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Isabel de Castilla, que supo
conducir sus ejércitos a la
victoria, en aquella, lucha e
cruenta entre los solda- ^
dos de Cristo y los indó
mitos guerreros de la me
dia luna, con el mismo es
forzado ánimo de los más
gloriosos caudillos; Agus
tina de Aragón, que en
úquel largo y glorioso sitio
que Zaragoza sostuvo contra los franceses, fi
guró de modo prominente.
Si París no hubiera robado a Elena, los grie
gos, no habrían emprendido la expedición de
Moya. Si Cleópatra no hubiera sido tan enamo
radiza y versátil, acaso hubiera cambiado el des
tino del mundo en aquella lucha final entre César,
Antonio y Octavio. Si la Emperatriz Eugenia no
hubiera dominado por su belleza v su talento a
Luis Napoleón, quizás no hubiera surgido la
cruenta guerra franco-prusiana. Se reprocha a la
emperatriz Eugenia el baber tenido una influen
cia preponderante en la declaración de esta gue
rra, que ella quería por tener fe en la victoria
del pueblo francés, y hallarse persuadida de que
ht gloria vendría a consolidar el trono imperial y
Permitiría a su hijo reinar sin inquietudes.
La biografía de esta mujer es interesante como
htiena novela. María Eugenia de Guzmán, empe
ratriz de los franceses, era una dama gradina de
singular belleza. Por su padre, descendía de la
noble y rancia familia española de los Guzma-
nes, conde de Montojo, y por su línea materna
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de una familia inglesa, de alta prosapia. Educóse
y pasó su primera juventud en Francia, donde
su extraordinaria belleza brilló en los bailes del
Elisco antes de ocupar Luis Napoleón el trono,
siendo aún presidente de la República. Invitóla
éste, muy rendidamente enamorado de ella a las
partidas de caza de Fontainebleau y, en Diciem
bre de 1852, ya proclamado emperador, al pala,
ció de Compiegne; acompañábala su madre, y
rodeábanla de un lado la adulación, de otro muy
enconadas envidias. Cuéntase que la esposa de
un alto dignatario hubo de tratarla en cierta oca
sión sin los debidos miramientos. «Yo la vengaré»,
dijo Napoleón al escuchar su queja. Poco des
pués, pedía su mano, y en el discurso de la
corona que leyó el 22 de
Enero de 1853, anunció su
enlace, que se verificó el
gran pompa, en
Notre Dame. Fué aquél un
matrimonio de
amor; la corte
de Francia ad
quirió entonces
brillo inusita
do. Las fiestas
sucedíanse en
las Tullerías
sin descanso,
cada vez más
esplendorosas.
Los pinceles
del al e m á n
Winterhalter
nos han dejado
en diversos re
tratos frivola
mente cortesa
nos, la imagen
de la bellísima
soberana, que
los libra del olvido. Todo aquello lo barrió la
primera guerra franco - prusiana. No fué ajena
la emperatriz a lo que se cuenta. Católica in
transigente, opúsose siempre con el peso de su
influjo a toda política liberal; cuando se hizo la
unidad de Italia, cuando se intentó establecer
en Méjico un imperio de los Habsburgos, por su