¡No es una idea rara la del pobre Jua
nito. El habia, no diremos leído, puesto
que no sabia leer, pero si oido contar esa
encantadora leyenda de nuestros tiempos,
tan prosaica á la vez y tan perfumáda de
poesía: una carta <A1 buen Dios». Esa
carta le debia haber rendido como a
vos, como a n.i, como á todo el
mundo.
En las literaturas reunidas de todos los
siglos, nada hay tan tierno, tan bello, tan
conmovedor ni tan sencillamente grande,
como la carta «Al buen Dios».
Notad que ello debe ser verdadero de
toda verdad, pues los hombres no habían
inventado esta celestial relación. La des
gracia es que haya habido necesidad de
imprimirla.
Una vez impresa, es aun bastante be-
¡Ahí cuanto
lia pero ¡Ahí cuanto habria
deseado haber visto la carta misma
que exhaló del corazón del niño! Me su
cede á veces referírmela á mi mismo, y
escucharla en sueños tal como la concibo
como se respira la embriaguez de un per-
fume,
Juanito tenía seis años, un pantalón
roto por ambas rodillas, cabellos rubios,
crespos y tan poblados y abundantes, que
se habria podido adornar con ellos dos
cabezas de hermosas damas; dos grandes
ojos azules que trataban á veces de son
reírse, ¡aunque ya habían llorado tanto!
una pequeña chaqueta, ¡cortada elegante
mente, pero deshaciéndose en pedazos,
un botin de tafilete en el pié derecho,
uu zapato de colegial en el izquierdo, am
bos demasiado largos y anchos, llenos de
agujeros, doblados en la punta y faltos
de tacos,
Sobre todo esto, tenía frío y hambre,
por ser una noche de invierno, y se en
contraba en ayunas desde la víspera á
medio dia.
En estas circunstancias se le ocurrió
la idea de escribir su carta á la Santa
Virgen.
Falta deciros como Juanito escribió
su carta, sabiendo escribir tanto como
Allá en el rincón de una avenida del
barrio de «Gros Caillou», y no lejos de
la explanada, existia un chiribitil de un
memorialista.
Desde esa apartada patria, en Bellone,
se dirigían multitud de súplicas, de re
clamaciones y peticiones al gobierno, ya
fuera ese gobierno el de un Rey, de
un Emperador ó un Presidente: los me
moriales de Bellone carecen de preocu-
pacíonas políticas.
El memorialista era un antiguo solda
do, de pésimo humor, buen hombre, nada
santurrón, ni nada rico, y tenia la desgra
cia de no estar bastante estropeado para
obtener su admisión en el Cuartel de
Inválidos.
No era ni más ni menos que eso.
Juan le vio á través de los vidrios em
panados en su chiribitil, fumando su
pipa y esperando trabajo. Entro y le
dijo:
Buenos dias-Vengo para escribir una
carta.
—Vale diez centavos—respondió el tio
Bouin; pues este valiente, que era tal vez
la cien milésima partícula de la gloria de
un Mariscal de Francia, se llamaba el tio
Bouin.
Juan, que no tenia gorra, no pudo qui
társela, pero dijo politicamente:
--Entóneos, perdonad.
Y volvió á abrirla puerta para irse,
pero al tio Bouin le cayó en gracia el
muchacho y le preguntó.
—¿Eres hijo de militar, gusarapo?
—Ño,—respondió Juanito - —Yo soy hijo
de mamá que vive sola.
—Bien—dijo el memorialista,—ya en
tiendo, ¿y no tienes diez centavos?
—¡Ah, no tengo ni uno solo!
—¿Y tu madre tampoco? Ya se ve, es
una carta para tener que comer ¿no es
eso, chicuelo?
—Sí - respondió Juan;—justamente!
—Adelante! Diez líneas y media hoja
de papel no me hacen más pobre.
Juanito obedeció. El tio Bouin arregló
su panel, mojó la pluma y trazó en una
hermosa letra de furriel:
«París, Enero 17 de 1898—y debajo, á
renglón seguido:—«Al señor Don.......
—¿Como se llama él, chiquitín?
—¿Quiér? — preguntó Juan,
—¡Diablo! ¡El caballero ese!
—¿Qué caballero?
— El individuo déla sopa.
Juan comprendió esta vez, y respondió:
—No es un caballero.
—¡Ah, diantres! Una señora entonces?
—-Si.... no.... esdecir....
— ■Conmil diablos!— exclamó el tio Bo-
u i u .J_Ni sabes á quién vas à escribir?
—¡Oh,-si—dijo el niño.
—Pues dilo y despachad.
Juanito estaba aturdido, pues no^es có
modo dirigirse á los escritores públicos
para tales correspondencias. Pero toman
do su valor con ambas manos, añadio.^
—Es á la santa Virgen á quien quiero
enviar una carta.
Eltió Bouin no se rió. Dejó su pluma y
se quitó la pipa, de la boca.
—Rapaz—dijo con severidad;—supon
go que no tienes la intención de burlarte
de un anciano. Eres demasiado pelele pa
ra que se te zurre. Media vuelta á la iz
quierda, y vete á fuera.
Juanito obedeció y giró sobre sus fa
enes, á falta de tacos, que sus zapa
tos no los tenían; pero al verlo tan hu
milde, el tío Bouin se apasiguó por se
gunda vez, y le miró con atención.
—¡Caramba, caramba! — relunfuño.
Cuánta miseria hay en este Paris
jCómo te llamas chicuelo?
—Juan.
—¿Juan qué?
—Nada mas que Juan.
El tio Bouin sintió su ojos humedecer
se, pero encogiéndose de hombros, con
tinuó:
Y ¿qué quieres decirle á tu santa
Virgen? , ,
—Quiero decirle que mamá duerme
desde ayer á las cuatro de la tarde, y que
ella la despierte si está en su bondad ha -
cerlo: yo no puedo.
El pecho del antiguo soldado se opri
mió, pues tenia miedo de comprender.
Con todo preguntó aún:
—¿Qué hablabas de sopa hace poco?
Pues bien—respondió el niño,—es
que se necesita. Antes de dormirse, ma
má me habia dada el último pedazo de
—Hacia dos diasque decia: «No tengo
hambre.»
—¿Qué hicistes al querer despertar
la?
Pues bien: como todos los días, la
abracé.
—¿Y respiraba?
Juan se sonrió, y la sonrisa lo embe
lleció
—No se—respondió.—Que ¿no se respi
ra siempre?
El tio Bouin volvióla carta porque dos
gruesas lágrimas rodaron por sus meji-
llas.
No replicó una palabra a la pregunta
del niño; pero dijo con una voz un poco
temblorosa:
—¿Cuando la abrazaste, no notaste nada.
¡Como no!.... estaba fría. ¡Hace tanto
frió en esa casa!
—Y ella tiritaba, ¿no es cierto?
_Oh, no Estaba bella, muy bella:
sus dos manos, que no se movían estaban
cruzadas sobre su pecho y extremadamen
te blancas; su cabeza caida detrás de la
almohada, de manera que por la hendidu*
ra de sus ojos cerrados parecía mirar al
cielo -
El tio Bouin pensaba:
Yo he envidiado à los ricos, yo que
como bien, yo que bebo bien
¡Hé aquí alguien que ha muerto de
hambre!....
iDe hambre!.
Llamó al niño, que se acercó; lo colo
có sobre sus rodillas y le dijo con toda
dulzura.
—Chiquito, tu carta esta escrita, en
viada y recibida. Condúceme á casa de
tu madre.
—Lo haré,ppro ¿por que lloráis?—pre
guntó Juan asustado.
—No lloro,—contestó el antiguo solda
do, abrazándole hasta ahogarle, é inun
dándole con sus lágrimas.
—¿Acaso los hombres lloran? ¡Eres
tú quien vas á llorar, mi querido Juani^
to! Sabes que te quiero como si
fuera tu padre.... esto es estúpido,... á
menos que.... lomal áo tenia también
una madre hace largo tiempo, es ciarto,
pero he aquí que me la vuelvo áver por ti,
sobre su lecho, donde me dijo al partir.
«Bouin, sed honrado y buen cristiano.
La Virgen pendia de la cabecera del ca
tre; era una imagen á la cual sonreía, á la
que amaba y á la que acababa de enco
pan
u • # _
—sY ella que habia comido?
i mendarse. «Pues yo he sido honrado,
I continuó el tío Bouin—es verdad, pero en
cuanto é buen cristiano, ¡diantre!»
Se levantó teniendo al niño entre sus
brazos y lo estrechó contra su pecho, aña
diendo como si hablaseá alguien que no se
veia: . .,
—Mira, anciana madre, mira y compla-
cetel Los amigos se burlarán si quieren.
Quiero ir donde tú estás, y te llevaré á
este pequeñuelo, pobre ángel, que jamás
me abandonará, porque su maldita carta,
que ni siquiera ha sido escrita, ha dado,
sin embargo, un doble resultado: á él un
padre y á mí un corazón....
Esto es todo. No doy esta relación por
que valga el octavo de la ingenua obra
maestra que tantas veces ha humedecido
mis ojos. La pobre mujer, muerta de des
gracia, no resucitó sobre la tierra.
'jtsa