78
LA VIDA MON'TEVIDE ANA
La vida de todos los romanos la tenía
en su poder y bajo su capricho el mons
truoso emperador, era una Parca viviente
que cortaba el hilo de la existencia de sus
súbditos cuando le placía. A su profesor
el filósofo Séneca, hizo que se matara en
su presencia, y dió un veneno potente à su
segundo maestro que le pidió una medicina.
¿De qué materia esta formado el hom
bre? De un elemento horrible amasado de
crímenes y sangre, ú obra del mal, porque
desde que es lanzado delas entrañas de la
mujer al seno de ¡a muerte, lo impulsa la
fatalidad, la diosa antigua que llevaba los
hombres al abismo?
Definid el problema á modo vuestro al
saber que hubo hombres como Nerón, que
después de haber tentado hacer nauf/ agar
k su propia madre y no habiendo dado re
sultado el criminal proyecto, la manda ase
sinar, mientras ella le arroja este tremendo
apostrofe a! asesino: Abre, abre el vien
tre que ha albergado á semejante
bruto!
Pero dice un escritor romano, que Nerón
nunca pudo libertarse del remordimiento
que devoraba su conciencia. En vano fué
que por la muerte de su madre, à quien
odiaba, lo felicitaran el pueblo y el Sena
do; Nerón confesaba, presa de espanto, que
las furias infernales agitaban delante de él
sus látigos vengadores de horribles serpien
tes y de antorchas encendidas. En des
agravio ordenó un sacrificio, mágico, pero
fué inútil, porque como dice bien el insigne
Campoamor:
La conciencia en los malvados
Castiga tan pronto y bien
Que hay muy pocos que no estén
Dentro de su pecho ahorcados.
Sobre Roma ya pesaba demasiado aque
lla figura siniestra que agitaba al viento las
antorchas sangrientas del despotismo, la
lujuria y el crimen, amenazando incendiar
con ellas los pueblos todos del haz de la
tierra. R.ma, iba á recordar que era ¡a
madre de ¡os Gracos y los Mario, que si
había creado los Calígula y los Tiberio,
las Mesalina y las Locusta, había también
creado las Cornelia, ios Cicerones y los
Tito; aun en el fondo de la caja de sus
horrores y de sus males quedaba un resto
de pudor cívico, como en el fondo de la
caja maldita que regalaron los dioses á
Pandora quedaba la esperanza; la espsran-
za que es la última diosa; la esperanza que
no nos abandona ni aun más allí del se
pulcro, pues se sienta sobre la fría losa de
nuestra tumba con las radiosas alas plega
das y el rostro divino entre las manos!
El primero que salió en el escenario de
la historia à defender los derechos de Ro
ma conculcados pm un emperador enlo
quecido en el pináculo del poder y de la
gloria artística, fué Vindex, en las Galias,
al frente de numerosos soldados. Al saberlo,
Nerón, se fué à Nápoles diciendo con mu
cho énfasis: El artista vive en todas
partes!... A-lo que debían haberle contes
tado: el artista sí, desde el ruiseñor al
hombre, vive en todas partes, cantando,
pero para el tirano ro hay un solo palmo
de tierra en el mundo; que sus cenizas de
ban esparcirse á los cuatro vientos cardi
nales para que no arraigue jamás su semilla
maldita,
Francisco C. AJRATTA.
[Continuai á)
GRIMAS
Imítando á Pombo
Lo que dicen las lágrimas de duelo,
es que murió el consuelo;
que por la senda del dolor se avanza,
que ha volado la última esperanza
en camino del cielo., .
La lágrima de celos ¿qué nos cuenta?
Que existe dentro el pecho una tormenta
que rompe del amor'los fuertes lazos,
porque falta la calma...
Lo que dicen las lágrimas del alma,
es que está el corazón hecho ptdazos!
WERTHER.
P Montevideo, Marzo 19 de 1S98.
Sa.ixtia.g-o Barco
( Continuad ó n j
Conclusión que, revelada por los diarios,
hizo pasar á don Enrique de Arnedo por
magnánimo; toda España admiró cómo
practicaba el perdón de las ofensas.
Pero toda España admiró igualmente la
altanería castellana del culpable en su ré
plica á esta casi defensa hecha por la víc
tima: no podría hacerse mayor injusticia
que concederme la vida por súplicas de
ese hombie. Solo? debe à mi torpeza po
der hablar todavía. Sus palabras no deben
ser oídas, cuando pretende mostrarse ge
neroso con su asesino.
El consejo de guerra no empleó mucho
tiempo en discutir; los hechos y la inten
ción del criminal eran evidentes; se nece
sitaba un correctivo que cortara por lo
sano el más insignificante contagio de tal
crimen. La ejecución se etectuaría á la
mañana siguiente.
Se hizo pública la sentencia á las cinco
de ¡a tarde y los ánimos se agitaron.
A las nueve de la noche, bajo un cielo
sin luna y casi sin estrellas, don Enrique de
Arnedo, á pesar de su brazo en cabestrillo,
salió de particular, envuelto en su capa,
embozado como para ocultar la parte in
ferior del rostro; el resto lo cubría la som
bra de un sombrero de anchas alas.
Llegó á una callejuela próxima à la cate
dral y se hundió en el hueco de la mierte-
cita de un jardín que se extendía detrás
de una casa de buen aspecto.
Esperó sin moverse, sin hacer ruido, y
durante treinta minutos tuvo paciencia.
—Ella habrá recibido mi billete dema
siado tarde, murmuró, y no habrá podido
burlar la vigilancia de sus padres.
Volvió á la casa. Su sirviente le entre
gó un billete que acababa de llevar una
vieja. Leyó:
«No venga usted, pues la puerta estará
cerrada esta noche y siempre. No volverá
usted á verme nunca; he llorado al creerle
muerto; la -uerte habitual de usted le ha
preservado de la muerte, pero otro vá à
morir que me era tan querido como usted.
Mis ojos son un torrente de lágrimas que
corren por un destino cruel del cual me re
conozco responsable hasta cierto punto.—
Amalia.'»
—¡Amalia Fuencarral! ¡/ahora comprendo
todol ¡El cornetilla era novio de Amalia!
¡Pobre! |Y yo le había quitado su amor!
Me acuerdo de ciertos detalles. Le he sor
prendido con ella pelando la pava detrás de
los barrotes de su ventana. l)e todos mo
dos se hubiera destrozado la cabeza á no
haberse encabritado mi caballo! Apuntó
bien á lo alto y por esto no ha querido
mezclar en el asunto un nombre de mujer.
Muy bien hecho.
Tras de una corta meditación que dibu
jó en sus lábios sensuales una sonrisa de
satisfacción y victoria
—Hubiera sido lástima dejarle esa deli
ciosa Amalia, murmuró á media voz, y es
lástima perderla por causa de ese imbécil!
No le hubiera impedido casarse, llegado el
caso....
Apenas acabó este breve soliloquio, su
sirviente le avisó que un padre capuchino
pedía verle con urgencia, à pesar de lo
avanzado de la hora.
— Que entre, ordenó algo sorprendido,
pero no mucho, pues los frailes gozan to
davía en España, sobre todo, entre lasfa.
milias nobles, de prerrogativas particu
lares.
El fraile, cubierto con el capuchón, salu
dó y sin otro preámbulo, entregó à don
Enrique un estuchito de boj como los que
sirven para guardar agujas. El marqués lo
abrió y sacó una tira estrecha de papel
donde solo había escritas estas palabras:
«Es tu hijo—Jimena.»
—¡Jimena! ¡limeña de Somosierra! ¿Vive
todavía en las Huelgas?
Exclamaciones é interrogaciones lanza
das con voz agitada y en tono velado.
—Sí, señor, respondió el capuchino,
grave y tranquilo.
—¿Sabe usted, padre, lo que me dice este
billete?
—Si, señor, y si no lo supiera no me
hubiera encargado de él.
—¿Y es verdad?
—Verdad.
—¿Qué es lo que usted sabe?
—Todo lo que puede saberse. He reci
bido la confesión de la madre al nacer el
hijo, á quien, después, no lie perdido de
vista.
—¿Y qué es lo que hay que hacer?
—Interrogue usted su conciencia.
El capuchino saludó y se retiró.
III
Don Enrique, en el silencio de la noche
y la soledad de su vasto gabinete, como
si fuera un cuadro que apareciera ante sus
ojos, vió desfilar los detalles de su vida
pasada, y entre toda-; las figuras de sus
amantes apareció más bella y encantadora
la de Jimena de Somosierra. No fué la pri
mera que conquistó, sino la primera que
sedujo. Tenia él veintidós artos y ella
quince, ya núbil hacía dos ó tres años, y
pura y fresca como un botón de azalnr.
j PONTSEVREZ.
(Continuará).
Con el próximo número se repartirá un NOC
TURNO para piano, del que es autor el señor
Luis Sambucetti.
imp. La Nusva Central, 25 de Mayo 427