Full text: 2.1898,22.Mai=Nr. 45 (1898000245)

VIDA MONTE VIDE ANA 
■'ubrirlos. Contra este viento el viejooponia 
una voluntad no menos persistente. Cpn su 
cateza dura y giis, cubierta por un alto som 
brero enlutado. hundido hasta las cejas;, se 
pasaba los días leyendo en alta voz las inscrip 
ciones mortuorias. La f ecuenéia de cilaA de: 
las Santas Escrituras le gustaba,’y se .com-. 
placía en corroborarlas con una Biblia cíe 
bolsillo. b 
—Aquella es de los salmos—dijo un' dia' al 
cercano enterrador. 
El hombre no contestó. 
Sin inmutarse en lo más mínimo, mister 
Thompson se deslizó en la abierta fosa, enta 
blando un interrogatorio más préct'co. 
— ¿Habéis, tropezado alguna vez en vuestra 
profesión con un tal Carlos Thompson? 
— ¡El diablo so lleve a Thompson! - rep'icó 
el enterrador secamente,: 
—Si no tenía religión creo que ya lo habrá 
hecho—respondió el viejo trepando hiera de la 
tumba. 
Esto dió quizás ocasión á qué Mr. Thompson 
se demorara más tiempo del acostumbrado 
Al volver de frente hacia la ciudad, princi 
piaron á bril'ar ante él las luces, y un viento 
ñ 
Flores 
uruguayas 
146 
simpático sistema de pesquisas ó por aquella 
predisposición del Oeste, a tomar en broma 
cualquier principio ó sentimiento que se exhi 
ba ccn sobrada persistencia, las investigado 
nes de Mr. Thompson sobte el particular des 
pertaron el buen humor de los pasajeros. 
Un anuncio gratuito srbre el ignorado Car 
los, dirigido ó carceleros y guaniianrs, circu 
lóse privadamente entre ellos, y lodoe'. mundo 
recordó haber visto á Carlos en circunstanciai 
dolorosas, pero en favor de mis paisanos debe 
confesar que, cuando se supo que Th'mpsor 
destinaba una fuerte suma á su quimérico pro 
yecto, solo en voz baja s : guieron las bromas 
y nada se dijo, mientras él pudo, oirlo, que 
fuera capaz de acongojar ti corazón de un pa 
dre, ó bien de poner en peligro el provee 1 ( 
que pechan esperar los bromistas de mala ley. 
La jocosa proposición de-niMer Brarev Tíb- 
bets de constituir una compañía on comandita, 
con el objeto de hallar al extraviado joven, 
obtuvo en principio un sério apoyo. 
Superficialmente considorcdo, el carácler de 
Mr. Thompson no era pintoresco ni amable 
Su historia, tal como él mismo nos la comu 
nicó un dia en la mesa, era práctica aun ei 
medio de sus extravagancias. Después do i'na 
juventud y edad madura ásperas y volunlc- 
riosas—durante las cuales había enterrado i 
disgustos á suesposa, y obligado a embarcar 
se a su hijo—experimentó de repente una vo 
cación religiosa. 
—La cogí en Nueva Orleans el año 59—nes 
dijo mister Thompson como quien se 'eíiere ; 
una epidenra.—Pasadme ios guisantes! 
Quizás este temperamento] práctico fue d 
que le sostuvo en su indagación aparentemente 
infructuosa. No tenia indiciojalguno del para 
dero de su fugitivo hijo, ni mucho meno.. 
pruebas de su existencia. Con el confuso y 
vago recuerdo de un niño de doce años, espe 
raba albora identificar al hombre de veinti 
cinco. 
Parece que lo consiguió. Cómo se salió con 
la suya, era una. de las pocas cosas que no 
contaba. Creo que hay dos versiones del suce 
so. Según una de ellas Mr. Thompson, visi 
lando un hospital descubrió n su hijo, gracias 
á un canto particular, queentonaba un enfer 
mo delirante soñando en su niñez. Esta ver 
sión, dando como daba ancho campo á los 
más delicados [sentimientos del] corazón, se 
hizo muy popular, y narrada porjel reveren 
do Mr. Gushington al regreso de su excursión 
de California, jamás dejó de satisfacer al audi 
torio. La otra menos sencilla, es la que yo 
adoptaré aquí, y por.; lo tanto debo relataría 
minuciosamente', 
Era después que Mr. Thompson desistió de 
buscarla sujhijo entre el número dedos vivos 
y se dedicaba ni examen de los cementerios y 
á inspeccionar cuidadosamente los «fríos hic 
jacet délos muertos.» En esta época visitaba 
cort cuidado la «Montaña aislada», lúgubre 
cima, bastante árida ya en su aislamiento ori 
ginal, y que parece más árida aún por los 
blancuzcos mármoles etn que San Francisco 
da puerto á los. que fueron sus ciudadanos, y 
les proteje de un viento furioso y persistente, 
que se empeña en esparcir sus restos, rete 
niéndoles bajo la movediza arena que rehúsa 
impetuoso que la neblina hacía visible, ya lo, 
impelía hacia adelante, ya como puesto en 
acecho, se atacaba].enfadosamente desde las 
esquinas de las desiertas calles de las afín ras. 
En uno de estos recodos oLra cesa no menos 
indefinida y malévo'a,' se arrojó sobro él con 
una blasfemia, encarándole.una pistola yrc- 
quiriéndole el bolsillo. ’ pero se encontró con 
una voluntad de hierro y una muñeca de ace 
ro. agresor y agredido rodaron juntos por el 
suelo; en .el mismo instante el viejo se irguió, 
cogiendo conjuna mano la pistola que arreba 
tara y con la ot a suj lando con el brazo ten 
dido la garganta de un j aven de hosco y salva 
je semblante. 
— Joven, -dijo Mr. Thompson apretando sus 
delgados labios.—¿Cuál es : vuestro nombre? 
—Thompson! 
La mano del anciano resbaló desde la gar 
ganta al brezo de su prisionero, aunque sin 
disminuir la presión. 
—Carlos Thompson, ven conmigo — dijo 
luego. 
Y se ilevó á su cautivo al hotel. 
Lo que tuvo lugar allí ño ha trascendido 
fuera, pero á la mañana siguiente se supo que 
Mr. Thompson había encontrado á su hijo. 
A la anterior narración inverosímil, debe 
añadirse que nada había que la justificase, ni 
en la apariencia ni en los modales del joven. 
Grave, reservado y hermoso,, entregado en 
cuerpo y alma á su re.cien hallado padre, 
aceptó los beneficios y responsabilidades de 
su nueva condición con cierto aire serio que
	        
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