Full text: 1.1915,15.Okt.=Nr. 8 (1915000108)

¿h, 
PÁGINA BLANCA 
Una belleza arúentina 
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M 
Señorita María Antonieta Petit de Murat 
a ce tiempo germina en mi mente la idea de 
\} uliviar el doloroso peso con el cual la san- 
Cl °n humana y las leyes de los hombres condenan 
a los otros hombres que tienen la desgracia, la 
'-Hiel desgracia, de llevar sobre su frente el es- 
tl £ma del reprobo. 
Y° sé que el alma se subleva ante los actos 
é'ictuosos; que todo crimen es execrable. 
^ 0 sé que los jueces están encargados de apli- 
tai las leyes que han de higienizar el ambiente 
él pueblo viciado. Que el robo, la estafa y el homi- 
oiclio se suceden en todas partes, casi sin solución 
de 
continuidad. Que la envidia, la avaricia, el 
( j^°> la venganza y todas las bajas pasiones hacen 
'ariamente sus víctimas. Que hay delitos y crí 
menes que horrorizan, repugnan y avergüenzan 
a la sociedad humana. 
sé que hay almas envilecidas y criminales 
n atos en cuya conciencia parece casi imposible 
Penetre un rayo de sol. Que aún procediendo de 
Paires honestos hay seres nacidos para el mal; 
c l_ lle la ambición, las necesidades, ciertas vincula- 
nones y compañías empujan a los débiles — a los 
c lúe les falta la fuerza moral para rehuir los con- 
Se J°s malsanos o sobreponerse a sus propias incli 
naciones — al lodazal de los vicios, sin pensar que 
cU ca er arrastran su nombre, avergüenzan a los 
Su yos, si son honrados, y merecen desprecio de 
todos. 
Pero también sé que hay muchos desgraciados 
en quienes las circunstancias y el medio en que 
actuaron han influido a precipitarlos en la fatal 
caída; y que las prisiones suelen albergar a seres 
míenos, cuyo brazo ha sido armado, a su pesar, 
uma coflijtrtffndá 
'S. penadlos 
(Para PAGINft BLONCft) 
por causas fortuitas. Que gran número de los que 
envejecen en las cárceles no tuvieron madre: pues 
no es tenerla carecer de sus cuidados y ternura, 
no conocer su protección ni escuchar jamás sus 
buenos consejos; no es tenerla crecer empeque 
ñeciéndose— permítaseme la paradoja—en una 
atmósfera amoral, abyecta, al empuje de castigos 
brutales y de palabras obcenas que muchas infe 
lices criaturas reciben de sus projenitores. 
Sabido es que hay innumerables niños arroja 
dos a la vía pública, haraposos y hambrientos, a 
buscar el pan cotidiano para los suyos; y que 
son maltratados cuando vuelven sin él a su vi 
vienda, o si la limosna es exigua; esterilizando 
así todo germen de bondad y de justicia en sus 
infantiles almas, en las que, sordamente, se inicia 
una protesta hostil contra la sociedad que co 
mienza en la familia, siendo el rencor su primer 
mal sentimiento. 
Y cuando esos desdichados vuelven con dinero, 
cuya procedencia jamás se pregunta, reciben la 
sonrisa sórdida que no alienta afectos sino que 
forma cómplices; y así, insensiblemente, empe 
zando por el engaño y el robo — preliminares del 
crimen—van deslizándose por la fatal pendiente, 
sin saberlo, sin advertirlo, sin comprenderlo, in 
conscientemente. .. 
Si el niño se desarrolla sin inculcársele nocio 
nes de dignidad, de respeto a lo ageno; sin ense- 
ñárseje a despreciar el vicio y a huir de él; si el 
freno de la religión o una voluntad fuerte no 
combaten sus debilidades o malas tendencias, esti 
mulando las buenas, no es extraño que llegue a 
delinquir, y al cometer actos condenables, aunque
	        
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