MATERNIDAD. INFANCIA
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que debe ser a cara descubierta, toma el carácter de acción
cívica. El espía, el delator es despreciado aun por aquellos que
le utilizan ; quizás por éstos más que por nadie, y avergonzán
dose interiormente de hallarse en tan bajo nivel.
Y en el país de Washington, de Franklin, de Emerson, ¿se
ha llegado hoy a esa reprobable acción ? ¿ Y dónde se infiltra ei
veneno? Pues en el alma tierna, candorosa del niño, estimulado
sin duda por premios pecuniarios o de otra clase. Y esto en el
país donde no solamente dejaron aquellos grandes hombies su
ejemplo y sus máximas moralizadoras, sino donde la niñez por
todos es respetada, donde la jovenzuela va sola por ciudades
populosas, por interminables calles que a veces salen al campo,
sin temor alguno, porque sabe que en cada ciudadano tiene
no sólo un reverenciador, sino además un defensor.
Pues aun allí, por lo visto, hay que lamentar ya que no se
trate el alma del niño como lo más delicado que imaginarse
pueda: un fragilísimo cristal; una flor de esas que no pueden
ser tocadas sin convertirse en triste despojo ; una mariposa bri
llantísima que, en los dedos que la aprisionan sin mil precau
ciones, deja el dorado polvillo, presto convertido en negro pol
vo, que es su entero ser ya desaparecido.
No; no hay nada más delicado, ni que más respetos y cui
dados merezca, que el alma del niño, el alma en capullo pudié
ramos decir. Según el trato que se le otorgue, el capullo se abri
rá en luciente y fragante flor, o en flor de muerte, o, por lo
menos, en flor sin fragancia.
Y ¡ cuán erróneamente se procede en general ! Al hombre,
desde la cuna—sin exageración—desde la cuna se le da un
curso completo de mendacidad, que es decir un curso de ab
yeceión. El primer fantasma que se introduce en su tierno ce
rebro es el Coco, el Coco, ser horrendo y perverso que está allí,
próximo a venir para hacerle daño. Con la primera mentira se
le introduce en el alma el temor, la pusilanimidad quizás para
más tarde.
Apenas crecidito, se le pone en las manos un librillo doc
trinario, el que ha de enseñarle con obligatoria creencia las
más estupendas cosas; y cuando, ya mayor, estudie ciencias el
adolescente de uno u otro sexo, del femenino especialmente,