VIDA MONTE VIDE ANA
■'ubrirlos. Contra este viento el viejooponia
una voluntad no menos persistente. Cpn su
cateza dura y giis, cubierta por un alto som
brero enlutado. hundido hasta las cejas;, se
pasaba los días leyendo en alta voz las inscrip
ciones mortuorias. La f ecuenéia de cilaA de:
las Santas Escrituras le gustaba,’y se .com-.
placía en corroborarlas con una Biblia cíe
bolsillo. b
—Aquella es de los salmos—dijo un' dia' al
cercano enterrador.
El hombre no contestó.
Sin inmutarse en lo más mínimo, mister
Thompson se deslizó en la abierta fosa, enta
blando un interrogatorio más préct'co.
— ¿Habéis, tropezado alguna vez en vuestra
profesión con un tal Carlos Thompson?
— ¡El diablo so lleve a Thompson! - rep'icó
el enterrador secamente,:
—Si no tenía religión creo que ya lo habrá
hecho—respondió el viejo trepando hiera de la
tumba.
Esto dió quizás ocasión á qué Mr. Thompson
se demorara más tiempo del acostumbrado
Al volver de frente hacia la ciudad, princi
piaron á bril'ar ante él las luces, y un viento
ñ
Flores
uruguayas
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simpático sistema de pesquisas ó por aquella
predisposición del Oeste, a tomar en broma
cualquier principio ó sentimiento que se exhi
ba ccn sobrada persistencia, las investigado
nes de Mr. Thompson sobte el particular des
pertaron el buen humor de los pasajeros.
Un anuncio gratuito srbre el ignorado Car
los, dirigido ó carceleros y guaniianrs, circu
lóse privadamente entre ellos, y lodoe'. mundo
recordó haber visto á Carlos en circunstanciai
dolorosas, pero en favor de mis paisanos debe
confesar que, cuando se supo que Th'mpsor
destinaba una fuerte suma á su quimérico pro
yecto, solo en voz baja s : guieron las bromas
y nada se dijo, mientras él pudo, oirlo, que
fuera capaz de acongojar ti corazón de un pa
dre, ó bien de poner en peligro el provee 1 (
que pechan esperar los bromistas de mala ley.
La jocosa proposición de-niMer Brarev Tíb-
bets de constituir una compañía on comandita,
con el objeto de hallar al extraviado joven,
obtuvo en principio un sério apoyo.
Superficialmente considorcdo, el carácler de
Mr. Thompson no era pintoresco ni amable
Su historia, tal como él mismo nos la comu
nicó un dia en la mesa, era práctica aun ei
medio de sus extravagancias. Después do i'na
juventud y edad madura ásperas y volunlc-
riosas—durante las cuales había enterrado i
disgustos á suesposa, y obligado a embarcar
se a su hijo—experimentó de repente una vo
cación religiosa.
—La cogí en Nueva Orleans el año 59—nes
dijo mister Thompson como quien se 'eíiere ;
una epidenra.—Pasadme ios guisantes!
Quizás este temperamento] práctico fue d
que le sostuvo en su indagación aparentemente
infructuosa. No tenia indiciojalguno del para
dero de su fugitivo hijo, ni mucho meno..
pruebas de su existencia. Con el confuso y
vago recuerdo de un niño de doce años, espe
raba albora identificar al hombre de veinti
cinco.
Parece que lo consiguió. Cómo se salió con
la suya, era una. de las pocas cosas que no
contaba. Creo que hay dos versiones del suce
so. Según una de ellas Mr. Thompson, visi
lando un hospital descubrió n su hijo, gracias
á un canto particular, queentonaba un enfer
mo delirante soñando en su niñez. Esta ver
sión, dando como daba ancho campo á los
más delicados [sentimientos del] corazón, se
hizo muy popular, y narrada porjel reveren
do Mr. Gushington al regreso de su excursión
de California, jamás dejó de satisfacer al audi
torio. La otra menos sencilla, es la que yo
adoptaré aquí, y por.; lo tanto debo relataría
minuciosamente',
Era después que Mr. Thompson desistió de
buscarla sujhijo entre el número dedos vivos
y se dedicaba ni examen de los cementerios y
á inspeccionar cuidadosamente los «fríos hic
jacet délos muertos.» En esta época visitaba
cort cuidado la «Montaña aislada», lúgubre
cima, bastante árida ya en su aislamiento ori
ginal, y que parece más árida aún por los
blancuzcos mármoles etn que San Francisco
da puerto á los. que fueron sus ciudadanos, y
les proteje de un viento furioso y persistente,
que se empeña en esparcir sus restos, rete
niéndoles bajo la movediza arena que rehúsa
impetuoso que la neblina hacía visible, ya lo,
impelía hacia adelante, ya como puesto en
acecho, se atacaba].enfadosamente desde las
esquinas de las desiertas calles de las afín ras.
En uno de estos recodos oLra cesa no menos
indefinida y malévo'a,' se arrojó sobro él con
una blasfemia, encarándole.una pistola yrc-
quiriéndole el bolsillo. ’ pero se encontró con
una voluntad de hierro y una muñeca de ace
ro. agresor y agredido rodaron juntos por el
suelo; en .el mismo instante el viejo se irguió,
cogiendo conjuna mano la pistola que arreba
tara y con la ot a suj lando con el brazo ten
dido la garganta de un j aven de hosco y salva
je semblante.
— Joven, -dijo Mr. Thompson apretando sus
delgados labios.—¿Cuál es : vuestro nombre?
—Thompson!
La mano del anciano resbaló desde la gar
ganta al brezo de su prisionero, aunque sin
disminuir la presión.
—Carlos Thompson, ven conmigo — dijo
luego.
Y se ilevó á su cautivo al hotel.
Lo que tuvo lugar allí ño ha trascendido
fuera, pero á la mañana siguiente se supo que
Mr. Thompson había encontrado á su hijo.
A la anterior narración inverosímil, debe
añadirse que nada había que la justificase, ni
en la apariencia ni en los modales del joven.
Grave, reservado y hermoso,, entregado en
cuerpo y alma á su re.cien hallado padre,
aceptó los beneficios y responsabilidades de
su nueva condición con cierto aire serio que