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Mgína SLaNcA
Págma fliyl
Alguien dijo que úna vida, que no alegrara la son-
mw risa de un niño se semejaba mucho a la aridez
de un jardín sin flores. Yo corroboro esa afirmación,
justificándola con el intenso amor que me acerca a la
infancia. Me encanta el enjambre de chicuelos felices
y mimados, que ponen en la arena de la playa ia nota
amable de sus juegos bulliciosos y alegre parloteo....
Y sigue mi vista esa grey infantil de «desheredados»,
i
Ismael Conrado Velazquez
que polulan por la calle arrojados a ella por las vici
situdes del camino que les obliga a la conquista pre
coz de un pedazo de pan!... Y esa otra multitud de
pequeños enclaustrada casi entre las paredes de la
casa grande y fria donde se amparan los párvulos sia
tutelaje, los que llevan impresa en la retina la visión
miserable de un hogar sin ventura y en el corazón la
avidez suprema del inefable amor materno...
Feliz o desgraciado, vestido con sederías o arropado
entre harapos, un niño tiene para mi especial encanto.
Acaso ese gran cariño que me vincula a la niñez, lo
pudiera concretar en uno solo : en ese pequeñuelo de
pupilas más obscuras que el basalto, de bucles blon
dos y rizados, detalles ideales del armonioso conjunto
plástico que trae la evocación del divino ángel de
Murillo.
Cuando escucho el acento de su voz melodiosa de
inflexiones más suaves que el canto de las aves qt' e
poblaron los granados de los valles del Sorrento,
cuando su boca que parece formada con el aura fresca
de todas las alboradas besa mi frente ensombrecida
por la melancolía de tantos ocasos, yo creo encontrar
la verdadera, única realidad del motivo que al poeti
zar la vida, la embellece.
Y esa ternura inmensa, encuentra una dulce com
pensación, cuando para significarme la magnitud da
su cariño sus manecitas se alzan señalándome lo infi
nito del cielo azul, tan bello y sereno como su alma
buena y candorosa.
Condesa Ada de Litoff.
Qytd© to sileoid©
(Para PAGINft BLANCA)
En el convento de la montaña
Todo es muy viejo, todo es misterio;
En sus cristales la luz se empaña,
Hay un silencio de cementerio.
Pasan las monjas arrepentidas
Siempre rezando,
Y son sus voces tan condolidas
Que aparentan estar llorando.
Quizá en su rezo, en sus devociones
Lleven el sello de alguna queja ;
Jamás se alegran sus corazones,
Y solo hablan tras de una reja
Tras esos muros ennegrecidos
Viven las almas desencantadas ;
Viven recuerdos, sueñan olvidos
Las monjas tristes, siempre enlutadas,
Son casi todas las compañeras
De un infortunio, de un desencanto ;
No conocieron las primaveras
Que da el encanto.
Su vida es triste, su vida es larga
Y así sufriendo pasan la vida.
¿Qué pena amarga
Te llevó al claustro, monja querida?..
Y en el silencio de la mañana
El sol apenas con luz incierta,
Oyó los ecos de una campana;
Y del convento se abrió la puerta.
Entró otra monja. Gimió la reja,
■Salían vapores de suave incienso ;
Se oye una queja...
Y el claustro triste quedó en silencio.
Homero Durante Avellanal.
Montevideo, 10/3/91(5.
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