Full text: 2.1898,10.Apr.=Nr. 39 (1898000239)

LA VIDA MONTEYIDEANA 
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SUMARIO 
Texto—Para “Semana Santa 11 : El Adveni- 
mienta de las rosas 11 , por Francisco Ca- 
raciolo Aratta, “Sombras 11 , poesia por Julio 
Flores. “Hortensia 11 por Mauricio Sinuic 
(Conclusión), “A una Estrella 11 , poosía por 
Nicolás . Piaggio, “En el álbum de R. M.“ 
peesia de Juan Carlos Menendez, “Fermín y 
Elina 11 , boceto histórico por Guzman del Rio; 
“Dos Ansias 11 , poesia por Enrique Rivera;, 
“Horas de Fiebre 11 , poesia por Celestino Y. 
Delfante (Celsius); “La carta de Juanito 11 , 
por Paul Féval ^Traducción), “Tristes Re 
cuerdos 11 , poer-ia por Andrés A. Domaichi; 
“SantiagoBarco 11 , porPontsovez (Continua 
ción); “Mi Virgen 1 -, por Amancio D. Sollier; 
“Colon 11 , soneto por David V. González; 
“Jesús encuentra á la Verónica 11 , por Flo 
rencio Jardiel; “Todo por la patria 11 . 
Grabados Galeria de bellezas montevideanas; 
señorita “Dolores Quiñones 11 , fotografía de 
Fitz Patrick, grabado de Jacobo Peuser de 
Buenos Aires. 
c ]£l advenimiento de las rosas v 
El primer rayo de sol otoñal que man 
da delante suyo como heraldos vocingle 
ros, á la turba gárrula de los pájaros can 
tores, ha entreabierto como si fuera un 
amante voluptuoso, los lábios perfumado 
res de las primeras rosas thé. 
De las primeras rosas que la balan 
cean á impulsos de una brisa dulcísima 
sus capullos como pequeños inciensiarios 
que agitan pequeños querubes para oficiar 
en yo no sé que misa misteriosa de una 
virgen púdicamente bella. 
....Las primeras rosas! para el 
botánico no son mas que una especie ve 
getal que clasifica con latinajos anacróni 
cos; pero para el pensador, para el que 
las mira á “travéz de la historia, desde la 
primera rosa natural de cuatro hojas has 
ta los cien pétalos perfumados que desho 
ja en la copa del festín la hermosa ninfa 
de Pompeya, desde la corona de rosas de 
la bacante saturada de placer y vino, has 
ta el rosal que florece á los pies de la 
virgen de Lourdes, para el sonador que 
duerme sobre las almohadas de las bellas 
utopias (las utopias de otrora son las rea 
lidades del presente) las primeras rosas 
thés que ha visto esta mañana abiertas en 
un rincón a'egre de su jardín perfumado, 
son las ideas perfectas de un culto que 
tendrá su advenimiento en la noche de los 
siglos futuros. 
Isada hay tan exacto como la ciencia 
para describir las flores y darles nombres 
exót'cos; pero, el ideal de las cosas que 
describe no lo vé, no puede verlo con el 
microscopio que analiza. Solo los que la 
ven á treves del cristal rosado del ensue 
ño, están más cerca de la verdad eterna 
que los sabios más profundos. La verdad 
está tan lejos del suelo que se necesita 
el telescopio del ensueño para percibirlas; 
asi como se mira à los astros de oro con 
el lente aumentativo... 
¿Acaso el viejo Fausto no repudió sus 
libros y sus alambiques, subsistema y la 
piedra filosofal para encaminarse por el 
sendero del amor que es el más dulce y 
hechicero de los ensueños?... 
Cada luz que se enciende en la noche de 
los hogares, no es más que una rosa de 
fuego que nos alumbra el sendero de la 
vida; cada rosa que se entreabre eu las 
mañanas otoñales, es un foco de vi 
braciones luminosas que fulgura en la ru 
ta ideal del ensueño, que es la verdadera 
vida. 
Las rosas-thé (nuestras flores predilec 
tas) nos sonríen desde los cabellos negrí 
simos y sedosos de la mujer querida, cuan 
do sus lábios y sus ojos soberanos nos 
sonrien y se amustian sobre el volcan 
apagado de su seno divino cuando ella 
nos hace jemir y verter llanto de amor 
y las nobles lágrimas que vierte el hom 
bre, como si quisiera en ese instante de 
dolor redimir á la mujer de todas las 
tiranias con que nuestras leyes han ligado 
os menores actos de su vida al deber 
como si fuerte cadena de hierro liga 
ra una mata perfumada de rosas esplén 
didas. 
Y las rosas-thé cuando están abiertas 
y en sus pétalos la luz vierte sus aguas 
mas radiosas llenan el primer término de 
todo jardín, asi como saltan á la vísta un 
cuadro admirable las primeras figuras 
que trazó un artista inspirado.... Des 
pués viene el esplendor de paisaje; aqui 
los arbustos donde las fiorecillas blancas 
prometen el rico fruto; alli los tonos ver 
des aterciopelados, de las hojas de azahar 
y mas allá el lago en calma, que se pierde 
á lo lejos, luciente como lámina de acero 
que el sol abrillanta, el lago que se con 
vierte en arroyo de pronto y cuya co 
rriente al pasar por entre las escarpas 
menudas de las orillas murmura la can 
ción lejana y plañidera de Colipso la nin 
fa desolada que llama eternamente al 
amante esquivo que huye de sus caricias 
de fuego... 
Todo ese paisaje después pero antes las 
rosas.... 
Se entreabren bajo un-cielo virjiliano, 
inmensamente azul; se entreabren sonro 
sadas aurorealmente, como los labios de 
las hermosas sibiles que van cantando al 
correr las libélulas de oro y záfiro antes 
de corres tras de las mariposas de las 
ilusiones entonando madrigales de amor 
dulcísimos. • , 
El culto de las ir la mirada, fcua sobre 
el culto de todas de siglo, lo ab' que han 
levantado desde t con la mismaedra pri 
mitivo altar de que nos arf&lvajes, y 
desde las cavem fe le seguime Itos secu 
lares, hasta arrojan tierra, a , las cúpu 
las soberbias de San lejos, coro Constanti 
nopla y de San Pedria par dna. 
Los griegos que teirgs—. i lamente, es- 
plendos de astros para amasar con ellos 
sus leyendas magnificas, han perpetuado 
que las rosas surjieron de la sangre de 
de Adonis, y el rito católico las hace sur 
gir, siglos después, de la sangre vertida 
por aquel mártir sublime que se adelantó 
diez y nueve siglos á su época, auro'ean- 
do su frente con el nimbo de los inmor 
tales. 
Pues bien, estes rosas son mas eternas 
y perduran mas que nuestros cultos es 
plendidos, que nuestros templos marmó 
reos, que las vanidades fastuosas de los 
pontífices de todas las religiones positi 
vas, 
Las rosas, con la palabra misleriosa 
dei perfume con la nota viviente del co 
lor, con la esbeltez de la linea de su gra 
ciosa figura, nos muestra el único culto 
que debe animar el humano espíritu bajo 
la bóveda azul de donde fulguran los es 
plendores de un Dios, arcano que traza 
desde el viaje de todo un dia del insecto 
microscópico, hasta las órbitas de lo orbes 
siderales, de los soles, que, como eljhom- 
bre, marchan eternamente hacia un desti 
no misterioso, á través del tiempo y del 
espacio incomensurables!.... 
Mientras los cultos se desvanecen del 
haz del orbe humano y sus sacerdotes or 
gullosos que han tenido la «audacia suma 
(como dice el sábio Spencer) de repre 
sentar á Dios», van h confundirse con los 
gusanos de tierra madre; y sus templos 
altivos se desmoronan sobre el polvo de 
los ritos antiguos; y á una teogonia vieja 
sucede una religión nueva, las rosas-thes 
esas pequeñas flcrecitas lloran en sus tallos 
una savia mas potente que la mentira do 
rada de nuestra fé religiosa, y embalsa 
man de siglo en siglo los cuerpo yertos 
de las viejas relijiosas abolidas... y so 
bre esas ruinas brotan mas lozanas y es 
plendorosas. 
Temedle! sacerdotes de todas las reli 
giones á esas rosas! 
Temedle!... ellas destronaran á vues 
tros ídolos fulgurantes de sus ornacinas 
de piedra dorada consagradas al culto 
grosero de los sentidosl Mas que vuestras 
parábolas, revestidas con el traje brillan 
te del sofisma, puede más el delicado aro 
ma de la rosas. . 
Por que ellas serán los insenciarios del 
culto purísimo del amor universal y de 
la reconciliación de la familia huma 
na!... 
Temedle! á esas rosas inofensivas que 
adornan nuestros altares!... Cada jardi 
nero que las cultiva con amoroso afan es 
un sacerdote inconsciente de esa fé futura; 
cada pobre florista que vocifera su aroma 
da mercancia es un heraldo que propaga 
de dogar en hogar, los ritos perfumados 
del nuevo culto; cada virjen que las coloca 
sobre su corazón, después de haberlas he- 
cho jesminar y florecer en la cuidada 
maceta, como si fuesen un alecto nuevo y 
dulce, es una vestal sagrada, que por 
instuicion divina conserva vivo el fuego 
del perfume que destronará al acre olor 
del quemado incienso. 
Y fijaos bien en esto. Alli donde la3 
multitudes ya no corren presurosas á 
ofrendar á los ídolos creados por la fanta 
sía ó por la ambición, entre los trozos 
gniticos del dolmen druida, en los campos 
asoleados de la Siria, entre los mármoles 
patéticos del Partenon, y aqui mismo, en 
América, entre las ruinas del templo 
precolombiano, las rosas, solo ellas levan _ 
tan al cielo sus corolas soberanas... 
Y ha de venir el inmortal advenimien- 
de las rosas! 
Ha de venir sobre el planeta, cuan 
do en el espacio callado de nuestras gran 
des catedrales desiertas no suene para 
siempre, jamas, el miserere, ya inútil de 
los hombres malos en torrentes sonoros 
del órgano grave. 
Ha de venir, cuando esos pequeños le 
vitas vestidos do blanco no balancearán 
mas las cazoletas del incienso, arrojando 
al espacio nubecillas juguetonas de azula 
do humo. Ha de venir cuando el taberná 
culo vacío del idolo de oro no fulgurará 
como Moisés en la montaña iluminada, 
sobre las cabezas plegadas á un soplo te 
mible de la voz de un Dios fatalista y
	        
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