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Señorita Amilta Etcheverry
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Evocando, □ □!
(Para PÁGINA BLANCA)
La montaña de la vida se sube
ligera como un pájaro en alas de la
esperanza, y se baja tristemente como
un inválido en brazos de los recuer
dos.— Julio Herrera y Obes.
“OP listezas me sugiere la calma infinita del cre-
púsculo. Evocaciones la soledad interminable
de las horas saturadas de melancolía. Y como un
espíritu de alas muy sutiles vagan en el espacio
etéreo los recuerdos.
¡Quién sabe si ha pasado un siglo o un ins
tante! El alma no mide por la extensión del tiempo
lu intensidad de las reminiscencias. Y qué im
porta que el reloj haya marcado una sola hora
si hemos vivido cientos!
Alegremente vamos recorriendo la senda flo
rida de la existencia que está cubierta de rosas
Y de heliotropos, de nardos y de margaritas, de
azucenas y de lirios; solo absorbemos de ellas su
perfume, que es todo un albor de primavera;
pero ansiamos ver más. Nos falta tanto!
Apenas si podemos contener nuestra respira
ción, que en alientos entrecortados sale de nues
tros labios.
¡Cuánto nos falta para llegar hasta la cumbre!
dice la esperanza coronada de rosas. ¡Cuánto nos
falta! ¿Cómo será la vida desde la cima de la
montaña? ¿Qué habrá sobre ella para que tanto
ansiemos posarnos?
Debe habitar allí el hada de nuestros primeros
cuentos llenos de fantasía, leídos en la infancia-
Debe haber genios encantados transformados en
piedras, en árboles, en bestias. Deben existir ena
nos de luengas barbas que conocen todos los
recodos del camino y que han oído la voz de los
elementos: el agua, el viento, el fuego. Tendrá su
mansión el príncipe azul que hemos visto apa
recer en nuestra primera novela de amor. Lo
vemos tan rubio como las espigas del trigo, tan
casto como las azucenas del camino, tan pode
roso como un rey de las Indias, tan valiente como
un gladiador. Allí debe anidar el pájaro azul de
los ensueños quiméricos.
¡ Cómo debe ser la vida desde la cumbre! Se
oirá la voz del agua que clama en la fontana.
Serán sonrosados todos los horizontes. Rielará la
luna en su disco de plata, sobre el mar esme
ralda como las praderas.
Es esta la juventud con sus ojos iluminados por
la luz del alba, con los cabellos cual manto de
estrellas sobre los hombros, con su voz cristalina
como un murmullo de pájaros, guiada de la mano
por la esperanza benéfica y sublime.
Pero, ¡cuán pronto se llega a la cumbre! Los
cabellos ya tienen la aureola de las nieblas, los
ojos el color apagado de los crepúsculos, y se
camina guiado por la mano vacilante de los re
cuerdos. Desde allí la vida tiene otro albor. Se
mira la senda recorrida y las flores de otrora
son espinas, los cantos ecos...
Miserable del que llegado al ocaso no sienta en
su alma, como un sudario, la voz de los recuer
dos. Si es sublime la esperanza que nos acom
paña en la vida y nos lleva de la mano por la
senda de flores, más sublime aún es el recuerdo
que nos baja en brazos por el calvario de espi
nas de la existencia, como una última rosa de
Mayo, helada por la escarcha,
Si en la esperanza tenemos la fe, el ensueño,
el idealismo; en el recuerdo tenemos la resurrec
ción de lo pasado, que no vuelve jamás; pero
que se alienta eternamente en el alma.
Mi.mi Pinsón.