Full text: T. 17.1918,4 (19180017004)

JOSÉ ENRIQUE RODO 
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¿Valdrá más, para el buen gobierno do la vida, ausencia de amor, o 
amor consagrado a quien sea indigno de inspirarle?... Dame que mire 
al fondo del alma donde está el norte de tu amor, y yo te diré, como visto 
en cerco de nigromántico, para dónde vas en los caminos del mundo, y lo 
que ha de esperarse de ti en pensamientos y en obras. • 
Si esto fuese absolutamente verdadero, una helada impasibilidad val 
dría más que el amor que se cifra en quien no mereee ser amado. Sólo 
que en la misma esencia de la amorosa pasión está contenido, para límite 
de esa fatalidad, un principio liberador y espontáneo, de tal propiedad y 
energía, que con frecuencia triunfa de lo inferior del objeto; y así, aun 
aplicado a objeto ruin, infinitas veces el amor persevera como potencia 
dignificadora y fecunda; no porque el amor deje entonces de adecuar la 
personalidad del enamorado a un modelo, ni porque este modelo sea otro 
que la imagen de su adoración; sino porque es virtud del alma enamorada 
propender a sublimar la idea del objeto, y lo que la subyuga y gobierna 
es, más que el objeto real, la idea que del objeto concibe y por la cual se 
depura y magnifica la baja realidad, y se ennoblece, correlativamente, el 
poder que, en manos de ésta, fuera torpe maleficio... Este es el triunfo 
que sobre su propio dueño logra a menudo el siervo de amor, siendo el 
amor desinteresado y de altos quilates: redimir, en idea, de sus maldades 
al tirano, y redimido el tirano en idea, redimirse a sí mismo de lo que 
habría de funesto en la imposición de la tiranía, valiéndose para su bien 
de aquella soberana fuerza que en la intención del tirano iba encaminada 
y prevenida a su mal. .. 
Aun en la creencia y en la convicción más arraigadas, aun en 
el amor, nos acecha a veces el cambio. Así como el que, falaz y 
versátil, aparenta someterse a una creencia que en el fondo no 
siente, puede llegar gradualmente a sentirla en el fondo de su 
espíritu, también “el que cree qite cree” se entrega por entero 
al fantasma de una fe que ha desaparecido ya y ha sido sustitui 
da por otra en los repliegues de la conciencia, sin atreverse él 
mismo a confesárselo, acaso por temor a la propia inculpación 
de apostasia. ¿Cuál, sin embargo, es el apóstata? ¿El que, sin 
tiendo una nueva fe, se aferra a la antigua para engañar al mun 
do con sentimientos que no encuentran en su alma un eco sincero ; 
o el que, consecuente con la renovación de su espíritu, la deja 
manifestarse libremente, en vez de renegar con actos externos de 
aquella creencia que hoy domina su pensamiento? 
Rodó se pronuncia en favor de la omnipotencia de la volun 
tad. La voluntad debe ser nuestra fuerza; la esperanza debe 
ser nuestra luz. Sobre el hombre pesan influencias remotas, que
	        
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