Full text: 2.1898,20.Mär.=Nr. 36 (1898000236)

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LA VIDA MON'TEVIDE ANA 
La vida de todos los romanos la tenía 
en su poder y bajo su capricho el mons 
truoso emperador, era una Parca viviente 
que cortaba el hilo de la existencia de sus 
súbditos cuando le placía. A su profesor 
el filósofo Séneca, hizo que se matara en 
su presencia, y dió un veneno potente à su 
segundo maestro que le pidió una medicina. 
¿De qué materia esta formado el hom 
bre? De un elemento horrible amasado de 
crímenes y sangre, ú obra del mal, porque 
desde que es lanzado delas entrañas de la 
mujer al seno de ¡a muerte, lo impulsa la 
fatalidad, la diosa antigua que llevaba los 
hombres al abismo? 
Definid el problema á modo vuestro al 
saber que hubo hombres como Nerón, que 
después de haber tentado hacer nauf/ agar 
k su propia madre y no habiendo dado re 
sultado el criminal proyecto, la manda ase 
sinar, mientras ella le arroja este tremendo 
apostrofe a! asesino: Abre, abre el vien 
tre que ha albergado á semejante 
bruto! 
Pero dice un escritor romano, que Nerón 
nunca pudo libertarse del remordimiento 
que devoraba su conciencia. En vano fué 
que por la muerte de su madre, à quien 
odiaba, lo felicitaran el pueblo y el Sena 
do; Nerón confesaba, presa de espanto, que 
las furias infernales agitaban delante de él 
sus látigos vengadores de horribles serpien 
tes y de antorchas encendidas. En des 
agravio ordenó un sacrificio, mágico, pero 
fué inútil, porque como dice bien el insigne 
Campoamor: 
La conciencia en los malvados 
Castiga tan pronto y bien 
Que hay muy pocos que no estén 
Dentro de su pecho ahorcados. 
Sobre Roma ya pesaba demasiado aque 
lla figura siniestra que agitaba al viento las 
antorchas sangrientas del despotismo, la 
lujuria y el crimen, amenazando incendiar 
con ellas los pueblos todos del haz de la 
tierra. R.ma, iba á recordar que era ¡a 
madre de ¡os Gracos y los Mario, que si 
había creado los Calígula y los Tiberio, 
las Mesalina y las Locusta, había también 
creado las Cornelia, ios Cicerones y los 
Tito; aun en el fondo de la caja de sus 
horrores y de sus males quedaba un resto 
de pudor cívico, como en el fondo de la 
caja maldita que regalaron los dioses á 
Pandora quedaba la esperanza; la espsran- 
za que es la última diosa; la esperanza que 
no nos abandona ni aun más allí del se 
pulcro, pues se sienta sobre la fría losa de 
nuestra tumba con las radiosas alas plega 
das y el rostro divino entre las manos! 
El primero que salió en el escenario de 
la historia à defender los derechos de Ro 
ma conculcados pm un emperador enlo 
quecido en el pináculo del poder y de la 
gloria artística, fué Vindex, en las Galias, 
al frente de numerosos soldados. Al saberlo, 
Nerón, se fué à Nápoles diciendo con mu 
cho énfasis: El artista vive en todas 
partes!... A-lo que debían haberle contes 
tado: el artista sí, desde el ruiseñor al 
hombre, vive en todas partes, cantando, 
pero para el tirano ro hay un solo palmo 
de tierra en el mundo; que sus cenizas de 
ban esparcirse á los cuatro vientos cardi 
nales para que no arraigue jamás su semilla 
maldita, 
Francisco C. AJRATTA. 
[Continuai á) 
GRIMAS 
Imítando á Pombo 
Lo que dicen las lágrimas de duelo, 
es que murió el consuelo; 
que por la senda del dolor se avanza, 
que ha volado la última esperanza 
en camino del cielo., . 
La lágrima de celos ¿qué nos cuenta? 
Que existe dentro el pecho una tormenta 
que rompe del amor'los fuertes lazos, 
porque falta la calma... 
Lo que dicen las lágrimas del alma, 
es que está el corazón hecho ptdazos! 
WERTHER. 
P Montevideo, Marzo 19 de 1S98. 
Sa.ixtia.g-o Barco 
( Continuad ó n j 
Conclusión que, revelada por los diarios, 
hizo pasar á don Enrique de Arnedo por 
magnánimo; toda España admiró cómo 
practicaba el perdón de las ofensas. 
Pero toda España admiró igualmente la 
altanería castellana del culpable en su ré 
plica á esta casi defensa hecha por la víc 
tima: no podría hacerse mayor injusticia 
que concederme la vida por súplicas de 
ese hombie. Solo? debe à mi torpeza po 
der hablar todavía. Sus palabras no deben 
ser oídas, cuando pretende mostrarse ge 
neroso con su asesino. 
El consejo de guerra no empleó mucho 
tiempo en discutir; los hechos y la inten 
ción del criminal eran evidentes; se nece 
sitaba un correctivo que cortara por lo 
sano el más insignificante contagio de tal 
crimen. La ejecución se etectuaría á la 
mañana siguiente. 
Se hizo pública la sentencia á las cinco 
de ¡a tarde y los ánimos se agitaron. 
A las nueve de la noche, bajo un cielo 
sin luna y casi sin estrellas, don Enrique de 
Arnedo, á pesar de su brazo en cabestrillo, 
salió de particular, envuelto en su capa, 
embozado como para ocultar la parte in 
ferior del rostro; el resto lo cubría la som 
bra de un sombrero de anchas alas. 
Llegó á una callejuela próxima à la cate 
dral y se hundió en el hueco de la mierte- 
cita de un jardín que se extendía detrás 
de una casa de buen aspecto. 
Esperó sin moverse, sin hacer ruido, y 
durante treinta minutos tuvo paciencia. 
—Ella habrá recibido mi billete dema 
siado tarde, murmuró, y no habrá podido 
burlar la vigilancia de sus padres. 
Volvió á la casa. Su sirviente le entre 
gó un billete que acababa de llevar una 
vieja. Leyó: 
«No venga usted, pues la puerta estará 
cerrada esta noche y siempre. No volverá 
usted á verme nunca; he llorado al creerle 
muerto; la -uerte habitual de usted le ha 
preservado de la muerte, pero otro vá à 
morir que me era tan querido como usted. 
Mis ojos son un torrente de lágrimas que 
corren por un destino cruel del cual me re 
conozco responsable hasta cierto punto.— 
Amalia.'» 
—¡Amalia Fuencarral! ¡/ahora comprendo 
todol ¡El cornetilla era novio de Amalia! 
¡Pobre! |Y yo le había quitado su amor! 
Me acuerdo de ciertos detalles. Le he sor 
prendido con ella pelando la pava detrás de 
los barrotes de su ventana. l)e todos mo 
dos se hubiera destrozado la cabeza á no 
haberse encabritado mi caballo! Apuntó 
bien á lo alto y por esto no ha querido 
mezclar en el asunto un nombre de mujer. 
Muy bien hecho. 
Tras de una corta meditación que dibu 
jó en sus lábios sensuales una sonrisa de 
satisfacción y victoria 
—Hubiera sido lástima dejarle esa deli 
ciosa Amalia, murmuró á media voz, y es 
lástima perderla por causa de ese imbécil! 
No le hubiera impedido casarse, llegado el 
caso.... 
Apenas acabó este breve soliloquio, su 
sirviente le avisó que un padre capuchino 
pedía verle con urgencia, à pesar de lo 
avanzado de la hora. 
— Que entre, ordenó algo sorprendido, 
pero no mucho, pues los frailes gozan to 
davía en España, sobre todo, entre lasfa. 
milias nobles, de prerrogativas particu 
lares. 
El fraile, cubierto con el capuchón, salu 
dó y sin otro preámbulo, entregó à don 
Enrique un estuchito de boj como los que 
sirven para guardar agujas. El marqués lo 
abrió y sacó una tira estrecha de papel 
donde solo había escritas estas palabras: 
«Es tu hijo—Jimena.» 
—¡Jimena! ¡limeña de Somosierra! ¿Vive 
todavía en las Huelgas? 
Exclamaciones é interrogaciones lanza 
das con voz agitada y en tono velado. 
—Sí, señor, respondió el capuchino, 
grave y tranquilo. 
—¿Sabe usted, padre, lo que me dice este 
billete? 
—Si, señor, y si no lo supiera no me 
hubiera encargado de él. 
—¿Y es verdad? 
—Verdad. 
—¿Qué es lo que usted sabe? 
—Todo lo que puede saberse. He reci 
bido la confesión de la madre al nacer el 
hijo, á quien, después, no lie perdido de 
vista. 
—¿Y qué es lo que hay que hacer? 
—Interrogue usted su conciencia. 
El capuchino saludó y se retiró. 
III 
Don Enrique, en el silencio de la noche 
y la soledad de su vasto gabinete, como 
si fuera un cuadro que apareciera ante sus 
ojos, vió desfilar los detalles de su vida 
pasada, y entre toda-; las figuras de sus 
amantes apareció más bella y encantadora 
la de Jimena de Somosierra. No fué la pri 
mera que conquistó, sino la primera que 
sedujo. Tenia él veintidós artos y ella 
quince, ya núbil hacía dos ó tres años, y 
pura y fresca como un botón de azalnr. 
j PONTSEVREZ. 
(Continuará). 
Con el próximo número se repartirá un NOC 
TURNO para piano, del que es autor el señor 
Luis Sambucetti. 
imp. La Nusva Central, 25 de Mayo 427
	        
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