Full text: 1.1897,12.Dez.=Nr. 24 (1897000124)

LA HIPÉRBOLE DEL ARTE 
SiJlllllli 
ESTUDIO FILOSÓFICO—HISTÓRICO—LITERARIO 
-atgc» 
( Continuación ) 
Caía en el teatro de Nápoles el telón, len 
tamente, yendo á envolverse en los fosos 
del escenario, cuando apareció' Nerón, ro 
deado de sus amigos y Senadores que lo 
dejaron para que fuera al Pulpitum, cuyas 
gradas de mármol subía algo nervioso, 
sintiendo esa especie de temor imponente 
ante un juez tan tremendo de miles de 
cabezas humanas, que domina á todo 
artista por consumado que sea, ante un 
público nuevo. De lo alto del pulpitum, 
pálido, sosteniendo la lira jónica en sus 
manos, con la que habia de acompañar 
se, paseó su mirada de águila de una 
gradería á otra, donde se mezclaban las 
elegantes túnicas de las vestales con las 
brillantes lacticlavas de los senadores y los 
desnudos senos de las meretrices, de las 
civas blancuras con los reflejos de las hachas 
de los lictores que imponían 'silencio á li 
bertos y plebeyos, apiñados é impacientes 
por oir al imperial tenor, entreteniendo su 
impaciencia en murmurar y comer higos 
secos de Corinto y nueces de Cápua y beber 
algún sorbo de Chipre esquisito ó de Faler- 
no, ardiente como manzanilla. 
Por fin, el árbitro y dueño de millones 
de vidas, el emperador romano, atacó las 
primeras notas del canto El parlo de Ca- 
nacé. Su modulación era bien sostenida y 
vibrante y tenia tal potencia cuando pro 
ducía las notas agudas de su hermoso re 
gistro vocal, que hubiera podido, como el 
moderno Tamagnó, dominar una masa 
coral de 150 voces robustas y una orquesta 
de 120 profesores. Y podemos bien sentar 
esto, porque desde el primer momento do 
minó los murmullos del inmenso auditorio 
y hacía olvidar al pueblo, hipnotizado con 
la potencia de su voz sonora, que, de vez 
en cuando, el Vesúbio amenazador exhala 
ba detonaciones, como truenos lejanos, ha 
ciendo conmover con la voz del abismo 
rujíente, á las ciudades paradisiacas de Er- 
culano y Pompeva. Quizás que el monstruo 
de la naturaleza, sintiendo cantar al mons 
truo humano, se preparaba para hacerle 
competencia. Y la verdad que solo el Ve 
subio tronador podía competir con Ne 
rón en la potencia de la voz y en lo 
tremendo del estrago que habían de pro 
ducir más tarde, el volcán y el tirano, el 
abismo y el crimen. 
En momentos que el imperial cantante 
sostenía un dó de pecho, jugando con las 
ondas sonoras que hacía vibrar á placeré, 
cuando iba á estallar el aplauso unánime 
y fragoroso del pueblo que oía estremecido 
en’ todas sus fibras de admiración y entu 
siasmo, una terrible trepidación subterrá 
nea sacude el teatro, hace desgajar un 
pedazo de ¡a gradería de piedra, y el pue 
blo se alza para huir en loca carrera, 
mientras el gran artista seguía cantando 
impávido y magnifico, majestuoso y trans 
figurado, perdido su espíritu en las regiones 
etéreas del arte, en actitud digna dé ser es 
culpida en el mármol escultórico... 
¿Por qué iba á hundirse el teatro mientras 
él, Nerón, cantaba, aquel pueblo estúpido 
quería huir?... pensó el Emperador: Ah! 
si aquella muchedumbre hubiera tenido una 
sola cabeza como quería Caligula, de Roma, 
no hubiera sentido al tenor dos veces: allí 
mismo, bajo el Pulpitum, hubiera caído al 
golpe del hacha del lictor romano! 
Parece que el pueblo hubiera sondeado el 
pensamiento de Nerón, porque lo miró y 
cayó sentado ante la mirada fulminante 
VIDA MONTEVIDÉANA 
del monstruo artista que competia en lid 
tremenda con el volcán, el monstruo de la 
naturaleza. El crimen venció al abismo; el 
tirano al volcán; porque el auditorio con 
sideró menos terrible la encendida lava del 
Vesúbio. que la cólera sangiienta del impe 
rial cantante. 
Volvió á cantar: Orestes Parricida, y de 
tal modo se desempeñó; conmovió de tal 
manera desde el grave y sesudo senador hasta 
la meretriz liviana que adornaba sus ebúr 
neos brazos con perlas de Ceilán, perfuma 
da con rico ámbar de Ponomia. olvidada 
del triclinio de Tiro; desde el histrión vil 
y despreciable, hasta el liberto que acaricia 
en horas de misterio la redención de la leja 
na pátria, al soñar con la sombra del 
valiente Espartaco, primer campeón de la. 
libertad de los pueblos oprimidos; y agitó 
la voz melódica de Nerón á aquellas turbas 
de tal manera, que, olvidados del Vesúbio, 
de sus detonaciones y la inminente catástrofe 
subterránea, locos de entusiasmo, desenfre 
nados, aclamaron-á grito herido al tenor 
réjio y lo aplaudieron frenéticos en una 
ovación grandiosa solo digna de un semi 
diós ó un héroe! 
Muchos días, durante seis horas diarias, 
entretuvo el cantante los ócios de los epi 
cúreos napolitanos, juntando al verso que 
es música de la palabra, la melodía del 
canto que es la melopea del alma; y tenía 
su voz, a veces, la dulcedumbre del idilio, 
y á veces, los ecos lastimeros de la elejia 
era el clarín de la tormenta, á veces 
el rujido de la mar desbordante, á veces, 
remedaba el sonido de la fuente que llora 
y otras las dulces querellas del céfiro des 
florando pétalos de rosa: oh! en esos mo 
mentos Nerón, si no hubiera tenido sangre 
de hiena en su cuerpo, hubiera parecido el 
génio; pero, el génio sublime de la música 
que hunde los piés en el lodo de la tierra, 
y esconde la radiosa frente en el polvo 
de los astros, en el cielo! 
He ahi revelado al tirano. A los pocos dias 
de presentarse en público, creó Nerón aquel 
célebre cuerpo de Augustani, compuesto de 
cinco mil jóvenes, hermosos y robustos, que 
tenían por jefe á Burrho, preceptor de Nerón 
y cuya comisión era aplaudir al imperial te 
nor cuando el jefe lo indicaba. La claque, no 
es invención moderna; la han tenido desde 
Nerón acá los tiranos de todos los tiempos 
en diferentes formas. Los aplausos adulones 
que prodiga la prensa asalariada en la so 
ciedad moderna, no es mas que una forma 
de claque mejorada, pero descendiente de 
aq uella que había creado el sanguinario ti 
rano de Roma. 
Suetonio el imparcial historiador de los 
doce Césares, afirma que á.los Augustani se 
Ies conocía por su larga y espesa cabellera, 
su arrogante presencia y un anillo de oro 
que llevaban en la mano izquierda. 
En Roma se esperaba la llegada del em 
perador con verdadero afan artístico, y la 
apertura de las puertas teatrales con más ar 
dor que las del templo de Juno, queal ruido 
de sus goznes brónceos temblaba el orbe 
entero, pues era la declaración de guerra á 
una nación extranjera y un grito de guerra 
por parte de Roma omnipotente, érala opre 
sión, la esclavitud, la ignominia eterna. 
Al fin llegó ,Nerón y el pueblo entero de 
patricios, soldados y plebeyos, fueron á pe 
dirle, mejor dicho á suplicarle que dejara oír" 
su celeste voz, celestem vocem, como la titu 
laba Suetonio. Contestó que cantaría algo 
en sus jardines; hasta que rogado por sus 
soldados que estaban de guardia, accedió á 
presentarse en el Teatro de los Juegos Nero 
nianos, concursos quincenales que el.había 
creado, compuesto cómo entre los grie 
gos, de tres clases de diversiones: músi 
ca, carreras de caballos y juegos gimnásticos. 
Iba á presentarse como un humilde opositor 
á disputar la corona del triunfo á sus rivales 
cantantes. 
El puebm romano cansado de aplaudir las 
sangrientas sátiras de Aristófanes y las co 
medias de Plauto, de saborear los versos de 
Ovidio y los versos bucólicos de Anacreon- 
te de Bion y Mosco, los poetas de las mu 
sas tinacrias, había acudido numeroso al 
teatro el día de los juegos Neronianos. 
Un emperador que descendía desde las 
gradas del sólio real hasta las tablas del 
escenario para divertir á las turbas, y lo 
que es más, á igualarse con humildísimos 
cantantes en concurso musical, un empe 
rador asi era digno del pueblo que lo iba 
á juzgar, á aplaudirlo ó reprobarlo. 
Francisco C. ARATTA. 
Continuará 
i gIIHi»!I"¥I¥ MI 
FRAGMENTOS 
Y si acaso en las tardes del olvido 
Atraviesa tu mente su memoria, 
Respétala mujer!—es una’historia 
Que escribieron mis ojos para ti ! 
¡Tu lo s ibes muy bien! Guardan sus hojas 
Leyendas de tristezas infinitas, 
Hermosas como tú, todas escritas 
Con el llanto de un pobre,cora ón; 
Y hay perfumes de mirtos esparcidos 
Por ese álbum de toda una existencia 
Lo mismo que en los pomos hay escencia 
De embriagadora y penetrai te unción! 
Y hay un nombre sagrado, que aún ho) día 
Cuando nueve mis labios sin c.dores, 
Recuerdos de otras épocas mejores 
Amontona en mi pecho sin piedad; 
Tú tarnUén le conoces, porqué un tiempo 
Marchó ¡ <ríi nombre intimamente unido, 
Nombre) chas aquellos que se han ido 
Con los ensueños de primera edad! 
Se han ido, sí, llevándose por siempre 
las blancas noches que tu amorforjaba, 
Y,la lira de mi alma te cantaba 
De hinoj.'s puesta su inmortal canción'. 
Y alcanzaba hasta el íoikÍq de tu pecho 
Él eco de la'estrofa apasionada, 
Para asomar al punto en tu mirada 
Convertida en hoguera de pasión! 
Tú callabas, mi bien, pero en tus ojos. 
El poema : santo de tu amor leía, 
Y entonces á mi vez, enmudecía 
Extasiado en feliz contemplación; 
Porque eras tú la virgen bendecida 
Que mí fé de creyente consagraba 
Y'un altar en el pecho levantaba 
Para rendirle eterna adoración! 
Eras toda mi vida! Y si el del i Rio 
Me hizo entrever un porvenir risueño, 
Tu vagabas, mujér, en ese sueño 
Que mi mente exaltada acarició; 
Tú fluctuabas en él, porque no había 
En mis noches de entonces nada bello 
Sin el ástro de diáfano destello 
Que en mi cielo de dicha se extinguió! 
Eras rayo de sol, eras perfume 
En la flora del verde limonero, 
Y en los desmayos del fulgor postrero 
Eras línea suavísima en lo azul, 
Y trino cadencioso entre las nieves 
Con que el nativo guayacán se ufana, 
Suspiro entre la fronda, en la mañana 
Eras rosado y transparente tul! 
Yo te quise cantar,—y si deseaba 
Una estrofa harmoniosa, apasionada, 
¡La anhelé parati, reina adorada 
Para ti, mi primera aspiración! 
Que aunque nada valieran mis cantares, 
Ellos eran la escencia del cariño, 
Como el rezo purísimo del niño 
Es un himno que entona el corazón!
	        
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