Full text: 2.1898,10.Apr.=Nr. 39 (1898000239)

¡No es una idea rara la del pobre Jua 
nito. El habia, no diremos leído, puesto 
que no sabia leer, pero si oido contar esa 
encantadora leyenda de nuestros tiempos, 
tan prosaica á la vez y tan perfumáda de 
poesía: una carta <A1 buen Dios». Esa 
carta le debia haber rendido como a 
vos, como a n.i, como á todo el 
mundo. 
En las literaturas reunidas de todos los 
siglos, nada hay tan tierno, tan bello, tan 
conmovedor ni tan sencillamente grande, 
como la carta «Al buen Dios». 
Notad que ello debe ser verdadero de 
toda verdad, pues los hombres no habían 
inventado esta celestial relación. La des 
gracia es que haya habido necesidad de 
imprimirla. 
Una vez impresa, es aun bastante be- 
¡Ahí cuanto 
lia pero ¡Ahí cuanto habria 
deseado haber visto la carta misma 
que exhaló del corazón del niño! Me su 
cede á veces referírmela á mi mismo, y 
escucharla en sueños tal como la concibo 
como se respira la embriaguez de un per- 
fume, 
Juanito tenía seis años, un pantalón 
roto por ambas rodillas, cabellos rubios, 
crespos y tan poblados y abundantes, que 
se habria podido adornar con ellos dos 
cabezas de hermosas damas; dos grandes 
ojos azules que trataban á veces de son 
reírse, ¡aunque ya habían llorado tanto! 
una pequeña chaqueta, ¡cortada elegante 
mente, pero deshaciéndose en pedazos, 
un botin de tafilete en el pié derecho, 
uu zapato de colegial en el izquierdo, am 
bos demasiado largos y anchos, llenos de 
agujeros, doblados en la punta y faltos 
de tacos, 
Sobre todo esto, tenía frío y hambre, 
por ser una noche de invierno, y se en 
contraba en ayunas desde la víspera á 
medio dia. 
En estas circunstancias se le ocurrió 
la idea de escribir su carta á la Santa 
Virgen. 
Falta deciros como Juanito escribió 
su carta, sabiendo escribir tanto como 
Allá en el rincón de una avenida del 
barrio de «Gros Caillou», y no lejos de 
la explanada, existia un chiribitil de un 
memorialista. 
Desde esa apartada patria, en Bellone, 
se dirigían multitud de súplicas, de re 
clamaciones y peticiones al gobierno, ya 
fuera ese gobierno el de un Rey, de 
un Emperador ó un Presidente: los me 
moriales de Bellone carecen de preocu- 
pacíonas políticas. 
El memorialista era un antiguo solda 
do, de pésimo humor, buen hombre, nada 
santurrón, ni nada rico, y tenia la desgra 
cia de no estar bastante estropeado para 
obtener su admisión en el Cuartel de 
Inválidos. 
No era ni más ni menos que eso. 
Juan le vio á través de los vidrios em 
panados en su chiribitil, fumando su 
pipa y esperando trabajo. Entro y le 
dijo: 
Buenos dias-Vengo para escribir una 
carta. 
—Vale diez centavos—respondió el tio 
Bouin; pues este valiente, que era tal vez 
la cien milésima partícula de la gloria de 
un Mariscal de Francia, se llamaba el tio 
Bouin. 
Juan, que no tenia gorra, no pudo qui 
társela, pero dijo politicamente: 
--Entóneos, perdonad. 
Y volvió á abrirla puerta para irse, 
pero al tio Bouin le cayó en gracia el 
muchacho y le preguntó. 
—¿Eres hijo de militar, gusarapo? 
—Ño,—respondió Juanito - —Yo soy hijo 
de mamá que vive sola. 
—Bien—dijo el memorialista,—ya en 
tiendo, ¿y no tienes diez centavos? 
—¡Ah, no tengo ni uno solo! 
—¿Y tu madre tampoco? Ya se ve, es 
una carta para tener que comer ¿no es 
eso, chicuelo? 
—Sí - respondió Juan;—justamente! 
—Adelante! Diez líneas y media hoja 
de papel no me hacen más pobre. 
Juanito obedeció. El tio Bouin arregló 
su panel, mojó la pluma y trazó en una 
hermosa letra de furriel: 
«París, Enero 17 de 1898—y debajo, á 
renglón seguido:—«Al señor Don....... 
—¿Como se llama él, chiquitín? 
—¿Quiér? — preguntó Juan, 
—¡Diablo! ¡El caballero ese! 
—¿Qué caballero? 
— El individuo déla sopa. 
Juan comprendió esta vez, y respondió: 
—No es un caballero. 
—¡Ah, diantres! Una señora entonces? 
—-Si.... no.... esdecir.... 
— ■Conmil diablos!— exclamó el tio Bo- 
u i u .J_Ni sabes á quién vas à escribir? 
—¡Oh,-si—dijo el niño. 
—Pues dilo y despachad. 
Juanito estaba aturdido, pues no^es có 
modo dirigirse á los escritores públicos 
para tales correspondencias. Pero toman 
do su valor con ambas manos, añadio.^ 
—Es á la santa Virgen á quien quiero 
enviar una carta. 
Eltió Bouin no se rió. Dejó su pluma y 
se quitó la pipa, de la boca. 
—Rapaz—dijo con severidad;—supon 
go que no tienes la intención de burlarte 
de un anciano. Eres demasiado pelele pa 
ra que se te zurre. Media vuelta á la iz 
quierda, y vete á fuera. 
Juanito obedeció y giró sobre sus fa 
enes, á falta de tacos, que sus zapa 
tos no los tenían; pero al verlo tan hu 
milde, el tío Bouin se apasiguó por se 
gunda vez, y le miró con atención. 
—¡Caramba, caramba! — relunfuño. 
Cuánta miseria hay en este Paris 
jCómo te llamas chicuelo? 
—Juan. 
—¿Juan qué? 
—Nada mas que Juan. 
El tio Bouin sintió su ojos humedecer 
se, pero encogiéndose de hombros, con 
tinuó: 
Y ¿qué quieres decirle á tu santa 
Virgen? , , 
—Quiero decirle que mamá duerme 
desde ayer á las cuatro de la tarde, y que 
ella la despierte si está en su bondad ha - 
cerlo: yo no puedo. 
El pecho del antiguo soldado se opri 
mió, pues tenia miedo de comprender. 
Con todo preguntó aún: 
—¿Qué hablabas de sopa hace poco? 
Pues bien—respondió el niño,—es 
que se necesita. Antes de dormirse, ma 
má me habia dada el último pedazo de 
—Hacia dos diasque decia: «No tengo 
hambre.» 
—¿Qué hicistes al querer despertar 
la? 
Pues bien: como todos los días, la 
abracé. 
—¿Y respiraba? 
Juan se sonrió, y la sonrisa lo embe 
lleció 
—No se—respondió.—Que ¿no se respi 
ra siempre? 
El tio Bouin volvióla carta porque dos 
gruesas lágrimas rodaron por sus meji- 
llas. 
No replicó una palabra a la pregunta 
del niño; pero dijo con una voz un poco 
temblorosa: 
—¿Cuando la abrazaste, no notaste nada. 
¡Como no!.... estaba fría. ¡Hace tanto 
frió en esa casa! 
—Y ella tiritaba, ¿no es cierto? 
_Oh, no Estaba bella, muy bella: 
sus dos manos, que no se movían estaban 
cruzadas sobre su pecho y extremadamen 
te blancas; su cabeza caida detrás de la 
almohada, de manera que por la hendidu* 
ra de sus ojos cerrados parecía mirar al 
cielo - 
El tio Bouin pensaba: 
Yo he envidiado à los ricos, yo que 
como bien, yo que bebo bien 
¡Hé aquí alguien que ha muerto de 
hambre!.... 
iDe hambre!. 
Llamó al niño, que se acercó; lo colo 
có sobre sus rodillas y le dijo con toda 
dulzura. 
—Chiquito, tu carta esta escrita, en 
viada y recibida. Condúceme á casa de 
tu madre. 
—Lo haré,ppro ¿por que lloráis?—pre 
guntó Juan asustado. 
—No lloro,—contestó el antiguo solda 
do, abrazándole hasta ahogarle, é inun 
dándole con sus lágrimas. 
—¿Acaso los hombres lloran? ¡Eres 
tú quien vas á llorar, mi querido Juani^ 
to! Sabes que te quiero como si 
fuera tu padre.... esto es estúpido,... á 
menos que.... lomal áo tenia también 
una madre hace largo tiempo, es ciarto, 
pero he aquí que me la vuelvo áver por ti, 
sobre su lecho, donde me dijo al partir. 
«Bouin, sed honrado y buen cristiano. 
La Virgen pendia de la cabecera del ca 
tre; era una imagen á la cual sonreía, á la 
que amaba y á la que acababa de enco 
pan 
u • # _ 
—sY ella que habia comido? 
i mendarse. «Pues yo he sido honrado, 
I continuó el tío Bouin—es verdad, pero en 
cuanto é buen cristiano, ¡diantre!» 
Se levantó teniendo al niño entre sus 
brazos y lo estrechó contra su pecho, aña 
diendo como si hablaseá alguien que no se 
veia: . ., 
—Mira, anciana madre, mira y compla- 
cetel Los amigos se burlarán si quieren. 
Quiero ir donde tú estás, y te llevaré á 
este pequeñuelo, pobre ángel, que jamás 
me abandonará, porque su maldita carta, 
que ni siquiera ha sido escrita, ha dado, 
sin embargo, un doble resultado: á él un 
padre y á mí un corazón.... 
Esto es todo. No doy esta relación por 
que valga el octavo de la ingenua obra 
maestra que tantas veces ha humedecido 
mis ojos. La pobre mujer, muerta de des 
gracia, no resucitó sobre la tierra. 
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© 2007 - | IAI SPK
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