LA HIPÉRBOLE DEL ARTE
SiJlllllli
ESTUDIO FILOSÓFICO—HISTÓRICO—LITERARIO
-atgc»
( Continuación )
Caía en el teatro de Nápoles el telón, len
tamente, yendo á envolverse en los fosos
del escenario, cuando apareció' Nerón, ro
deado de sus amigos y Senadores que lo
dejaron para que fuera al Pulpitum, cuyas
gradas de mármol subía algo nervioso,
sintiendo esa especie de temor imponente
ante un juez tan tremendo de miles de
cabezas humanas, que domina á todo
artista por consumado que sea, ante un
público nuevo. De lo alto del pulpitum,
pálido, sosteniendo la lira jónica en sus
manos, con la que habia de acompañar
se, paseó su mirada de águila de una
gradería á otra, donde se mezclaban las
elegantes túnicas de las vestales con las
brillantes lacticlavas de los senadores y los
desnudos senos de las meretrices, de las
civas blancuras con los reflejos de las hachas
de los lictores que imponían 'silencio á li
bertos y plebeyos, apiñados é impacientes
por oir al imperial tenor, entreteniendo su
impaciencia en murmurar y comer higos
secos de Corinto y nueces de Cápua y beber
algún sorbo de Chipre esquisito ó de Faler-
no, ardiente como manzanilla.
Por fin, el árbitro y dueño de millones
de vidas, el emperador romano, atacó las
primeras notas del canto El parlo de Ca-
nacé. Su modulación era bien sostenida y
vibrante y tenia tal potencia cuando pro
ducía las notas agudas de su hermoso re
gistro vocal, que hubiera podido, como el
moderno Tamagnó, dominar una masa
coral de 150 voces robustas y una orquesta
de 120 profesores. Y podemos bien sentar
esto, porque desde el primer momento do
minó los murmullos del inmenso auditorio
y hacía olvidar al pueblo, hipnotizado con
la potencia de su voz sonora, que, de vez
en cuando, el Vesúbio amenazador exhala
ba detonaciones, como truenos lejanos, ha
ciendo conmover con la voz del abismo
rujíente, á las ciudades paradisiacas de Er-
culano y Pompeva. Quizás que el monstruo
de la naturaleza, sintiendo cantar al mons
truo humano, se preparaba para hacerle
competencia. Y la verdad que solo el Ve
subio tronador podía competir con Ne
rón en la potencia de la voz y en lo
tremendo del estrago que habían de pro
ducir más tarde, el volcán y el tirano, el
abismo y el crimen.
En momentos que el imperial cantante
sostenía un dó de pecho, jugando con las
ondas sonoras que hacía vibrar á placeré,
cuando iba á estallar el aplauso unánime
y fragoroso del pueblo que oía estremecido
en’ todas sus fibras de admiración y entu
siasmo, una terrible trepidación subterrá
nea sacude el teatro, hace desgajar un
pedazo de ¡a gradería de piedra, y el pue
blo se alza para huir en loca carrera,
mientras el gran artista seguía cantando
impávido y magnifico, majestuoso y trans
figurado, perdido su espíritu en las regiones
etéreas del arte, en actitud digna dé ser es
culpida en el mármol escultórico...
¿Por qué iba á hundirse el teatro mientras
él, Nerón, cantaba, aquel pueblo estúpido
quería huir?... pensó el Emperador: Ah!
si aquella muchedumbre hubiera tenido una
sola cabeza como quería Caligula, de Roma,
no hubiera sentido al tenor dos veces: allí
mismo, bajo el Pulpitum, hubiera caído al
golpe del hacha del lictor romano!
Parece que el pueblo hubiera sondeado el
pensamiento de Nerón, porque lo miró y
cayó sentado ante la mirada fulminante
VIDA MONTEVIDÉANA
del monstruo artista que competia en lid
tremenda con el volcán, el monstruo de la
naturaleza. El crimen venció al abismo; el
tirano al volcán; porque el auditorio con
sideró menos terrible la encendida lava del
Vesúbio. que la cólera sangiienta del impe
rial cantante.
Volvió á cantar: Orestes Parricida, y de
tal modo se desempeñó; conmovió de tal
manera desde el grave y sesudo senador hasta
la meretriz liviana que adornaba sus ebúr
neos brazos con perlas de Ceilán, perfuma
da con rico ámbar de Ponomia. olvidada
del triclinio de Tiro; desde el histrión vil
y despreciable, hasta el liberto que acaricia
en horas de misterio la redención de la leja
na pátria, al soñar con la sombra del
valiente Espartaco, primer campeón de la.
libertad de los pueblos oprimidos; y agitó
la voz melódica de Nerón á aquellas turbas
de tal manera, que, olvidados del Vesúbio,
de sus detonaciones y la inminente catástrofe
subterránea, locos de entusiasmo, desenfre
nados, aclamaron-á grito herido al tenor
réjio y lo aplaudieron frenéticos en una
ovación grandiosa solo digna de un semi
diós ó un héroe!
Muchos días, durante seis horas diarias,
entretuvo el cantante los ócios de los epi
cúreos napolitanos, juntando al verso que
es música de la palabra, la melodía del
canto que es la melopea del alma; y tenía
su voz, a veces, la dulcedumbre del idilio,
y á veces, los ecos lastimeros de la elejia
era el clarín de la tormenta, á veces
el rujido de la mar desbordante, á veces,
remedaba el sonido de la fuente que llora
y otras las dulces querellas del céfiro des
florando pétalos de rosa: oh! en esos mo
mentos Nerón, si no hubiera tenido sangre
de hiena en su cuerpo, hubiera parecido el
génio; pero, el génio sublime de la música
que hunde los piés en el lodo de la tierra,
y esconde la radiosa frente en el polvo
de los astros, en el cielo!
He ahi revelado al tirano. A los pocos dias
de presentarse en público, creó Nerón aquel
célebre cuerpo de Augustani, compuesto de
cinco mil jóvenes, hermosos y robustos, que
tenían por jefe á Burrho, preceptor de Nerón
y cuya comisión era aplaudir al imperial te
nor cuando el jefe lo indicaba. La claque, no
es invención moderna; la han tenido desde
Nerón acá los tiranos de todos los tiempos
en diferentes formas. Los aplausos adulones
que prodiga la prensa asalariada en la so
ciedad moderna, no es mas que una forma
de claque mejorada, pero descendiente de
aq uella que había creado el sanguinario ti
rano de Roma.
Suetonio el imparcial historiador de los
doce Césares, afirma que á.los Augustani se
Ies conocía por su larga y espesa cabellera,
su arrogante presencia y un anillo de oro
que llevaban en la mano izquierda.
En Roma se esperaba la llegada del em
perador con verdadero afan artístico, y la
apertura de las puertas teatrales con más ar
dor que las del templo de Juno, queal ruido
de sus goznes brónceos temblaba el orbe
entero, pues era la declaración de guerra á
una nación extranjera y un grito de guerra
por parte de Roma omnipotente, érala opre
sión, la esclavitud, la ignominia eterna.
Al fin llegó ,Nerón y el pueblo entero de
patricios, soldados y plebeyos, fueron á pe
dirle, mejor dicho á suplicarle que dejara oír"
su celeste voz, celestem vocem, como la titu
laba Suetonio. Contestó que cantaría algo
en sus jardines; hasta que rogado por sus
soldados que estaban de guardia, accedió á
presentarse en el Teatro de los Juegos Nero
nianos, concursos quincenales que el.había
creado, compuesto cómo entre los grie
gos, de tres clases de diversiones: músi
ca, carreras de caballos y juegos gimnásticos.
Iba á presentarse como un humilde opositor
á disputar la corona del triunfo á sus rivales
cantantes.
El puebm romano cansado de aplaudir las
sangrientas sátiras de Aristófanes y las co
medias de Plauto, de saborear los versos de
Ovidio y los versos bucólicos de Anacreon-
te de Bion y Mosco, los poetas de las mu
sas tinacrias, había acudido numeroso al
teatro el día de los juegos Neronianos.
Un emperador que descendía desde las
gradas del sólio real hasta las tablas del
escenario para divertir á las turbas, y lo
que es más, á igualarse con humildísimos
cantantes en concurso musical, un empe
rador asi era digno del pueblo que lo iba
á juzgar, á aplaudirlo ó reprobarlo.
Francisco C. ARATTA.
Continuará
i gIIHi»!I"¥I¥ MI
FRAGMENTOS
Y si acaso en las tardes del olvido
Atraviesa tu mente su memoria,
Respétala mujer!—es una’historia
Que escribieron mis ojos para ti !
¡Tu lo s ibes muy bien! Guardan sus hojas
Leyendas de tristezas infinitas,
Hermosas como tú, todas escritas
Con el llanto de un pobre,cora ón;
Y hay perfumes de mirtos esparcidos
Por ese álbum de toda una existencia
Lo mismo que en los pomos hay escencia
De embriagadora y penetrai te unción!
Y hay un nombre sagrado, que aún ho) día
Cuando nueve mis labios sin c.dores,
Recuerdos de otras épocas mejores
Amontona en mi pecho sin piedad;
Tú tarnUén le conoces, porqué un tiempo
Marchó ¡ <ríi nombre intimamente unido,
Nombre) chas aquellos que se han ido
Con los ensueños de primera edad!
Se han ido, sí, llevándose por siempre
las blancas noches que tu amorforjaba,
Y,la lira de mi alma te cantaba
De hinoj.'s puesta su inmortal canción'.
Y alcanzaba hasta el íoikÍq de tu pecho
Él eco de la'estrofa apasionada,
Para asomar al punto en tu mirada
Convertida en hoguera de pasión!
Tú callabas, mi bien, pero en tus ojos.
El poema : santo de tu amor leía,
Y entonces á mi vez, enmudecía
Extasiado en feliz contemplación;
Porque eras tú la virgen bendecida
Que mí fé de creyente consagraba
Y'un altar en el pecho levantaba
Para rendirle eterna adoración!
Eras toda mi vida! Y si el del i Rio
Me hizo entrever un porvenir risueño,
Tu vagabas, mujér, en ese sueño
Que mi mente exaltada acarició;
Tú fluctuabas en él, porque no había
En mis noches de entonces nada bello
Sin el ástro de diáfano destello
Que en mi cielo de dicha se extinguió!
Eras rayo de sol, eras perfume
En la flora del verde limonero,
Y en los desmayos del fulgor postrero
Eras línea suavísima en lo azul,
Y trino cadencioso entre las nieves
Con que el nativo guayacán se ufana,
Suspiro entre la fronda, en la mañana
Eras rosado y transparente tul!
Yo te quise cantar,—y si deseaba
Una estrofa harmoniosa, apasionada,
¡La anhelé parati, reina adorada
Para ti, mi primera aspiración!
Que aunque nada valieran mis cantares,
Ellos eran la escencia del cariño,
Como el rezo purísimo del niño
Es un himno que entona el corazón!