Full text: T. 17.1918,4 (19180017004)

JOSÉ ENRIQUE RODÓ 
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Esa, página, donosamente escrita, tuvo extensa resonancia en 
América, porque planteaba un problema espiritual que ofrecía 
universal interés. Toda generación que surge anhela su profe 
ta; desea que de su seno salga la voz del siglo, la que ha de 
vibrar siempre como síntesis ideal de un momento histórico del 
pensamiento humano. Y nuestra América, más que ningún otro 
conjunto de naciones, deseaba ver brotar de su seno al revelador 
de la palabra nueva. 
¿ Cómo representaba Rodó, en su imaginación, al profeta de 
la nueva hora? He aquí el apostrofe que le dirige: 
Cuando la impresión de las ideas o de las cosas actuales inclina mi alma 
a la abominación o a la tristeza, tú te presentas a mis ojos como un ai 
rado o sublime vengador. En tu diestra resplandecerá la espada del ar 
cángel. El fuego purificador descenderá de tu mente. Tendrás el sím 
bolo de tu alma en la nube que a un tiempo llora y fulmina. El yambo 
que flagela y la elegía constelada de lágrimas hallarán en tu pensamiento 
el lecho sombrío de su unión. 
Te imagino a veces como un apóstol dulce y afectuoso. En tu acento 
evangélico resonará la nota de amor, la nota de esperanza. Sobro tu 
frente brillarán las tintas del iris. Asistiremos, guiados por la estrella 
de Betlem de tu palabra, a la aurora nueva, al renacer del Ideal,—del 
perdido Ideal que en vano buscamos, viajadores sin rumbo, en las pro 
fundidades de la noche glacial por donde vamos, y que reaparecerá por ti, 
para llamar las almas, hoy ateridas y dispersas, a la vida del amor, de la 
paz, de la concordia. Y se aquietarán, bajo tus pies, las olas de nuestras 
tempestades, como si un óleo divino se extendiese sobre sus espumas. Y 
tu palabra resonará en nuestro espíritu como el tañir de la campana de 
Pascua al oído del doctor inclinado sobre la copa de veneno. 
Yo no tengo de ti sino una imagen vaga y misteriosa, como aquellas 
con que el alma empeñada en rasgar el velo estrellado del misterio puede 
representarse, en sus éxtasis, el esplendor de lo Divino. Pero sé que ven 
drás: y de tal modo como el sublime maldecidor de Las Blasfemias ana 
tematiza e injuria al nunciador de la futura fe, antes de que él haya 
aparecido sobre la tierra, yo te amo y te bendigo, profeta que anhelamos, 
sin que el bálsamo reparador de tu palabra haya descendido sobre nuestro 
corazón. 
A medida que se leen esos párrafos, ¿no surge a la mente 
la imagen de José Enrique Rodó, el apóstol dulce y afectuoso 
que vino hacia nosotros con la nota de amor y de esperanza, que 
señaló el renacimiento del Ideal, que simbolizó las más bellas y 
más hermosas aspiraciones de nuestra América y fué el profeta
	        
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