LA VIDA MONTE VIDE ANA
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Y cuando el padre y la hija estaban ya
en la puerta que conducía á la dirección
y 1-e daba la espalda, volvió el anciano
criminal à levantar la cara y miró á la
puerta largo rato.
Después se paso la larde, anocheció, y
cada fiera à su jaula.
.Transcurrieron días y. meses, y en el
presidio, bien dirigido, no ocurrió nada de
particular.
Pero un día... . un día de Julio, llovien
do estaba à mares y los presidiarios en
las galerías del patio haciendo concurren
cias á la tempestad... Cundió la voz de
rebelión, se negó la gente á comer el
rancho; la conspiración, que había tardado
un mes en fraguarse, estalló de pronto..,.
¡Corriendo! ¡Baje usted! ¡El presidio está
sublevado!
Y el comandante saltó como una pante-
ra'de li cama donde dormía la siesta,
cerró por fuéra su cuarto, para que la niña
no lo siguiera, y cuando llegó al patio se
encontró con trescientos hombres en
frente de él, armados con las cucharas de
palo, afiladas y convertidas en cuchillos.
No era hombre de ceder ni de acobardarse.
Sabría morir si era preciso. Arengó y no
le hicieron caso; quiso atacar y le atacaron;
su vida estaba en las manos de aquellos
bandidos desenfrenados. Le echaron atrás
y le tiraron más de cien viajes, sin con
tar las pedradas y las tarteras que iban
volando derechas a la cabeza... ¿Qué iba à
pasar? ¿Qué podia hacer solo contra tanta
gente? La batalla habia comenzado, ya
había disparado él los seis tiros de su re
vólver. .,; pero en el momento de disparar
el último, vió venir hácia él un monstruo,
un hombre con cabeza de oso, El Lobo,
que gritaba:
—¡No hay cuidado, que aquí estoy yol
Y cogiendo al jefe por la cintura con
la mano izquierda y colocándoselo á la es
palda, para cubrirlo con su propio cuerpo,
enarboló en la derecha una enorme nava
ja, que no supo nadie nunca de donde
salió, y comenzó á recibir enemigos, y á
dar puñaladas tan certeras, que hombre
que llegaba á su alcance, caía á sus p'és
muerto del primer golpe.
Y todo esto pasaba ya en silencio: el
jefe, resguardado detrás de su preso, pen
sando (hasta donde se puede pe isar en
momentos tales), por qué el presidiario le
defendía así, y cómo acabaría aquel hor
rible lio, Y El Lobo, entretanto, recibía
pedradas en la cabeza y cuchilladas de
palo tan graves como las de hierro, y por
fin acudió la fuerza armada, llamada por
los dependientes, y hubo descargas en el
patio, y muertos y heridos en todos los
rincones, y à la hora y media de la refrie
ga quedó todo en calma y el jefe estaba
sano y salvo y El Lobo con dos navajazos
en el vientre, la cabeza deshecha de heri
das y muriendo por la pmsta.
Le llevaron á la dirección por orden del
jefe. Allí, acostado en la primera cama
blanda que había tenido en su vida, expi
raba retorciendo los ojos y repitiendo aquel
graznido del asma, tan suyo. Le dieron la
unción y tiró patadas al cura; pero entre
la vida y la muerte pudo romper á hablar,
y dijo abriendo desmesuradamente los ojos
y mirando á aquel á quien había salvado la
vida:
—¡La niña!
El jefe adivinó en seguida lo que pen • j
saba su defensor. Recordó, y comprendió
por qué le había defendido ¡Oh, sí, eso
era! Corrió a la dirección, donde había
dejado encerrada ít sa hija, sin acordarse
dp volver para abrirle la puerta. La niña
estaba aterrada, llorando,... La cogió en
brazos, volvió" con ella á toda ' prisa al
cuarto del moribundo, y le halló ya en las
postrimerías de aquella existencia de presi
dio y de sanguinarios deseos de cuarenta
años de fiera Y el tío Lobo., con ojos
extraviados, tuvo todavia tiempo de ver, y
de decir á la única amiga de su vida:
¡Obro! ... ¡¡Otro!!
El padre levantó á la niña en brazos y
se oyó el chasquido de uu beso sonoro,
estampado por unos labios de ángel en el
rostro curtido del viejo...
Y mientras el cura se alejaba cejijunto y
mohíno, con los santos óleos en las cruza
das manos, quedaron allí arrodillados ante
el cadáver, el jefe, los empleados, los guar
dias, en religioso silencio; y la niña, á
una indicación de su padre, comenzó á
decir, con su vocesita dulce y cariñosa:
—Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre...
Eusebio BLASCO.
Madrid, Enero 27 de 1S98. -
T: i TV -r- - ]pC
( lír '¿Nwesm
Los caballos, piafando, se encabritan
■ Y con pavor y sobresalto evitan
Los altos monte» y la selva obscura.
Si en la extensa llanada lo sorprende
Con su cortejo fúnebre la noche,
El potro joven á su hermano busca
Y en su lomo descansa la cabeza.
Todo tiende á juntarse en esta hora,
Todo en la vasta soledad se hermana,
Hasta que, alegre, la triunfal diana
En el áureo clarín toca la Aurora.
Manuel GUTIERREZ NÃJERA.
Guatemala, Enero 19 de 1898.
Tj
o que dicen las campanas
(continuación)
(Fragmento de un pnema inédito)
La noche no desciende de los cielos,
Es marea profunda y tenebrosa
Que sube Je los astros: mirad cómo
Adueñase primero del abismo
Y se retuerce en sus verdosas aguas.
Sube, en seguida, á los rientes valles,
Y cuando ya domina la planicie,
El sol, convulso, brilla todavía
En la torre del alto campanario
Y en la copa del cedro, en la alquería
■ Y en la cresta del monte solitario.
Es náufraga la luz: terrible y lenta
Surge la sombra: amedrentada sube
La triste claridad de los tejados,
Al árbol, á los picos elevados,
A la montaña enhiesta y á la nube.
Y cuando, al fin, airosa la tiniebla
La arroja de sus límites postreros,
En pedazos, la luz el cielo puebla
De soles, de planetas y luceros.
Y con ella se van la paz amiga,
La dulce confianza, el noble brío
De quien, alegre, con vigor trabaja;
Y para consolarnos, mudo y frío,
Con sus álas de bronce el sueño baja.
Entonces todo tímido se oculta:
En el establo los pesados bueyes,
En el aprisco el babador ganado,
En la cuna pequeña la inocencia,
En su tranquilo bogar el hombre honrado.
Y el recuerdo impasible en la conciencia.
Mil temores informes y confusos
Del hombre y de los brutos se apoderan;
En la orilla del nido vigilante,
El ave guarda el sueño de su cría
Y esconde la cabeza bajo el ala;
El noble perro, can mirada grave,
Interroga la sombra, y ver procura;
Apenas se traslució en el pueblo que
Juana estaba en trance y riesgo de caer
en manos de un nuevo verdugo, volvieron,,
como la vez primera, los cariñosos con
sejeros á tratar de disuadirla de aquella
funesta inclinación, con tan excelentes ra
zones y temerosos argumentos, que la pu
sieron como cavilosa y perpleja.
—Sin embargo, en esto de matrimonio,
hay que irse con cautela para oír à los ami
gos, y con mayor razón á las amigas. El
despecho suele inspirar á aquellos y envi
dia á éstas'. ¿Quién me asegura á mí que
no haya mucho de todo esto en los con
sejos que se me dan, y en los peros que se
le ponen á ese pobre muchacho?
Asi se expresaba Juana hablando con
sigo misma, mientras remaba y remaba en
el piélago de contradicciones á que la ha
bían lanzado, pero á poco le venían á la
memoria los negros dias de su primer ma
trimonio, cambiando de rumbo sus pen
samientos y avivando sus temores.
Finalmente vino à iluminarla una idea;
la de someter el punto al juicio y deci
sión de un juez imparcial é insospechable..
Lo que este árbitro le dijese, eso sería lo
que ella hiciese. ¿Quién era ella, pues, pa
ra no acudir á un recurso que las nacio
nes mismas aceptan, sin que se humillen
ni prevariquen por ello?
El busilis estaba en la elección del suso
dicho árbitro, Fulano, pensaba la viudita,
sería muy bueno, pero es tí > de fulanita,.
que fué novia de ini idea; Zutano, magní
fico pero tiene tirria al candidato; Perenujo,
excelente, pero ha emitido ya opinión etv
el asunto; Menganejo, inmejorable, pero lo
maneja su mujer, 'que es una envidiosa de
las peores. Y así fué mentando y descar
tando, á cada cual con su pero, à todos los
buenos sujetos del lugar, y acaso hubiera
terminado por no encontrar palo en que
ahorcarse, como suele decirse, á no ha
berse acordada de su única persona que
le quedaba por calificar, y ese sí que era
irreprochable. Nada menos que el señor
cura párraco de la pequeña y modesta
localidad en donde estos sucesos pasaban;
varón sin mayores luces, pero persona de
confiar, y para el caso, como de encargo,
por ser ageno à los intereses y pasiones
del mundo.
—Haré lo que el señor cura me ordene
que haga, concluyó por decirjuana á su
corazón, que muerto de risa h escuchaba
dentro del pecho, sabiendo, el muy picaro,
lo que valen ciertas resoluciones en cier*