Full text: T. 17.1918,4 (19180017004)

JOSÉ ENRIQUE RODÓ 
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del Viejo Continente, América no ha dejado de ser del todo “la presa co 
lonial’’, el país de leyenda abierto a la imaginación de la conquista. Un 
imperialismo nacional que fuese el vencedor del resto de Europa, y por 
tanto sin límites que lo contuviese, significaría para el inmediato porvenir 
de estos pueblos una amenaza tanto más cierta y tanto más considerable 
cuanto que vendría a favorecer la acción de aquel otro imperialismo ame 
ricano, que hallaría en la común conciencia del peligro la ocasión de afir 
mar sin reparos su escudo protector. 
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En el orden de las doctrinas políticas puras, tiene alta sig- 
nicación dentro de la labor de Rodó su concepto de la democra 
cia, expuesto claramente en Ariel y ratificado después en cuan 
tas oportunidades encontró para reproducirlo. La democracia 
mal entendida se convierte en fuente de utilitarismo desmedido 
y sin freno, porque estimula el desenvolvimiento de todas las 
ambiciones individuales, con perjuicio de la alta cultura. Por 
eso Rodó sostiene que dentro de la universalidad e igualdad de 
derechos hay que mantener muy en alto la noción de las legí 
timas superioridades humanas. La mediocridad encumbrada 
“odiará al mérito como una rebeldía”, consagrará al pontífice 
“Cualquiera” o coronará al monarca “Uno-de-tantos”. La de 
mocracia mal entendida conduce fatalmente a lo que llama Rodó 
“la irresponsable tiranía del número.” 
El concepto democrático de Rodó se afianza sobre la necesi 
dad de la selección. El mérito y las ventajas del sistema demo 
crático consisten en el derecho que de ese modo tienen los pue 
blos a escoger a los más aptos y a los mejores. 
Racionalmente concebida—dice Rodó—, la democracia admite siempre 
un imprescriptible elemento aristocrático, que consiste en establecer la su 
perioridad de los mejores, asegurándola sobre el consentimiento libre de 
los asociados. Ella consagra, como las aristocracias, la distinción de ca 
lidad; pero la resuelve a favor de las calidades realmente superiores—las 
de la virtud, el carácter, el espíritu—, y sin pretender inmovilizarlas en 
clases constituidas aparte de las otras, que mantengan a su favor el pri 
vilegio execrable de la casta, renueva sin cesar su aristocracia dirigente en 
las fuentes vivas del pueblo y la hace aeeptar por la justicia y el amor. 
Para llegar a tal objeto es preciso educar la democracia, de 
modo que
	        
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