Full text: Tomo 1.1919=número 1 (1919000101)

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hubiera temido distraerte me hubiera reído de buena gana. 
Decía que lo primero que hizo fue echarse a buscar, en 
compañía de su esclavo, la casa de Demeneto. Nadie le ha 
cia el menor caso. En los lugares más concurridos, muchos 
le respondían hablándole de sus litigios y proponiéndole ser 
testigo falso; otros le atropellaban como a un importuno y 
algunos, mejor enterados, le decían que Demeneto estaría 
a esa hora espiando la puerta para escapar de su mujer. 
Desalentado dejó esos sitios dispuesto a interrogar a los 
transeúntes. De'allí a poco encontró a un individuo que 
parecía un pedagogo, que dijo ser el mismo Demeneto, 
acompañado de un joven que se le dió a conocer como su 
intendente. Nuestro mercader desconfió desde luego de tan 
fácil encuentro, hizo ciertas preguntas capciosas, expuso 
su misión e invocando en su interior a la Buena Fe, acabó 
por entregar las veinte minas en que nos vendieron. Nadie 
le conocía en la ciudad ni él conocía a nadie, pero el rostro 
agradable y el cuerpo ondulante de una muchacha, que 
venia por la calle con una vieja, le atrajeron, y mientras 
se entretenían en un puesto de frutas se puso a mirarla. 
Ella se llamaba Philenia y era cortesana. Hablando con la 
vieja le decía: “El esclavillo de mi adorado amante vino a 
decirme que hoy mismo tendría las veinte minas que pides 
por dejarme un año en sus brazos. Con ayuda de su buen 
padre engañó a un tonto mercader extranjero y se hizo 
pagar ese dinero como precio de una venta de asnos.” 
El mercader se iba a echar sobre ella, pero el cálculo 
ejercitado en el comercio le detuvo y fue siguiéndolas has 
ta que entraron en una casa donde pudo notar preparativos 
de fiesta. Estuvo acechando y ¡oh malicia de los humanos! 
vió llegar, danzando de alegría, a los mismos que le habían 
despojado, que entraron abrazando y besando una bolsa 
de dinero. El banquete empezó con mayor alegría de la 
que tuvo al final, pues llegó a poco una noble dama que por 
la fuerza sacó de aquel antro a un viejo ebrio que lloraba 
de arrepentimiento. Ese viejo tan duramente tratado por 
aquella fiera, que se decía su esposa, era nuestro inolvi 
dable Demeneto, que a los ojos atentos del mercader, re 
cibía el castigo de su engaño, en tanto que a corta distancia, 
con dignidad, lo contemplaba todo Saureas, el verdadero 
intendente, persona seria que administraba los bienes con 
yugales. 
MARIANO SILVA. 
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