Full text: 1.1915,1.Nov.=Nr. 9 (1915000109)

PÁGINA BLANCA 
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Repentinamente, el sonar de una trompeta re 
corrió todos los ámbitos y se hizo un silencio 
profundo. El enviado celeste de que me hablara 
mi guía ocupó su sitio en una amplia tribuna 
enlutada. Ayudándose de un enorme libro, em 
pezó a nombrar, uno por uno, a cada pecador 
de aquella inmensa falange. Acto seguido, enu 
meraba las culpas de cada cual y a cada cual 
preguntaba: «¿Te reconoces?» Y aplicaba la 
pena. 
Nadie quedaba sin protestar ni disculparse, bien 
que inútilmente, es claro. Los suspiros y lamen 
tos que desgarraban aquel caliginoso recinto eran 
tan hondos, que apocaban el ánimo más vaionil. 
Á las puertas del suplicio, quien no dejaba co- 
rrer el río de sus lágrimas era porque ya lo ha 
bía agotado en su espera. Yo pensaba en aquella 
alma, pálida y triste, que me había saludado, al 
pasar, cuando la vi comparecer, la última, ante 
aquel terrible juicio. Más, contrariamente a como 
Procedieran las otras, ella ni se disculpó, ni pro- 
testó. Entonces me decidí y así hable al impla 
cable juez: «Tú que vienes de una región azul y 
luminosa, donde todo es bello, grande y magní 
fico ¿te has olvidado de la misericordia, dejando 
endurecer tu corazón?» Con voz estentórea, 
Preguntó él: « ¿ Quién habla ? » Y luego, al divi- 
s arme: ¿Cuándo has llegado tú? Recién—díjele— 
y a imploraros perdón para estos condenados 
m e atrevo. «Envidiosos, se han perseguido siem- 
P re > han tratado siempre de medrar aunque en 
su medro fuese la felicidad del hermano o del 
amigo. Siendo reos del mismo delito, juntos y 
s ' n perdón deben purgarlo. Por la envidia del 
diablo, entró la muerte en el mundo. El pecado 
es eterno y el suplicio es conforme al pecado ». 
N° quedé cortada con este discurso y temerosa 
be replicar; pero mi guía me animó diciéndome: 
8 Anda, dile que nacieron débiles e imperfectos 
y que en el pecho de un arcángel tan hermoso 
cuadra más bien la clemencia que el castigo, y 
Puede que se ablande». E iba a obedecerle, cuando 
e stalló una formidable tempestad. Raudales de 
fuego cayeron de todos los puntos. Un clamoieo 
infernal unióse al retumbar incesante y violento 
bel trueno. 
Vi como una nube se llevaba al inflexible jus 
ticiero celeste. Y, de nuevo, también, a aquella 
alma pálida y triste que me saludó. A punto es 
taba de reconocerla, cuando otra nube, intei po 
niéndose, nos separó para siempre. Me lancé 
hacia el sitio por donde había sido ocultada la 
. imagen, pero mi guía me retuvo, ordenándome: 
8 i Marchémonos!» No, quedémonos le contes 
taba yo—pugnando y forcejeando por hacerlo. 
Pero él me llevó, me empujó, me sacó fuera de 
allí v emprendimos un camino laigo, en el que 
éramos los únicos transeuntes. A derecha e iz 
quierda, y hasta donde la vista podia alcanzar, 
no se divisaban más que tumbas, todas abieitas 
y recién removidas. Era tan ^doloroso y predis 
ponía tanto el ánimo a la flaqueza aquel espec 
táculo en la solitaria extensión que, sin quererlo, 
empecé a llorar. Mis ojos convirtiéronse en dos 
fuentes, siendo impotente mi albedrío para con 
tener corriente tan impetuosa. 
Mi acompañante estaba desolado. Sin embargo, 
me decía: «¡Marchemos! El camino es largo y 
debemos llegar». ¡Llegar! ¿A dónde? ¿laia que 
hemos de llegar? «Es una orden misteriosa que 
he recibido » - respondió él. Y de nuevo, con des 
gano. echamos a andar. Al borde de una tumba, 
y ya marchita, había una flor caída. Me incline 
piadosamente para recojerla y, mirando al des 
cuido, vi que aquella fosa era un abismo. Me 
pareció que, desde lo hondo, una voz conocida 
me nombraba. Me incliné tanto, dentro de aquel 
hoyo infinito, que mi guía tuvo que íntervenu 
para que no cayera. Pero en mí trabajaba a 
obsesión de la sima, y mi deseo era resbalar ha 
cia ella. Sorprendióme una intensa descarga y 
desperté sobresaltada. Sobre la faz del planeta, 
la. tempestad estaba en su apogeo. Y, en mi mesa 
de trabajo, el libro abierto repetía las palabras 
antes oídas: «Por la envidia del diablo entró la 
muerte en el mundo... » 
La muerte es una orden misteriosa que hemos 
recibido. ¿Dónde se halla el osado que no la 
cumpla? Decía bien el otro: ¡Debemos llegai . 
¡Aliávamos todos! ¿Y luego? ¿Nos aguarda la 
eterna amargura? ¡Oh! la gran amargura esta 
aquí, entre este polvo y estas muchedumbres... 
Pero ¿quién sería aquella alma, tan pálida y tan 
triste, que en el reino del dolor me saludo." 
Jilma. 
Salvando erratas 
E n el capítulo III de la magnífica producción 
literaria de nuestro ilustrado colaborador, 
doctor Eduardo Acevedo Díaz, que apareció en 
el número anterior, deslizáronse errores de correc 
ción que nos apresuramos a salvar. 
Donde dice «el dedo los escucha», debe leeise 
«el aeda». Donde: «Entonces el dedo suele ex 
pandirse..- léase «Entonces el aeda... Donde: 
«Solo a un dedo se le ocurre»... léase: «Solo a 
un aeda se le ocurre...» 
El desliz de corrección convirtió el vocablo 
aeda, de origen griego, que importa el nombre 
dado a los grandes poetas primitivos, en el pro 
saico de dedo. Aunque es seguro que nuestros 
lectores habrán hecho caudal de lo ocurrido nos 
complacemos en consignar esta salvedad. 
Permanente 
Toda publicación que en PÁGINA BLANCA 
aparezca sin firma o pseudónimo, pertenece a 
Margarita de la Sierra.
	        
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