JOSÉ ENRIQUE RODO
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¿Valdrá más, para el buen gobierno do la vida, ausencia de amor, o
amor consagrado a quien sea indigno de inspirarle?... Dame que mire
al fondo del alma donde está el norte de tu amor, y yo te diré, como visto
en cerco de nigromántico, para dónde vas en los caminos del mundo, y lo
que ha de esperarse de ti en pensamientos y en obras. •
Si esto fuese absolutamente verdadero, una helada impasibilidad val
dría más que el amor que se cifra en quien no mereee ser amado. Sólo
que en la misma esencia de la amorosa pasión está contenido, para límite
de esa fatalidad, un principio liberador y espontáneo, de tal propiedad y
energía, que con frecuencia triunfa de lo inferior del objeto; y así, aun
aplicado a objeto ruin, infinitas veces el amor persevera como potencia
dignificadora y fecunda; no porque el amor deje entonces de adecuar la
personalidad del enamorado a un modelo, ni porque este modelo sea otro
que la imagen de su adoración; sino porque es virtud del alma enamorada
propender a sublimar la idea del objeto, y lo que la subyuga y gobierna
es, más que el objeto real, la idea que del objeto concibe y por la cual se
depura y magnifica la baja realidad, y se ennoblece, correlativamente, el
poder que, en manos de ésta, fuera torpe maleficio... Este es el triunfo
que sobre su propio dueño logra a menudo el siervo de amor, siendo el
amor desinteresado y de altos quilates: redimir, en idea, de sus maldades
al tirano, y redimido el tirano en idea, redimirse a sí mismo de lo que
habría de funesto en la imposición de la tiranía, valiéndose para su bien
de aquella soberana fuerza que en la intención del tirano iba encaminada
y prevenida a su mal. ..
Aun en la creencia y en la convicción más arraigadas, aun en
el amor, nos acecha a veces el cambio. Así como el que, falaz y
versátil, aparenta someterse a una creencia que en el fondo no
siente, puede llegar gradualmente a sentirla en el fondo de su
espíritu, también “el que cree qite cree” se entrega por entero
al fantasma de una fe que ha desaparecido ya y ha sido sustitui
da por otra en los repliegues de la conciencia, sin atreverse él
mismo a confesárselo, acaso por temor a la propia inculpación
de apostasia. ¿Cuál, sin embargo, es el apóstata? ¿El que, sin
tiendo una nueva fe, se aferra a la antigua para engañar al mun
do con sentimientos que no encuentran en su alma un eco sincero ;
o el que, consecuente con la renovación de su espíritu, la deja
manifestarse libremente, en vez de renegar con actos externos de
aquella creencia que hoy domina su pensamiento?
Rodó se pronuncia en favor de la omnipotencia de la volun
tad. La voluntad debe ser nuestra fuerza; la esperanza debe
ser nuestra luz. Sobre el hombre pesan influencias remotas, que