Full text: 2.1916,15.Jun.=Nr. 22 (1916000222)

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se a la gran 
Isabel de Castilla, que supo 
conducir sus ejércitos a la 
victoria, en aquella, lucha e 
cruenta entre los solda- ^ 
dos de Cristo y los indó 
mitos guerreros de la me 
dia luna, con el mismo es 
forzado ánimo de los más 
gloriosos caudillos; Agus 
tina de Aragón, que en 
úquel largo y glorioso sitio 
que Zaragoza sostuvo contra los franceses, fi 
guró de modo prominente. 
Si París no hubiera robado a Elena, los grie 
gos, no habrían emprendido la expedición de 
Moya. Si Cleópatra no hubiera sido tan enamo 
radiza y versátil, acaso hubiera cambiado el des 
tino del mundo en aquella lucha final entre César, 
Antonio y Octavio. Si la Emperatriz Eugenia no 
hubiera dominado por su belleza v su talento a 
Luis Napoleón, quizás no hubiera surgido la 
cruenta guerra franco-prusiana. Se reprocha a la 
emperatriz Eugenia el baber tenido una influen 
cia preponderante en la declaración de esta gue 
rra, que ella quería por tener fe en la victoria 
del pueblo francés, y hallarse persuadida de que 
ht gloria vendría a consolidar el trono imperial y 
Permitiría a su hijo reinar sin inquietudes. 
La biografía de esta mujer es interesante como 
htiena novela. María Eugenia de Guzmán, empe 
ratriz de los franceses, era una dama gradina de 
singular belleza. Por su padre, descendía de la 
noble y rancia familia española de los Guzma- 
nes, conde de Montojo, y por su línea materna 
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Mariana 
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de una familia inglesa, de alta prosapia. Educóse 
y pasó su primera juventud en Francia, donde 
su extraordinaria belleza brilló en los bailes del 
Elisco antes de ocupar Luis Napoleón el trono, 
siendo aún presidente de la República. Invitóla 
éste, muy rendidamente enamorado de ella a las 
partidas de caza de Fontainebleau y, en Diciem 
bre de 1852, ya proclamado emperador, al pala, 
ció de Compiegne; acompañábala su madre, y 
rodeábanla de un lado la adulación, de otro muy 
enconadas envidias. Cuéntase que la esposa de 
un alto dignatario hubo de tratarla en cierta oca 
sión sin los debidos miramientos. «Yo la vengaré», 
dijo Napoleón al escuchar su queja. Poco des 
pués, pedía su mano, y en el discurso de la 
corona que leyó el 22 de 
Enero de 1853, anunció su 
enlace, que se verificó el 
gran pompa, en 
Notre Dame. Fué aquél un 
matrimonio de 
amor; la corte 
de Francia ad 
quirió entonces 
brillo inusita 
do. Las fiestas 
sucedíanse en 
las Tullerías 
sin descanso, 
cada vez más 
esplendorosas. 
Los pinceles 
del al e m á n 
Winterhalter 
nos han dejado 
en diversos re 
tratos frivola 
mente cortesa 
nos, la imagen 
de la bellísima 
soberana, que 
los libra del olvido. Todo aquello lo barrió la 
primera guerra franco - prusiana. No fué ajena 
la emperatriz a lo que se cuenta. Católica in 
transigente, opúsose siempre con el peso de su 
influjo a toda política liberal; cuando se hizo la 
unidad de Italia, cuando se intentó establecer 
en Méjico un imperio de los Habsburgos, por su
	        
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