LA POLÍTICA DE
LOS ESTADOS UNIDOS, ETC.
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débil nación de la América a una potencia europea de tan enor
mes recursos como Alemania. Los Estados Unidos debían evi
tar ese peligro. Nada más expuesto que tolerar semejante ac
ción, pues, por muchas que fueran las protestas de la nación
ocupante, una vez tomada posesión del territorio no habían de
faltarle pretextos a la diplomacia para convertir en definiti
vo lo que primero se dijera que era provisional.
Al mismo tiempo se daba cuenta el Gobierno de que los Es
tados Unidos no podían impedirles a las naciones de Europa
ejercitar los medios que fueran conducentes a obtener la satis
facción de aquellas reclamaciones de sus súbditos, que fueran
procedentes y justas. Al conjuro de esa necesidad surgió la lla
mada política de prevención, a que antes nos hemos referido,
según la cual los Estados Unidos deben actuar en el sentido
de evitar posibles conflictos entre las naciones de Europa y las
de América, llegando, si fuere necesario, hasta a intervenir en
los asuntos de éstas.
He aquí cómo la justifica Roosevelt en su Mensaje de 6 de
diciembre de 1904:
Los Estados Unidos no están animados, con respecto a las otras na
ciones de este Continente, por otro deseo que no sea el de verlas desen
volverse con orden y prosperidad. Todo pueblo que se conduzca bien,
puede contar con la seguridad de nuestra amistad. Los Estados Unidos
no tienen porqué mezclarse ni intervenir en los asuntos de aquellas na
ciones que se conduzcan con decencia y corrección ; pero cuando el des
orden se entroniza en un país, hasta el punto de que éste se hace -incom
patible con los altos intereses de la civilización, parece cosa indicada la
intervención de una nación civilizada. En el continente occidental, la
doctrina de Monroe le impone al Gobierno de los Estados Unidos el de
ber de desempeñar esa misión, desarrollando una política de policía in
ternacional. Si cada una de las naciones que baña el mar Caribe se dieran
cuenta e imitaran los progresos realizados en Cuba, merced a la Enmien
da Platt, desde que la abandonaron nuestras tropas, terminaría todo mo
tivo, por parte nuestra, para intervenir en sus asuntos. En realidad son
idénticos nuestros intereses y los de nuestros vecinos del Sur. Esos paí
ses poseen grandes riquezas, y si lograron mantener el imperio de la
justicia y de la ley, su prosperidad sería enorme. Aquellos que sepan guar
dar las reglas que observan los países civilizados, encontrarán en todas
partes un ambiente de cordialidad y simpatía. Nosotros nos mezclamos
en los asuntos de esos países sólo en último caso, cuando se comprueba
que en sus asuntos interiores no pueden proceder con justicia y que en