LA VIDA MONTEYIDEANA
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SUMARIO
Texto—Para “Semana Santa 11 : El Adveni-
mienta de las rosas 11 , por Francisco Ca-
raciolo Aratta, “Sombras 11 , poesia por Julio
Flores. “Hortensia 11 por Mauricio Sinuic
(Conclusión), “A una Estrella 11 , poosía por
Nicolás . Piaggio, “En el álbum de R. M.“
peesia de Juan Carlos Menendez, “Fermín y
Elina 11 , boceto histórico por Guzman del Rio;
“Dos Ansias 11 , poesia por Enrique Rivera;,
“Horas de Fiebre 11 , poesia por Celestino Y.
Delfante (Celsius); “La carta de Juanito 11 ,
por Paul Féval ^Traducción), “Tristes Re
cuerdos 11 , poer-ia por Andrés A. Domaichi;
“SantiagoBarco 11 , porPontsovez (Continua
ción); “Mi Virgen 1 -, por Amancio D. Sollier;
“Colon 11 , soneto por David V. González;
“Jesús encuentra á la Verónica 11 , por Flo
rencio Jardiel; “Todo por la patria 11 .
Grabados Galeria de bellezas montevideanas;
señorita “Dolores Quiñones 11 , fotografía de
Fitz Patrick, grabado de Jacobo Peuser de
Buenos Aires.
c ]£l advenimiento de las rosas v
El primer rayo de sol otoñal que man
da delante suyo como heraldos vocingle
ros, á la turba gárrula de los pájaros can
tores, ha entreabierto como si fuera un
amante voluptuoso, los lábios perfumado
res de las primeras rosas thé.
De las primeras rosas que la balan
cean á impulsos de una brisa dulcísima
sus capullos como pequeños inciensiarios
que agitan pequeños querubes para oficiar
en yo no sé que misa misteriosa de una
virgen púdicamente bella.
....Las primeras rosas! para el
botánico no son mas que una especie ve
getal que clasifica con latinajos anacróni
cos; pero para el pensador, para el que
las mira á “travéz de la historia, desde la
primera rosa natural de cuatro hojas has
ta los cien pétalos perfumados que desho
ja en la copa del festín la hermosa ninfa
de Pompeya, desde la corona de rosas de
la bacante saturada de placer y vino, has
ta el rosal que florece á los pies de la
virgen de Lourdes, para el sonador que
duerme sobre las almohadas de las bellas
utopias (las utopias de otrora son las rea
lidades del presente) las primeras rosas
thés que ha visto esta mañana abiertas en
un rincón a'egre de su jardín perfumado,
son las ideas perfectas de un culto que
tendrá su advenimiento en la noche de los
siglos futuros.
Isada hay tan exacto como la ciencia
para describir las flores y darles nombres
exót'cos; pero, el ideal de las cosas que
describe no lo vé, no puede verlo con el
microscopio que analiza. Solo los que la
ven á treves del cristal rosado del ensue
ño, están más cerca de la verdad eterna
que los sabios más profundos. La verdad
está tan lejos del suelo que se necesita
el telescopio del ensueño para percibirlas;
asi como se mira à los astros de oro con
el lente aumentativo...
¿Acaso el viejo Fausto no repudió sus
libros y sus alambiques, subsistema y la
piedra filosofal para encaminarse por el
sendero del amor que es el más dulce y
hechicero de los ensueños?...
Cada luz que se enciende en la noche de
los hogares, no es más que una rosa de
fuego que nos alumbra el sendero de la
vida; cada rosa que se entreabre eu las
mañanas otoñales, es un foco de vi
braciones luminosas que fulgura en la ru
ta ideal del ensueño, que es la verdadera
vida.
Las rosas-thé (nuestras flores predilec
tas) nos sonríen desde los cabellos negrí
simos y sedosos de la mujer querida, cuan
do sus lábios y sus ojos soberanos nos
sonrien y se amustian sobre el volcan
apagado de su seno divino cuando ella
nos hace jemir y verter llanto de amor
y las nobles lágrimas que vierte el hom
bre, como si quisiera en ese instante de
dolor redimir á la mujer de todas las
tiranias con que nuestras leyes han ligado
os menores actos de su vida al deber
como si fuerte cadena de hierro liga
ra una mata perfumada de rosas esplén
didas.
Y las rosas-thé cuando están abiertas
y en sus pétalos la luz vierte sus aguas
mas radiosas llenan el primer término de
todo jardín, asi como saltan á la vísta un
cuadro admirable las primeras figuras
que trazó un artista inspirado.... Des
pués viene el esplendor de paisaje; aqui
los arbustos donde las fiorecillas blancas
prometen el rico fruto; alli los tonos ver
des aterciopelados, de las hojas de azahar
y mas allá el lago en calma, que se pierde
á lo lejos, luciente como lámina de acero
que el sol abrillanta, el lago que se con
vierte en arroyo de pronto y cuya co
rriente al pasar por entre las escarpas
menudas de las orillas murmura la can
ción lejana y plañidera de Colipso la nin
fa desolada que llama eternamente al
amante esquivo que huye de sus caricias
de fuego...
Todo ese paisaje después pero antes las
rosas....
Se entreabren bajo un-cielo virjiliano,
inmensamente azul; se entreabren sonro
sadas aurorealmente, como los labios de
las hermosas sibiles que van cantando al
correr las libélulas de oro y záfiro antes
de corres tras de las mariposas de las
ilusiones entonando madrigales de amor
dulcísimos. • ,
El culto de las ir la mirada, fcua sobre
el culto de todas de siglo, lo ab' que han
levantado desde t con la mismaedra pri
mitivo altar de que nos arf&lvajes, y
desde las cavem fe le seguime Itos secu
lares, hasta arrojan tierra, a , las cúpu
las soberbias de San lejos, coro Constanti
nopla y de San Pedria par dna.
Los griegos que teirgs—. i lamente, es-
plendos de astros para amasar con ellos
sus leyendas magnificas, han perpetuado
que las rosas surjieron de la sangre de
de Adonis, y el rito católico las hace sur
gir, siglos después, de la sangre vertida
por aquel mártir sublime que se adelantó
diez y nueve siglos á su época, auro'ean-
do su frente con el nimbo de los inmor
tales.
Pues bien, estes rosas son mas eternas
y perduran mas que nuestros cultos es
plendidos, que nuestros templos marmó
reos, que las vanidades fastuosas de los
pontífices de todas las religiones positi
vas,
Las rosas, con la palabra misleriosa
dei perfume con la nota viviente del co
lor, con la esbeltez de la linea de su gra
ciosa figura, nos muestra el único culto
que debe animar el humano espíritu bajo
la bóveda azul de donde fulguran los es
plendores de un Dios, arcano que traza
desde el viaje de todo un dia del insecto
microscópico, hasta las órbitas de lo orbes
siderales, de los soles, que, como eljhom-
bre, marchan eternamente hacia un desti
no misterioso, á través del tiempo y del
espacio incomensurables!....
Mientras los cultos se desvanecen del
haz del orbe humano y sus sacerdotes or
gullosos que han tenido la «audacia suma
(como dice el sábio Spencer) de repre
sentar á Dios», van h confundirse con los
gusanos de tierra madre; y sus templos
altivos se desmoronan sobre el polvo de
los ritos antiguos; y á una teogonia vieja
sucede una religión nueva, las rosas-thes
esas pequeñas flcrecitas lloran en sus tallos
una savia mas potente que la mentira do
rada de nuestra fé religiosa, y embalsa
man de siglo en siglo los cuerpo yertos
de las viejas relijiosas abolidas... y so
bre esas ruinas brotan mas lozanas y es
plendorosas.
Temedle! sacerdotes de todas las reli
giones á esas rosas!
Temedle!... ellas destronaran á vues
tros ídolos fulgurantes de sus ornacinas
de piedra dorada consagradas al culto
grosero de los sentidosl Mas que vuestras
parábolas, revestidas con el traje brillan
te del sofisma, puede más el delicado aro
ma de la rosas. .
Por que ellas serán los insenciarios del
culto purísimo del amor universal y de
la reconciliación de la familia huma
na!...
Temedle! á esas rosas inofensivas que
adornan nuestros altares!... Cada jardi
nero que las cultiva con amoroso afan es
un sacerdote inconsciente de esa fé futura;
cada pobre florista que vocifera su aroma
da mercancia es un heraldo que propaga
de dogar en hogar, los ritos perfumados
del nuevo culto; cada virjen que las coloca
sobre su corazón, después de haberlas he-
cho jesminar y florecer en la cuidada
maceta, como si fuesen un alecto nuevo y
dulce, es una vestal sagrada, que por
instuicion divina conserva vivo el fuego
del perfume que destronará al acre olor
del quemado incienso.
Y fijaos bien en esto. Alli donde la3
multitudes ya no corren presurosas á
ofrendar á los ídolos creados por la fanta
sía ó por la ambición, entre los trozos
gniticos del dolmen druida, en los campos
asoleados de la Siria, entre los mármoles
patéticos del Partenon, y aqui mismo, en
América, entre las ruinas del templo
precolombiano, las rosas, solo ellas levan _
tan al cielo sus corolas soberanas...
Y ha de venir el inmortal advenimien-
de las rosas!
Ha de venir sobre el planeta, cuan
do en el espacio callado de nuestras gran
des catedrales desiertas no suene para
siempre, jamas, el miserere, ya inútil de
los hombres malos en torrentes sonoros
del órgano grave.
Ha de venir, cuando esos pequeños le
vitas vestidos do blanco no balancearán
mas las cazoletas del incienso, arrojando
al espacio nubecillas juguetonas de azula
do humo. Ha de venir cuando el taberná
culo vacío del idolo de oro no fulgurará
como Moisés en la montaña iluminada,
sobre las cabezas plegadas á un soplo te
mible de la voz de un Dios fatalista y