JOSÉ ENRIQUE RODÓ
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Esa, página, donosamente escrita, tuvo extensa resonancia en
América, porque planteaba un problema espiritual que ofrecía
universal interés. Toda generación que surge anhela su profe
ta; desea que de su seno salga la voz del siglo, la que ha de
vibrar siempre como síntesis ideal de un momento histórico del
pensamiento humano. Y nuestra América, más que ningún otro
conjunto de naciones, deseaba ver brotar de su seno al revelador
de la palabra nueva.
¿ Cómo representaba Rodó, en su imaginación, al profeta de
la nueva hora? He aquí el apostrofe que le dirige:
Cuando la impresión de las ideas o de las cosas actuales inclina mi alma
a la abominación o a la tristeza, tú te presentas a mis ojos como un ai
rado o sublime vengador. En tu diestra resplandecerá la espada del ar
cángel. El fuego purificador descenderá de tu mente. Tendrás el sím
bolo de tu alma en la nube que a un tiempo llora y fulmina. El yambo
que flagela y la elegía constelada de lágrimas hallarán en tu pensamiento
el lecho sombrío de su unión.
Te imagino a veces como un apóstol dulce y afectuoso. En tu acento
evangélico resonará la nota de amor, la nota de esperanza. Sobro tu
frente brillarán las tintas del iris. Asistiremos, guiados por la estrella
de Betlem de tu palabra, a la aurora nueva, al renacer del Ideal,—del
perdido Ideal que en vano buscamos, viajadores sin rumbo, en las pro
fundidades de la noche glacial por donde vamos, y que reaparecerá por ti,
para llamar las almas, hoy ateridas y dispersas, a la vida del amor, de la
paz, de la concordia. Y se aquietarán, bajo tus pies, las olas de nuestras
tempestades, como si un óleo divino se extendiese sobre sus espumas. Y
tu palabra resonará en nuestro espíritu como el tañir de la campana de
Pascua al oído del doctor inclinado sobre la copa de veneno.
Yo no tengo de ti sino una imagen vaga y misteriosa, como aquellas
con que el alma empeñada en rasgar el velo estrellado del misterio puede
representarse, en sus éxtasis, el esplendor de lo Divino. Pero sé que ven
drás: y de tal modo como el sublime maldecidor de Las Blasfemias ana
tematiza e injuria al nunciador de la futura fe, antes de que él haya
aparecido sobre la tierra, yo te amo y te bendigo, profeta que anhelamos,
sin que el bálsamo reparador de tu palabra haya descendido sobre nuestro
corazón.
A medida que se leen esos párrafos, ¿no surge a la mente
la imagen de José Enrique Rodó, el apóstol dulce y afectuoso
que vino hacia nosotros con la nota de amor y de esperanza, que
señaló el renacimiento del Ideal, que simbolizó las más bellas y
más hermosas aspiraciones de nuestra América y fué el profeta