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PÁGINA BLANCA
Una belleza arúentina
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M
Señorita María Antonieta Petit de Murat
a ce tiempo germina en mi mente la idea de
\} uliviar el doloroso peso con el cual la san-
Cl °n humana y las leyes de los hombres condenan
a los otros hombres que tienen la desgracia, la
'-Hiel desgracia, de llevar sobre su frente el es-
tl £ma del reprobo.
Y° sé que el alma se subleva ante los actos
é'ictuosos; que todo crimen es execrable.
^ 0 sé que los jueces están encargados de apli-
tai las leyes que han de higienizar el ambiente
él pueblo viciado. Que el robo, la estafa y el homi-
oiclio se suceden en todas partes, casi sin solución
de
continuidad. Que la envidia, la avaricia, el
( j^°> la venganza y todas las bajas pasiones hacen
'ariamente sus víctimas. Que hay delitos y crí
menes que horrorizan, repugnan y avergüenzan
a la sociedad humana.
sé que hay almas envilecidas y criminales
n atos en cuya conciencia parece casi imposible
Penetre un rayo de sol. Que aún procediendo de
Paires honestos hay seres nacidos para el mal;
c l_ lle la ambición, las necesidades, ciertas vincula-
nones y compañías empujan a los débiles — a los
c lúe les falta la fuerza moral para rehuir los con-
Se J°s malsanos o sobreponerse a sus propias incli
naciones — al lodazal de los vicios, sin pensar que
cU ca er arrastran su nombre, avergüenzan a los
Su yos, si son honrados, y merecen desprecio de
todos.
Pero también sé que hay muchos desgraciados
en quienes las circunstancias y el medio en que
actuaron han influido a precipitarlos en la fatal
caída; y que las prisiones suelen albergar a seres
míenos, cuyo brazo ha sido armado, a su pesar,
uma coflijtrtffndá
'S. penadlos
(Para PAGINft BLONCft)
por causas fortuitas. Que gran número de los que
envejecen en las cárceles no tuvieron madre: pues
no es tenerla carecer de sus cuidados y ternura,
no conocer su protección ni escuchar jamás sus
buenos consejos; no es tenerla crecer empeque
ñeciéndose— permítaseme la paradoja—en una
atmósfera amoral, abyecta, al empuje de castigos
brutales y de palabras obcenas que muchas infe
lices criaturas reciben de sus projenitores.
Sabido es que hay innumerables niños arroja
dos a la vía pública, haraposos y hambrientos, a
buscar el pan cotidiano para los suyos; y que
son maltratados cuando vuelven sin él a su vi
vienda, o si la limosna es exigua; esterilizando
así todo germen de bondad y de justicia en sus
infantiles almas, en las que, sordamente, se inicia
una protesta hostil contra la sociedad que co
mienza en la familia, siendo el rencor su primer
mal sentimiento.
Y cuando esos desdichados vuelven con dinero,
cuya procedencia jamás se pregunta, reciben la
sonrisa sórdida que no alienta afectos sino que
forma cómplices; y así, insensiblemente, empe
zando por el engaño y el robo — preliminares del
crimen—van deslizándose por la fatal pendiente,
sin saberlo, sin advertirlo, sin comprenderlo, in
conscientemente. ..
Si el niño se desarrolla sin inculcársele nocio
nes de dignidad, de respeto a lo ageno; sin ense-
ñárseje a despreciar el vicio y a huir de él; si el
freno de la religión o una voluntad fuerte no
combaten sus debilidades o malas tendencias, esti
mulando las buenas, no es extraño que llegue a
delinquir, y al cometer actos condenables, aunque