punto al juicio y deci 
sión de un juez imparcial é insospechable.. 
Lo que este árbitro le dijese, eso sería lo 
que ella hiciese. ¿Quién era ella, pues, pa 
ra no acudir á un recurso que las nacio 
nes mismas aceptan, sin que se humillen 
ni prevariquen por ello? 
El busilis estaba en la elección del suso 
dicho árbitro, Fulano, pensaba la viudita, 
sería muy bueno, pero es tí > de fulanita,. 
que fué novia de ini idea; Zutano, magní 
fico pero tiene tirria al candidato; Perenujo, 
excelente, pero ha emitido ya opinión etv 
el asunto; Menganejo, inmejorable, pero lo 
maneja su mujer, 'que es una envidiosa de 
las peores. Y así fué mentando y descar 
tando, á cada cual con su pero, à todos los 
buenos sujetos del lugar, y acaso hubiera 
terminado por no encontrar palo en que 
ahorcarse, como suele decirse, á no ha 
berse acordada de su única persona que 
le quedaba por calificar, y ese sí que era 
irreprochable. Nada menos que el señor 
cura párraco de la pequeña y modesta 
localidad en donde estos sucesos pasaban; 
varón sin mayores luces, pero persona de 
confiar, y para el caso, como de encargo, 
por ser ageno à los intereses y pasiones 
del mundo. 
—Haré lo que el señor cura me ordene 
que haga, concluyó por decirjuana á su 
corazón, que muerto de risa h escuchaba 
dentro del pecho, sabiendo, el muy picaro, 
lo que valen ciertas resoluciones en cier*
	        
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